Muere Havelange, ex presidente de la FIFA

«Soy un vendedor de un producto llamado fútbol». De esa forma se presentó Havelange cuando accedió a la presidencia de la FIFA, en 1974. El dirigente brasileño lo hizo seis años antes de que Juan Antonio Samaranch llegara a la cúpula del Comité Internacional Olímpico (CIO), dirigente con el que compartía una línea de actuación acerca del rumbo que debía tomar el deporte, especialmente en lo que se refería a su gigantismo y comercialización. Eran, además, latinos, y junto al italiano Primo Nebiolo, ex presidente de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF), conformaron un ‘lobby’ que rompió con el dominio anglosajón del deporte internacional, contrario tradicionalmente a la profesionalización.

De hecho, Havelange sucedió a sir Stanley Rous. El brasileño era el último vivo de ese grupo de presión, después del fallecimiento del mexicano Mario Vázquez Raña, patrón y ‘conseguidor’ del deporte latinoamericano, y presidente de la Asociación de Comités Olímpicos Nacionales (ACNO).Todos engrandecieron y enriquecieron sus estructuras, y todos fueron señalados por la corrupción, como una carcoma inherente al poder que desarrollaban. A Samaranch le costó la reestructuración y saneamiento del CIO, en el que hubiera preferido un crepúsculo sin sobresaltos.

A Havelange le alcanzó personalmente. Tuvo que dimitir, incluso, como miembro del CIO, cargo que conservaba tras dejar la FIFA, con el pretexto de una precaria salud, pero acuciado por las acusaciones de haber cobrado en el pasado comisiones de la firma ISL, que comercializaba los derechos de televisión del Mundial. De hecho, fue una empresa creada ad hoc y ya quebrada.

La investigación acabó por alcanzar a su yerno, Ricardo Teixeira, el dimitido presidente de la Confederación de Fútbol Brasileña y ex presidente del Comité Organizador del Mundial 2014. Teixeira fue señalado en su país como el ‘naranja’ de Havelange en los pagos, expresión utilizada para referirse a un testaferro.

Durante su mandato, a Havelange le persiguieron acusaciones de todo tipo, relacionadas con el tráfico de armamento y su apoyo a las dictaduras. Las venta de armas, no obstante, era un negocio familiar al que ya se dedicaba su padre, un empresario belga que emigró a la entonces permisiva Brasil, donde Jean-Marie Faustin Goedefroid de Havelange, con ese nombre fue bautizado, nació en 1916, concretamente en Río de Janeiro.

Del armamento al deporte, Havelange inició entonces una vida realmente cinematográfica, que le llevó a participar, como nadador, en los Juegos del nazismo, en Berlín en 1936. Fue, pues, testigo de la primera gran escenificación del deporte moderno, puesto que, ideología al margen, tales Juegos dejaron una notable herencia logística al movimiento olímpico, como el recorrido de la antorcha, la película oficial, rodada por Leni Riefenstahl, o el reclutamiento de voluntarios, miembros de las juventudes hitlerianas. Casi dos décadas después, en 1952, volvió al escenario olímpico en Helsinki, como miembro del equipo brasileño de waterpolo.

El destino ha querido que su fallecimiento se produjera, precisamente, durante la celebración de los Juegos en su país y en su ciudad, aunque maltrecho por la salud y con su figura postergada.Después de retirarse como deportista, Havelange inició su carrera como dirigente, en la Confederación Brasileña de Deportes o el Comité Olímpico de su país, pasos que le posicionaron para acceder a la FIFA, organismo que gobernó entre 1974 y 1998, 24 años, para abdicar de forma voluntaria en su secretario general, Joseph Blatter, mucho más que un ‘aparatchik’. La organización quedaba bajo control, pero era totalmente distinta a la que encontró.

La cultura de la corrupción que dejaba, acabó por hacerla estallar, prácticamente 20 años después, en la mayor crisis de credibilidad del fútbol internacional.Havelange, un políglota de perfil diplomático, era un ‘lobbysta’ excelentemente relacionado con dirigentes políticos de la misma forma que con los ‘reyes Midas’ de la industria deportiva, como Horts Dassler, de Adidas. Fue el primero que entendió el fútbol como un gran escenario publicitario y un objeto de subasta para las televisiones. Atrajo a su deporte a marcas como Coca-Cola, Nike, Budweiser o McDonald’s. Impulsó la creación de torneos internacionales de categorías inferiores, dinamizó el fútbol femenino y sacó el Mundial de los circuitos habituales, con las experiencias de Estados Unidos, en 1994, y Corea y Japón, en 2002, que propició pero ya no vivió como presidente.

El patrimonio de la FIFA, a su marcha, se cifraba en más de 4000 millones de dólares.Tras un ciclo inicial en el cargo, su primer Mundial fue el de Argentina, en 1978. Mientras Havelange y otros dirigentes presenciaban partidos en el Monumental de River, a escasa distancia, en la Escuela Mecánica de la Armada, eran torturados presos políticos. Sobre un presunto soborno con terrenos del dictador argentino tuvo que responder Havelange a una pregunta en la Cámara de Diputados de su país, más de 20 años después.

Como Samaranch y otros dirigentes internacionales, el brasileño era un convencido de que el deporte internacional debía coexistir con todas las fórmulas del mapa geopolítico si quería sobrevivir y crecer. Para ello era imprescindible que tuviera músculo popular y financiero, y que fuera independiente jurídicamente frente a los estados. La génesis del deporte, basada en el asociacionismo, legitimaba la naturaleza privada de las estructuras federativas, piramidales como las de la Iglesia, un estado dentro del Estado. Esa calculada equidistancia permitió a Havelange compartir palco con Videla y recibir la Legión de Honor francesa o la Gran Cruz de Isabel la Católica. No hay mejor metáfora para revelar de qué forma este dirigente, que cumplió 100 años antes de morir, representó el poder con sus dos caras.Joao Havelange nació el 8 de mayo de 1916 en Río de Janeiro (Brasil) y falleció en la misma ciudad, el 16 de agosto de 2016.

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