Se acerca el día final

Más allá del aluvión de sondeos y los escándalos que alimentan portadas, la contienda por la Casa Blanca entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump llama la atención sobre las interioridades del proceso electoral estadounidense.

Cada cuatro años, las empresas periodísticas norteamericanas y de otras partes del mundo se enfocan en los comicios para escoger a un nuevo mandatario en ese país o mantener en el cargo a quien solo haya cumplido un periodo, pues es posible servir hasta dos mandatos consecutivos.

Términos como caucus republicano y demócrata, elecciones primarias, estados rojos, azules o bisagras, votantes registrados y probables, votos electorales, entre otros, pasan a formar parte del lenguaje habitual para narrar una campaña que combina en su dramaturgia política y espectáculo.

Martes el día, noviembre el mes

Mientras en otras partes del mundo resulta común que las elecciones generales se realicen el fin de semana, fundamentalmente los domingos, las de Estados Unidos siempre se fijan para el primer martes después del primer lunes de noviembre -este año el año el 8 de noviembre-, una práctica que se remonta a 1845.

Gran parte de la población estadounidense vivía de la agricultura, y al plantearse la necesidad de una fecha electoral, el Congreso consideró noviembre el mes más adecuado para que los habitantes de zonas rurales llegaran a las urnas.

Según se valoró entonces, preparar los campos y sembrar cultivos demandaba la mayor parte del tiempo de los votantes en los meses de primavera y verano, pero a principios de noviembre la cosecha había concluido en casi todos los lugares, y el clima aún permitía largos recorridos.

Las cabeceras de los condados eran los únicos espacios con sitios de votación, lo cual representaba para muchas personas un viaje nocturno; fijar la elección para un martes significaba, entonces, emprender la marcha el lunes y no el domingo, pues esa jornada se dedicaba a asistir a la iglesia.

Entre las razones para escoger el primer martes después del primer lunes hubo otros motivos religiosos, pues el Congreso no quiso que los comicios se realizaran nunca el 1 de noviembre, correspondiente al Día de Todos los Santos en la tradición católica.
La introducción del proceso de votación temprana o anticipada, que se realiza en 33 de los 50 estados, brinda la posibilidad desde 1992 de no limitar el sufragio a un solo día, aunque la mayor cantidad de boletas se emiten durante la jornada electoral.

El deseado botín de los votos electorales

Para alcanzar la Presidencia de Estados Unidos, 270 es el número mágico; esa es la cifra de votos electorales que necesita un candidato para llegar a la Casa Blanca, en un proceso comicial que no es de votación directa, sino de segundo grado.

Ello significa que cuando un votante asiste a las urnas, su boleta no va directamente al aspirante de uno de los partidos, sino a 538 electores provenientes de los 50 estados y el Distrito de Columbia, comprometidos de antemano a elegir al candidato de una formación determinada.

Quien recibe la mayor parte del apoyo de la ciudadanía en un estado, aun con ventaja mínima, se lleva todos los votos electorales de ese territorio -con las únicas excepciones de Maine y Nebraska-, por eso una de las críticas más frecuentes al proceso norteamericano se refiere al poco peso de la decisión popular.

De hecho, en al menos 17 ocasiones la persona que fue nombrada presidente no tuvo la mayoría de los sufragios de la población, pero alcanzó el número requerido de votos electorales, como ocurrió en el año 2000 cuando el republicano George W. Bush se impuso al demócrata Al Gore.

Ello tiene que ver con otro de los cuestionamientos que se le realizan al sistema electoral, el de la desigualdad de los estados, porque por lo general solo los votantes de los territorios decisivos determinan el resultado de los comicios.

California es la joya de la corona, al otorgar 55 votos, seguido por Texas, con 38, Florida (29), Nueva York (29), Illinois (20), Pennsylvania (20) y Ohio (18) como los que más aportan; en el caso contrario se encuentran Vermont, Alaska, Montana o Dakota del Norte, todos con tres.

Entre demócratas y republicanos anda el juego

Un lector que no siga con frecuencia o profundidad las elecciones norteamericanas, podría sorprenderse al saber que en los comicios de 2016 se enfrentan cuatro aspirantes, pues además de Trump y Clinton contienden Gary Johnson, por el Partido Libertario, y Jill Stein, por el Partido Verde.

Estas dos últimas formaciones, fundadas en 1977 y 1992, respectivamente, tienen posibilidades nulas de imponerse en un país donde desde 1853, tras el gobierno de Millard Fillmore, todos los presidentes han sido republicanos o demócratas.

La diferencia que pueden representar estas dos fuerzas el 8 de noviembre se vincula, quizás, con los altos niveles de rechazo que tienen los dos aspirantes de los partidos principales, ante lo cual algunos de sus seguidores tradicionales pueden inclinarse por verdes o libertarios.

Pero más allá de que estas dos formaciones les resten algunas boletas a sus rivales, la definición será sin dudas entre demócratas y republicanos, envueltos en una pelea que hace pocos días se mostraba más favorable a Clinton, pero que hoy se muestra mucho menos definida.

En las elecciones del año 2000, los principales medios del país usaron mapas de resultados donde los estados adjudicados a Bush aparecían en rojo y los que ganó Gore se colocaban en azul.

A partir de entonces surgió la práctica de emplear esos colores para diferenciar a las dos fuerzas principales, con ella también aparecieron los términos de estados rojos y azules, de acuerdo con la tendencia que siguen a la hora de realizar el sufragio.

Los azules se encuentran fundamentalmente en el noreste, el área norte del centro, y en la costa oeste (California, Nevada, Illinois, Nueva York y Wisconsin son algunos de ellos); mientras los rojos (Texas, Utah, Mississippi y Idaho, entre otros) suelen concentrarse en el sur, las Grandes Llanuras y áreas montañosas.

El congreso también es escenario de batalla

Además de escoger al sucesor de Barack Obama en la Casa Blanca, los estadounidenses votarán por los 435 asientos de la Cámara de Representantes y un tercio de los 100 escaños del Senado.

En esas dos instancias los republicanos tienen mayoría, pero medios y analistas estiman que los demócratas cuentan con grandes probabilidades de retomar el control de la Cámara alta dos años después de perderla.

Los miembros de la formación roja tienen en la actualidad 54 asientos en el Senado, por 44 los del partido azul, pero en esta elección deberán defender sus puestos 24 republicanos y solo 10 demócratas, lo cual representa una ventaja para estos últimos.

Junto con los comicios presidenciales y legislativos, 12 estados elegirán a su gobernador: Carolina del Norte, Dakota del Norte, Delaware, Indiana, Missouri, Montana, Nueva Hampshire, Oregon, Utah, Vermont, Washington y Virginia Occidental.

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