Industria textil nacional, deshilachada por contrabando y hampa

Abraham Mohedano cerró ya su negocio de telas; y, para sobrevivir, Saulo Alberti aceptó comprar tela ilegal… Son apenas dos historias en torno al desplome de la industria textil en nuestro país, asfixiada por un contrabando desbordado, corruptelas y mafias nacionales y extranjeras: en especial chinas y del Oriente Medio.

Dos estadísticas de la Cámara Nacional de la Industria Textil (Canaintex) reflejan la inquietante situación. Una: la ilegalidad afecta el 90 por ciento de las transacciones en el sector. Y dos: el 80 por ciento de los industriales del ramo ha registrado múltiples afectaciones durante este año, el primero del lopezobradorismo.

“Unos cerraron, otros están en quiebra. El 80 por ciento de los industriales me han reportado recortes de personal, paros técnicos, pérdidas económicas y cierres, incluso empresas consideradas grandes”, dice a Crónica José Cohen, presidente del organismo.

“El actual gobierno tiene voluntad, tanto el presidente como la jefa del SAT y el director de Aduanas, pero no se imaginaron la magnitud del problema, porque está involucrada la delincuencia organizada. Tristemente hoy estamos peor que antes, la voluntad no nos está alcanzando”.

REDES. Con Abraham nos reunimos en Texcoco, después de un mensaje de alerta por la web. Sugirió la cita en esta región del Estado de México no sólo para verificar la ruina de sus establecimientos —en una especie de de­sahogo nostálgico— sino para corroborar el impacto de los chanchullos en todos los eslabones de la industria, desde fibras o hilos hasta confección, refacciones, bisutería, estampado, maquinaria, mercería, comercio en tianguis y plazas públicas… Pues el manejo de telas es sólo la columna vertebral de un engranaje del cual viven en México más de un millón 350 mil personas y sus familias.

Con él, se planeó a la par un recorrido por Chiconcuac, referente en la venta de telas y prendas. Ahí, surtía él a los confeccionistas.

“El problema central es el contrabando en las aduanas”, cuenta.

—¿Y quién tiene el control?

—Es toda una red, tejida por bandas criminales. En aduanas, son los despachadores, en especial de los puertos de Manzanillo, de Veracruz y de Lázaro Cárdenas. El nuevo gobierno cambió a los directores, pero abajo siguen operando los despachadores. Logré entrevistarme con uno de ellos, que fue enviado a Altamira, Tamaulipas. Tenía una semana cuando lo levantaron y lo golpearon. Era un grupo de encapuchados. “Aquí los que damos órdenes somos nosotros”, le dijeron, y ya sólo le avisaban que pasaría un tráiler o una camioneta, no sólo con tela, sino con armas o dinero. A los pocos meses decidió huir, para salvar su vida.

—¿Quiénes más están coludidos?

—Los transportistas. Vas a la aduana y si quieres sacar tu contenedor te dicen: ¿con trámites o sin trámites? Ya casi todos en la industria, desafortunadamente, nos vamos por lo chueco. “Sin trámites”, les dices y entonces te mandan con una transportadora: ‘ve con ésta y te lo saca’. Y sí, a la transportadora ya sólo le das tus documentos y le pagas porque lleve la mercancía al lugar que le indiques, es algo muy parecido a lo que se está haciendo con los indocumentados.

Mohedano es de los pocos mexicanos en incursionar en el ámbito textil a gran escala. Lo hizo con ayuda de un inversionista de la comunidad judía, dominante en esta actividad. “Junto con los libaneses, formaron un círculo muy cerrado, una especie de hermandad, aunque no reconocida públicamente”.

El camarada israelí comenzó a surtirle tela; en un principio, mediante transacciones basadas en la emisión de notas, pero el negocio creció…

“Un día le dije que necesitaba facturas, y me respondió sin rodeos: ‘no puedo, porque a mí las telas me las trae un contacto del Oriente Medio y son de contrabando’.

Me explicó que en las aduanas marcaban los contenedores y con eso sabían cuál era la mercancía, cuál había pagado y cuál no. Ahí me di cuenta, por primera vez, que reinaba el contrabando”.

En su bodega, en las inmediaciones de Chinconcuac, llegó a almacenar hasta 70 toneladas de tela; en diciembre se había terminado todo. Y las fábricas trabajaban día y noche, en una labor boyante de la cual hoy sólo subsisten recuerdos.

