Cementerio textil: una tumba hecha de ropa

Rosy Cuevas
Xalapa, Ver.

Hace unos días que las imágenes de un basurero de ropa, ubicado en el desierto de Atacama le dieron la vuelta al mundo.
Y no es para menos: kilómetros enteros de esta zona, una de las más agrestes del mundo, cubierta por toneladas enteras de prendas de vestir.

Pero, ¿de dónde viene tanta ropa? ¿Quién la desecha? ¿Qué va a pasar con todas estas prendas basura?
La respuesta es bastante compleja.

Los mayores de 30 años recordamos muy bien cómo era comprar ropa hace un par de décadas: las opciones eran limitadas, las tendencias cambiaban cada seis meses, y la ropa en general duraba, y duraba mucho (un par de hijos por lo menos).
Con la llegada de la revolución tecnológica todo se volvió instantáneo: la información, las imágenes, los videos. Todo al alcance de nuestros dedos y a solo un click de distancia.

Esta revolución alcanzó también a la industria textil: nuevas tendencias salen todos los días, y la demanda es gigante, queremos más: más estilos, más barato, más rápido.

Esto hizo que la industria manufacturera, cuya mayor sede radica en Asia (China y Bangladesh principalmente) buscara soluciones a la inmensa demanda del mundo entero.

Trabajadores (en su mayoría mujeres de escasos recursos ) que laboran día y noche a cambio de un escaso sueldo (si es que se les paga, claro, ya que la retención de pagos es una práctica común) cantidades inmensas de químicos tóxicos que se vierten en los ríos o se emanan a la atmósfera; prendas que parecen multiplicarse por segundo, más baratas sí, pero de una calidad bastante deficiente que muchas veces no supera las dos puestas.

Chile es una de las principales entradas en América de toda esta ropa, pero hay un problema: es tanta que hace imposible su paso por la aduana porque ésta simplemente no se da abasto.

En este punto resulta más rentable tirarla, que traerla de vuelta o moverla a otro puerto, y el país ofrece el sitio “perfecto” para desecharla: el desierto de Atacama, el más extenso del continente.

Futuro incierto

La ropa está nueva, aún conserva etiquetas, pero su futuro se vuelve incierto: la acción del sol y la arena la volverá inservible en poco tiempo, y la composición de sus tejidos (enteramente sintéticos para abaratar la prenda) es casi siempre imposible de reciclar por lo que ahí se quedará hasta el final de los tiempos, como millones de espectadores mudos del consumismo que está devorando al planeta.

Pero estas plataformas gigantes, tiendas en línea como Shein o Romwe convence a los consumidores con un bombardeo constante de publicidad, enfocado sobre todo en redes sociales.

Anuncios de prendas de moda, influencers que nos muestran sus adquisiciones ( muy frecuentemente patrocinadas por la misma tienda) aunque generalmente de cinco prendas solo dos sean usables, ya sea por calidad o por errores en la proporción de las prendas, algo muy común por la poca atención que se le brinda a la calidad.

¿Qué solución podemos dar nosotros a este tremendo problema? Mejorar nuestros hábitos de consumo: preferir, hasta donde nuestro bolsillo nos lo permita, calidad por encima de cantidad; darle el adecuado cuidado a las prendas para que tengan máxima duración y de preferencia, evitar al máximo estos mega proveedores de ropa asiática.

Según un estudio de la ONU de 2019, la producción de ropa en el mundo se duplicó entre 2000 y 2014, lo que ha dejado en evidencia que se trata de una industria “responsable del 20% del desperdicio total de agua a nivel global”. Además, la fabricación de ropa y calzado genera el 8% de los gases de efecto invernadero.

También es importante informarnos sobre las mejores opciones para adquirir ropa para evitar caer en la trampa de falsa sustentabilidad. Y solo así evitaremos que el planeta se ahogue en tanta ropa y se vaya a la tumba, una tumba hecha de tela.

DATOS:

La producción de textiles causa el 20% de la contaminación de agua potable en todo el mundo.

El 85% de los textiles fabricados son desechados en basurales o incinerados.

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