Falleció Naim Suleymanoglu, leyenda de la halterofilia

Cualquier buen aficionado al deporte que haya empezado a tener conciencia a finales de la década de los 80´s deberá recordar su apellido. Le decían el “Hércules de Bolsillo”, casi nadie sabía cómo se llamaba fuera de Bulgaria, donde nació, o Turquía a quien defendió hasta la inmortalidad, pero todos recordarán su apellido, perpetuado con letras de oro en la historia del olimpismo: Suleymanoglu. Llamarse Naim era lo de menos.

En una nación como Bulgaria donde los halteristas son considerados héroes nacionales, el pequeño titán, nacido en una aún más pequeña (por su trascendencia) población de Pitchard, en la provincia de Khardzalí, más cerca del Mar Negro que de la capital, Sofía, Naim Suleimanov, el nombre con el que fue registrado al nacer, tenía rancias raíces musulmanas, su padre, un trabajador de una mina de zinc era tan pequeño como él, Naim medía apenas 1 metro con 45 centímetros, dos o tres centímetros menos que su padre quien alcanzaba a rozar el 1.50, lo mismo que su madre. No importó nunca. Al menos eso fue lo que mostró durante los 50 años que vivió.

Apenas el sábado, luego de batallar contra una cirrosis hepática por largo tiempo, perdió la batalla contra la Vida (así, con mayúscula), y recibió honores de héroe nacional. Y cómo no habría de ser así para el único deportista turco de la historia en ganar tres medallas de oro olímpicas en tres ediciones consecutivas entre 1988 y 1996, derrotando, además, a deportistas búlgaros al servicio del Estado, ese que pretendió privarlo de su libertad de culto, de su libertad social y de sus logros deportivos, razón por la cual, una tarde de diciembre de 1986 decidió abandonar un banquete al que acudía con la delegación de halterofilia de Bulgaria en Melbourne.

UNA CORTA HISTORIA… Suleymanoglu comenzó a competir internacionalmente en 1981 a la edad de 14 años y a los 15 ya había impuesto su primer récord mundial. A un sistema deportivo adaptado por el estado socialista, era difícil que se les escapara la presencia de un joven talentoso como Naim, pero muy poderoso como se pudo comprobar casi desde el inicio de sus actividades. A los 16 años fue el segundo halterista de la historia en conseguir levantar tres veces su peso corporal.

Sus primeros éxitos le valieron recibir una casa de parte del gobierno y una iguala mensual, pero en ese mismo 1984, la represión contra la minoría musulmana por parte de las autoridades cambió el destino del pequeño gigante. Al regresar a la casa de sus padres en Momchilgrado, después de una concentración, se enteró que una manifestación de turcos viviendo en territorio búlgaro había sido reprimida violentamente y que las mezquitas habían sido clausuradas.

Las campañas anti-turcas por parte del gobierno búlgaro se intensificaron, fueron prohibidas las fiestas y los funerales, el idioma turco fue declarado ilegal, así como las vestimentas, los violadores de estas órdenes eran encarcelados e incluso muchos fueron ejecutados.

NUEVO RUMBO. En su primer viaje a Australia, a Melbourne, fue contactado por defectores turcos quienes le ofrecieron ayudarlo a ir a Turquía, pero aún muy joven e inexperto declinó el apoyo. No por mucho tiempo, pues al regresar a Bulgaria, su pasaporte fue confiscado y su nombre cambiado a Naum Shalamanov, incluso las autoridades publicaron en la prensa una entrevista falsa donde supuestamente declaraba que estaba orgulloso de haber “regresado a sus raíces búlgaras”.

En su siguiente viaje a Australia, nuevamente a Melbourne, y ya para entonces dos veces campeón mundial, aceptó retirarse de la delegación búlgara y con pasaporte y papeles falsos fue trasladado a Londres, donde se presentó a la Embajada de Turquía a pedir asilo. El propio avión del Primer Ministro Turgut Ozal lo trasladó a Ankara, donde apenas salió del avión, besó el piso de la plataforma, convirtiéndose de manera instantánea en un héroe nacional.

Luego de que el gobierno de Turquía aceptara pagar más de un millón de dólares en compensación al de Bulgaria, Suleymanoglu recibió el “waiver” para poder representar a su nueva nación.

INMORTAL. En Seúl 88, Suleymanoglu pagó con oro aquella transacción que lo convirtió en un hombre libre y respetado, amado, y aclamado hasta la idolatría. Con su segundo levantamiento rompió el récord mundial de arranque. Luego en el tercer intento impuso un nuevo récord del mundo, su total combinado fue mayor al del vencedor de la división superior de peso, la categoría de los ligeros (él compitió siempre en peso pluma). Su total combinado fue superior al obtenido por el también ganador de peso ligero en 1956, el británico Paul Anderson, quien en su momento había pesado 137 kilos y medio. Suleymanoglu lo hizo registrando apenas 59 kilos y 900 gramos.

A su regreso a Turquía, se calcula que en la Kizilay Plaza y alrededores había más de un millón de personas aclamándolo por haber sido, además de todo, el único ganador de una medalla de oro en Seúl 88 para su patria adoptiva. Tomando el micrófono, Suleymanoglu se dirigió al público diciendo que “esta no es mi medalla de oro, esta es la medalla de oro del pueblo de Turquía”… Ese día, con la única medalla dorada alcanzada por esta nación en 20 años en los Juegos Olímpicos, el “Hércules de Bolsillo” dejó de ser un “héroe” para convertirse en un símbolo de su país.

Fue tal el impacto del éxito de Suleymanoglu, que el asunto de la represión musulmana en Bulgaria se convirtió en un asunto de interés internacional, al grado que el gobierno eslavo fue forzado por las Naciones Unidas a permitir el cruce de la frontera hacia Turquía, de una tercera parte de los 900 mil turcos que vivían en Bulgaria.

Sulaymanoglu fue un motivo de orgullo nacional debido a sus victorias ante los competidores de las etnias con las que los turcos mantuvieron guerras a lo largo de los siglos, lo mismo los eslavos que los griegos.

Su confrontación contra los búlgaros Stefan Topurov en Seúl y Nikola Peshalov en Barcelona trascendió los espacios deportivos, tal como ocurrió con su victoria sobre el griego Valerios Leonidis en Atlanta 96. De tal magnitud fue su confrontación con este último que un delirante público, primero agresivo y temerario defendiendo su nacionalidad, terminó abrazado en una fiesta inolvidable en el Centro de Convenciones de Georgia.

Naim Suleymanoglu sobrevivió a los juicios que sobre su supuesto dopaje se manifestaron a lo largo de los 21 años que transcurrieron hasta su muerte la semana pasada. Su legado en cambio, sobrevivirá a los tiempos.

Nunca le importó, decía, ser un “pequeño hombre”, “porque la especie humana, rencorosa y depredadora de los valores de los seres humanos, puede menospreciar a los pequeños de condición física, pero nunca podrá superar el valor de aquellos que por amor a los suyos y a sí mismos, convierten los sueños propios en realidad, y los sueños de otros, en un legado permanente cuya existencia no depende excepto de una sola persona, quien atesore el recuerdo de los sueños que dejaron de serlo para convertirse en una maravillosa realidad…”

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