Recuerdos de una tragedia

Hace 35 años las entrañas más profundas de nuestro país se estremecieron y se fragmentaron, un terremoto de magnitud 8.1 grados sacudió el corazón de nuestro país, la Ciudad de México (en ese tiempo Distrito Federal).

Las pérdidas materiales fueron cuantiosas, pero no se comparaban con las pérdidas humanas, México entero se conmocionó al saber la noticia, hubo edificios caídos, miles de personas muertas y otras que fueron un milagro viviente, pues a pesar de la catástrofe, lograron sobrevivir entre los escombros, el hambre, el dolor, el miedo, e incluso entre los muertos.

El terremoto hizo que los mexicanos mostraran una solidaridad antes guardada y callada, miles de personas ayudaron a remover escombros, a rescatar, a salvaguardar.

El terremoto dañó a todo una nación y Tabasco no fue la excepción. Teapa también se conmocionó y consternó con la trágica noticia de 3 teapanecas muy queridas, doña Doris Balcázar, Rocío López Balcázar y Paquita Guzmán, quienes lamentablemente perdieron la vida.

Hoy, a 35 años de ese trágico suceso, alguien que vivió en carne propia este dolor, nos platicó su historia, la forma en la que se enteró de la muerte de su mamá y su hermana, su dolor y cómo cambió su vida después del 19 de septiembre de 1985.

René López Balcázar, tercer hijo del matrimonio de Alfonso López y Doris Balcázar, hermano de Rocío, Alfonso y Luis Adrián López Balcázar, nos abrió su corazón y alma para narrarnos cómo vivió la muerte de su mamá y su hermana.

UN CAMBIO DE VIDA

“Hace 35 años nos cambió la vida a toda mi familia y a mí, como a muchas familias que les tocó vivir esa tragedia. Era un 19 de septiembre como cualquier día normal, me dirigí temprano a la escuela (Secundaria Federal) de Teapa, sin imaginar que desde ese día comenzaría un terrible suceso que marcaría para siempre nuestras vidas. Terminé las clases y regresé a mi casa como normalmente lo hacía, al llegar noté preocupación en mi padre (Alfonso López Verduzco), su mirada fija en el televisor, dejé mi mochila y de repente mi padre se me acercó y me dijo: ‘hijo, hubo un terremoto en el D.F. y he tratado de comunicarme con tu mamá (Cloris), tu hermana Rocío (Chío) y sus amigas (Viviana Bautista y Paquita Guzmán), pero no entran las llamadas, al parecer está resultando algo complicado poder hacerlo’, cuando mi papá me dijo eso un frío recorrió mi cuerpo pensando lo peor (tenía 14 años en ese entonces), al cabo de unas horas de ese mismo día mi padre tomó la determinación de ir al Distrito Federal, para dar con el paradero de mi madre, hermana y sus amigas”.

LA ANGUSTIA DE LA ESPERA

“Fueron días de angustia, sin saber qué pasaba. Familiares, amigos, vecinos, todos a diario en mi casa preguntando para saber la situación de nuestros seres queridos. La televisión de mi casa las 24 horas del día estaba encendida para no dejar pasar ninguna noticia que nos diera con el paradero de ellas cuatro y que por fin pudiéramos estar tranquilos, pero nada de eso sucedía. Así transcurrió una semana de larga espera y angustia.

Recuerdo muy bien que el jueves 26 de septiembre (a la semana siguiente del terremoto) me encontraba en mi última clase, cuando a la puerta se asomaron unas personas para preguntar por alguien del grupo, la profesora salió a atenderlos y de repente se voltea hacia mí y me dice: ‘René te buscan’, fue todo lo que me dijo. Me dirigí a la puerta del aula y vi al fotógrafo del pueblo en ese entonces, don Alfredo, con mi hermano mayor Alfonso (16 años), me sacaron de clases y caminando a través de todo el patio de la escuela, mi hermano Alfonso me abraza y me dice con lágrimas:

‘Hermanito, te tengo una lamentable noticia, mamá y Chío fallecieron en el terremoto’.

Sentí que el mundo se me caía a pedazos. Lloré y abrazaba a mi hermano Alfonso, como reclamándole a él que no tenía la culpa de lo que pasaba ¿por qué?, era mi única pregunta, ¿por qué ellas?

El trayecto a mi casa fue uno de los momentos más duros que he vivido, no quería llegar, no quería aceptar lo que pasaba, no quería quedarme sin mi madre y mi hermana. Llegando a casa me cambié a como pude y lloré muchísimo, sentía un vacío terrible, horrible que a tan corta edad era mucho para mí”.

LA LLEGADA DE LAS CENIZAS

“Ese mismo día por la tarde fuimos a recoger a mi padre al aeropuerto procedente del DF con las cenizas de mi madre y de mi hermana. La impaciencia y el dolor eran insoportables; cuando a lo lejos vi a mi padre bajar las escaleras con las dos urnas en ambas manos, sentí el dolor más intenso que pueda sentir alguien.

Fue una escena que la tengo muy grabada en mi mente; el verlo caminar hacia nosotros, callado y a veces pausado al hablar. Nos dirigimos al pueblo y todo era silencio, solo mi hermano Alfonso y yo llorábamos desconsolados. Mi otro hermano, el menor, Luis Adrián, quien estaba por cumplir 6 años no tenía idea de lo que estábamos viviendo en ese momento.

