Por: María Elodia Zurita Argáez.
¡Hoy también es un gran día! Los tabasqueños nos preparamos para una de las fechas más significativas y entrañables para los mexicanos, donde los opuestos coexisten en una singular relación: la vida y la muerte se encuentran, interactúan y conviven en un mismo espacio, donde se espera con anhelo que los seres queridos ausentes físicamente se presenten y disfruten de la carnalidad del ser: del alimento, la bebida, los dulces y aún de las bebidas espirituosas y sobre todo de la amable compañía de las personas que un día quiso y que le quisieron, familiares dispuestos a alejarse del mundo material para recordar de donde vienen, para rendir sus respetos a aquellos que los antecedieron y que le dan la identidad que ostentan. Singular celebración es esta: donde lo intangible se hace tangible, lo etéreo se hace material.
Los nativos consideraban la muerte como una dualidad, como parte del ciclo de la naturaleza y hacían rituales para celebrar y experimentar el reencuentro con los los espíritus de sus antepasados; para los mayas, los muertos tienen vida, por lo tanto sus espíritus tienen necesidad del sustento tanto como los vivos, por esta razón les preparan los guisos que solían disfrutar en vida, para mantenerse con energía durante su trayecto en el más allá.
En realidad, esta celebración constaba de dos festivales que se realizaban en los meses correspondientes a julio y agosto del calendario solar azteca y duraban un mes completo; las festividades eran presididas por el dios Mictecacihuatl, conocido como la «Dama de la muerte» asociada actualmente con la Catrina. Estos rituales se realizaron por lo menos durante 3,000 años. Los conquistadores españoles aterrados por las prácticas paganas de los nativos y en un intento de convertirlos al catolicismo, movieron el festival hacia el inicio de noviembre para que coincidiesen con las festividades católicas del Día de todos los Santos y Todas las Almas.
En el siglo XIX se consolidó la costumbre de adornar las tumbas con flores y velas, así como visitar los panteones los días 1 y 2 de noviembre, la clase alta por las mañanas y los pobres por la tarde; la gente de dinero aprovechaba estos días para poder estrenar sus ropas negras que preparaban desde antes para poder lucirlas en los panteones; ésta costumbre es de origen europeo.
Otros elementos que forman parte de esta colorida tradición son las calaveritas de azúcar, el pan de muerto, utilizar la flor de cempaxúchitl para adornar las tumbas y el altar (en la que se presenta la ofrenda al difunto compuesta por La Cruz), los retratos del o los fallecidos y velas de cebo, además de los alimentos como el pan de muerto, guisados, bebidas, calabaza en tacha; también incluye papel picado, arco de caña y flores, agua, incienso, etcétera, aunque los elementos varían dependiendo de la zona del país.
Es también tradición escribir versos irreverentes y jocosos llamados calaveras, que servían como medio para expresar descontento con los políticos de la época. Las primeras calaveras fueron publicadas en 1879, en el periódico El Socialista, de Guadalajara. Los dibujos que suelen acompañar los versos son conocidos con el nombre de La Catrina o Calavera Garbancera, figura creada por José Guadalupe Posada y bautizada por el muralista Diego Rivera.
“Quien quiera gozar de veras/y divertirse un ratón, / venga con las calaveras/ a gozar en el panteón”. Fragmento de Revumbio de calaveras de José Guadalupe Posadas.
¡Que esta sea una productiva semana para todos! La ciencia nutre la mente, la religión alimenta el espíritu, el arte enriquece el alma. Facebook: Mary Zurita. Correo: maryzurita2006@yahoo.com.mx