Fascinación y repudio por Pablo Escobar

Series de televisión, programas especiales, novelas y biografías sobre Pablo Escobar se multiplican desde hace años en el mundo olvidando la memoria de sus víctimas y reabriendo una herida que Colombia trata de cerrar para dejar atrás una de sus épocas más oscuras.

Ayer se cumplieron 25 años desde que el capo más célebre cayó abatido en los tejados de su último refugio de Medellín, ciudad que contribuyó a transformar en la más violenta del mundo y en la que todavía hoy, como si de un peregrinar se tratara, acuden turistas para ver su tumba o conocer su hacienda.

Allí, algunos vecinos se ofrecen gustosos a hacer tours de todo pelaje para conocer más acerca de la vida de un capo que parece que se ha convertido en un icono pop sin importar el reguero de sangre y miedo que dejó a sus espaldas.Su incómoda presencia, frecuente en las conversaciones, no supone para el sociólogo Fabián Sanabria, profesor de la Universidad Nacional, un estigma para Colombia, puesto que “forma parte de la realidad y de los procesos históricos de las naciones”.Para Sanabria, no es muy distinto a la carga que tienen otros países con Hitler, Mussolini, Franco, Stalin o Tito.“Es exactamente lo mismo, no creo que sea un estigma, forma parte de la realidad histórica de este país, forma parte de sus tinieblas, de su oscuridad y hubo un contexto histórico muy preciso para que el narcotráfico se incubara en Colombia”, sostiene.

En su opinión, lo más grave es “pretender que aquí no ha pasado nada”, como considera que está haciendo el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, y fingir “que está todo divinamente y ya superamos la oscuridad y las tinieblas”.

Escobar ya murió, pero esas tinieblas permanecen vivas y se observan en el aumento de los cultivos de coca en Colombia, nuevos ciclos de violencia que, circunscritos en las zonas rurales, no paran de crecer, y también en una cierta indulgencia hacia el reguero de sangre que dejó el narco a su paso.

También en esas rutas turísticas que ofrecen desde el momento en que los visitantes se suben a un taxi en Medellín.Sin embargo, hay otra faceta que también se percibe en Colombia y es el rechazo a ser asociados con una época que consideran pasada y que se ha enraizado en los estereotipos de todo el mundo.Sanabria recuerda como, cuando estudiaba en Europa, le hacían chistes y le pedían que llevara cocaína en la maleta.“Y yo les decía, ¿su abuelo fue (militante) del nacionalsocialismo? El problema es que a veces miramos de una manera geométrica al otro y no nos miramos de manera geométrica a nosotros mismos”, subraya.En su opinión, recurrir a ese estereotipo es como “cuando uno asocia a España con Franco y no con (el ex presidente del gobierno) Felipe González” o a “Alemania con Hitler y no con Günter Grass”.

Tal vez por eso, en todo Colombia se sigue lidiando con esa imagen que surge en conversaciones con extranjeros como una especie de catarsis.Sin embargo, Sanabria considera que la herencia de Pablo Escobar sigue muy viva en la sociedad colombiana y se puede percibir en cómo “la maldad ha permeado en el Estado colombiano”.“Se nos pegó la idea del dinero fácil, del ‘pa’ las que sea’, del pasar por encima de la ley, de la puerta giratoria entre privado y público”, comenta.En buena medida, considera que esa herencia se debe a que “las élites pactaron con el narcotráfico, comieron y bebieron con ellos”.Por eso y pese al esfuerzo de crear una nueva narrativa, el sociólogo considera que, al final, la Colombia de hoy vive de un modo similar a “cuando se va al cine, que uno a va a ver una película y dice: ‘Quiero que termine con un final feliz, edificante’”.

“Pero Pablo Escobar está vivo porque se ha reencarnado en toda la maldad y la corrupción que ha permeado el Estado colombiano”, subraya.Mientras esas dos facetas coexisten, la de una nueva narrativa que permite pasar la página y la herencia de Escobar, Sanabria recuerda que contar la historia del capo del narcotráfico en primer plano como hacen algunas series, humanizando al criminal, es como “ver a Hitler enternecido con un gatito”.“Hay que reconocer la humanidad y lo diabólico de un fenómeno social”, concluye.

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