—¿Y qué pasó con aquel judío?

—Ya también cerró. Son pocas las fábricas de hilatura que quedan, algunas han sobrevivido con la exportación de hilo a Centroamérica. Nada que ver con aquellos años cuando los grandes líderes de la industria cargaban sus bolsas de dinero, principalmente cuando Hacienda se ponía pesada. Manejábamos todo en efectivo, lo de Zhenli Ye Gon les sorprendió a muchos, pero en el medio era algo normal.

RETRATOS. En esta Chiconcuac sin ley muchos dejaron ya de fabricar prendas y optaron por la reventa de ropa de exportación, como en el mercado de Mixcalco, en el centro de la Ciudad de México, donde todos los días se suministran cientos, quizá miles de cajas con ropa china.

“Hace algunos meses vinieron inspectores de la Secretaría de Hacienda a inspeccionar, pero como los grandes distribuidores tienen cómplices ahí, les dieron el pitazo, y todo mundo cerró; al otro día abrieron como si nada”, relata don Norberto Sánchez, quien maneja aquí un local.

La mayoría de los negocios, dice, no están registrados ante las autoridades hacendarias; algunos, acaso lo están en el municipio. Calcula 10 mil comercios de ropa en las calles de Guerrero e Hidalgo, y por lo menos 300 tiendas distribuidoras de tela, ubicadas en Juan León y 2 de Marzo. El 98 por ciento ofrece telas de importación, vinculadas al contrabando. La gente viene a comprar de diversas partes del territorio nacional y hasta de países centroamericanos y caribeños, para las tareas de confección.

El pueblo se transformó en bandera de la industria textil desde las últimas décadas del siglo pasado, cuando la crianza y proliferación de borregos permitió la fabricación de hilo de lana; el comercio se complementó con la llegada de ropa típica o tejido de punto desde Tulancingo o Moroleón.

Los lugareños, además de dedicarse a la venta, construyeron locales en sus terrenos ejidales y ahora muchos viven de la renta de establecimientos o puestos: un espacio de 2 por 3 metros, en zona comercial, se llega a rentar hasta en 250 mil pesos al año.

—¿Y un traspaso? —se pregunta a doña Ana, dueña de un par de tenderetes sobre la calle de Hidalgo, donde martes, sábados y domingos se levanta el tianguis principal.

—De 2 millones y medio a tres millones, depende del lugar. Tienen más valor los puestos que los locales, por su vista al público.

Los comerciantes parecieran ajenos al contrabando de tela, pero no al tráfico desbocado de ropa china, y menos a la inseguridad, develada por los altos índices de robo, secuestro y extorsión.

—Aquí casi todos pagan piso –cuenta don Norberto—. Y la mayoría de los extorsionadores vienen de Chimalpa.

Chimalpa es un vecindario olvidado, aledaño a Chinconcuac. Las familias se habían dedicado al campo, siempre a la sombra del cercano auge comercial y textil.

“Algunos vieron en las cuestiones delictivas la forma de salir adelante, y empezaron a formar bandas para robarle a distribuidores de tela, confeccionistas, maquiladores o comerciantes. Usan a chavas bonitas como ganchos para distraer a los traileros, les roban las unidades y descargan las mercancías en bodegas que rentan por adelantado”.

—¿Y dónde para esa mercancía? —se cuestiona a Norberto.

—Entre la misma gente: se la roban a unos, para vendérsela a otros, o ya tienen sus conectes en mercados del Estado de México o de la capital.

Recorrer las calles de Chimalpa deja sólo retratos turbios: perros escuálidos, basura, conductores de bicitaxis concentrados en el halconeo, en la vigilancia de pasos extraños, ofertantes de huachicol y casuchas mezcladas con bodegones o viviendas ostentosas.

En medio de las estampas clandestinas, se construyó un destacamento militar hoy transformado en una figura de adorno, donde predomina el disimulo.

“Los huachicoleros y mafiosos ya le encontraron el modo a los soldados: les mandan muchachas en las noches para tenerlos contentos, mientras ellos hacen sus fechorías”, comenta nuestro acompañante.

Tras estas andanzas entre tinta desperdigada, entre relatos subterráneos y tejidos de algodón y poliéster, don Abraham Mohedano nos devuelve a la realidad, a su realidad:

“Se ven pueblos chiquitos, insignificantes, pero se maneja muchísimo dinero, aunque cada vez más producto del contrabando, de los sobornos y de las tranzas”…

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