La mirada de mi padre perdida, ausente, fija hacia al frente en todo el trayecto, pero firme sin demostrar el dolor desgarrador que estaba sintiendo para no hacernos caer a nosotros más de lo que ya estábamos. Llegamos a mi casa y ya habían sacado mesas y sillas para velar las cenizas de mi madre y hermana lo cual decidieron hacer ese mismo día en la casa de mis tíos que vivían a lado.

Hay una imagen que nunca olvidaré y cuando la recuerdo me parte el alma y el corazón, fue ese mismo día que se velaban las cenizas de mi madre y hermana. Por la tarde de ese día me tocó cuidar a mi hermano Luis Adrián para entretenerlo, y de repente cuando él jugaba en el pasillo de mí casa se me acercó y me dijo: ‘Hermano, ¿y mi mamita y mi hermanita cuándo regresan de su viaje?’. No supe qué decir en ese momento, me tuve que tragar mis lágrimas para que no se diera cuenta, pasaron unos minutos para que realmente le pudiera contestar y lo único que le dije fue: ya pronto regresarán Chiquis (así le decíamos de cariño a Luis).

Todo ese día y el día siguiente fue de un dolor profundo que carcomía el alma y el corazón, y hasta cierto punto de incertidumbre, a pesar de que ya sabíamos lo sucedido. Fuimos al panteón a dejar sus restos (cenizas) a lado de mis abuelos maternos.

Regresamos a casa y todo era tristeza, soledad, y un vacío que sería muy difícil de superar. Le agradezco mucho a toda mi familia, vecinos, amigos y demás que nos mostraron en ese momento toda su solidaridad y apoyo para poder sobrellevar esa tragedia”.

LA ESPERANZA DE LO QUE NO PUDO SER

“Los años siguientes (5 o 6 años) yo tenía la idea o la esperanza que mi padre se hubiese equivocado de personas y que realmente no eran mi madre y mi hermana. Durante ese tiempo no perdí la esperanza y la ilusión que eso sucediera, que ellas regresarían a casa diciendo que todo había sido una equivocación, pero lamentablemente eso nunca sucedió”.

UN PADRE ADMIRABLE

“Mi padre, un hombre admirable en toda la extensión de la palabra para mí y mis hermanos por la fortaleza que mostró a cada momento durante todo ese proceso, le tocó esa enorme responsabilidad de ser padre y madre a la vez y asumir en cierta forma muchas de las cosas que nuestra madre acostumbradamente hacía.

Después de muchos años me tocó verlo llorar con un sentimiento desgarrador sentado en la sala de mi casa. Ese hombre que durante mucho tiempo se hizo fuerte ante nuestros ojos, llegaba a ese momento que como ser humano desfallecía y sacaba todo ese dolor que durante años había guardado. El ser humano que para mí fue mi ‘Super padre” daba muestras de las heridas de esa terrible tragedia.

Dos años antes de su muerte, platicando con él, le hice una pregunta que hacía muchos años quería saber, le dije: ‘Papá, no quiero hacerte sentir mal porque sé todo lo que representó para ti todo ese proceso, pero quisiera saber ¿cómo fue todo lo que pasaste y viviste cuando lo de mi madre, hermana y sus amigas?’

Llegué a pensar que no me respondería, porque se quedó callado y pensativo durante unos minutos y de repente comenzó a contarme a detalle todo el viacrucis que le tocó vivir. Cada palabra que salía de su boca me desgarraba el alma, quise llorar en ese momento, pero me contuve”.

UN RECUERDO CON DOLOR

“Hoy, cada 19 de septiembre lo recuerdo con mucha tristeza como el día que nos cambió por completo nuestras vidas. En un solo día perdimos a nuestra mamá y a nuestra hermana mayor, perdimos una familia, perdimos parte de nuestra esencia y de nuestra alma. Nuestras vidas ya no fueron las mismas porque, aunque mi padre asumió los dos roles en nuestra casa, el vacío que dejaron mi madre y hermana fue algo que nos marcó como personas y sobre todo nos costó muchísimo poder sobrellevarlo a lo largo

de los años.

En lo personal, aunque en ese entonces tenía 14 años, me hizo falta mi madre y la presencia de mi hermana, pero lo que muchas veces me sigue doliendo al acordarme, es saber que mi hermano Luis Adrián no pudo disfrutarlas a ambas por ser un niño de tan corta edad.

Así como fue nuestro caso, hubo muchas familias que lo perdieron todo y no quiero pensar lo terrible que fue estar ahí presente y ver morir a sus familiares, vecinos, amigos y perder todo tu patrimonio”.

«Fueron días de angustia, sin saber qué pasaba. Familiares, amigos, vecinos, todos a diario en mi casa preguntando para saber la situación de nuestros seres queridos. La televisión de mi casa las 24 horas del día estaba encendida para no dejar pasar ninguna noticia que nos diera con el paradero de ellas cuatro y que por fin pudiéramos estar tranquilos, pero nada de eso sucedía”

René López Balcázar

FOTOS: CORTESÍA

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