Hace unas semanas, me pidieron que hiciera una presentación en un show llamado Bedpost. Bedpost se anuncia como un cabaret erótico. Yo era uno de los dos narradores incluidos en el programa, junto con un grupo de comediantes, unas bailarinas burlesque y, para finalizar, un concurso. El premio del concurso era un vibrador para parejas que valía 200 dólares. Hice mi presentación esa noche con una indiferencia general que al principio enjareté al público pero, pensándolo bien, la culpa era sólo mía. La audiencia se echó el resto del evento. Les gustó mucho la segunda narradora, una ex dominatriz que explicó cómo entró al negocio.
Más tarde, después de que la pareja que ganó el vibrador pidió una ronda de shots para el bar, me puse a platicar con la ex dominatriz y respondió todas mis preguntas. Hablamos sobre el estigma del trabajo sexual. Hablamos de dinero. Hablamos de muchas cosas pero siempre regresábamos al tema del primer día da trabajo. En mi primer día de trabajo, me dio un ataque de ansiedad después de que me enseñaron a usar la copiadora. No imagino qué habría pasado si hubiera sido responsable de los genitales de otra persona.
Conozco algunas personas que trabajan en la industria del sexo pero nunca he platicado a fondo de ese tema con ellas. Supuse que si quisieran hablar sobre eso, me dirían, y si no, entonces no es de mi incumbencia. Sin embargo, la apertura de la dominatriz y nuestra conversación despertó mi curiosidad. Decidí buscar a algunos de mis amigos y conocidos para preguntarles si podía entrevistarlos acerca de su primer día. Las conversaciones a continuación no son de ninguna manera un recuento completo de la vida de las trabajadoras sexuales. Solo son un vistazo a cómo es entrarle a este trabajo.
Renata Val*, dominatriz de pies
Hace dos años, me fui a vivir a Toronto después de vivir y trabajar en Europa. Mi familia y mi novio se quedaron allá. Me sentía sola y deprimida. Me mudé a una habitación oscura y diminuta en una casa mugrienta donde vivían otros cuatro güeyes. Durante mis primeros tres meses en la ciudad, me quedé en esa cueva, generalmente en posición fetal. Cuando se acabaron mis ahorros, supe que tenía que buscar trabajo. En un momento de aburrimiento y curiosidad, terminé en Craigslist y llegué a la conclusión de que la mejor forma de ganar dinero era por medio de los que tienen fetiche de pies.
Estaba muy nerviosa antes de mi cita de Craigslist pero hice lo que pude para que mis pies se vieran presentables. No creo tener pies particularmente bellos. Pero tampoco están mal. Mis dedos están un poco chuecos. En el día en cuestión, me salieron ampollas por caminar mucho en tacones de 12 cm. Me puse barniz color morado con brillitos sobre el barniz caído y salí esperando lo mejor.
Me reuní con Miles, un hombre mayor muy guapo, en un restaurante local. Después de platicar y tomar un café, nos subimos a su camioneta y, de todos los lugares a los que pudimos haber ido, terminamos en un estacionamiento subterráneo de una plaza. Fue el único lugar que se me ocurrió donde podíamos estar a solas y a oscuras para jugar con mis pies en pleno día.
Yo vigilaba mientras Miles masajeaba, lamía y chupaba mis pies descalzos. No sabía cómo íbamos a reaccionar si nos descubrían. No sabía si Miles iba a tener una erección. ¿Habrá notado las ampollas de mis pies? ¿Debería preocuparme? ¿Debería fingir que me encanta?
Al salir de la plaza, la camioneta de Miles se atoró en un tope amarillo de concreto del estacionamiento. No calculó bien su altura y la camioneta no podía avanzar. No sé por qué pero decidí que necesitaba actuar normal y le ayudé a empujar. Se escuchó un chillido muy fuerte, del cemento rozando contra el metal, y creo que le hicimos mucho daño al auto. Me dejó en el mismo restaurante donde nos vimos y me dio 60 dólares. No nos volvimos a ver.
Todavía acepto clientes con fetiche de pies de vez en cuando pero he mejorado mucho desde esa vez. Poco después de conocer a Miles, empecé a vender mis calcetas usadas a un estudiante que ahora es mi esclavo. Hace la limpieza, lava mi ropa, va por la despensa y a veces lo obligo a escribir ensayos. A cambio, le permito chupar los dedos de mis pies. Es increíble.
Sovereign Syre, actriz porno
Cuando salí de la universidad, quería escribir una novela. El plan era viajar a Francia y explorar Bretaña, porque ahí iba a estar ambientada mi novela. Asumí que podía trabajar en Starbucks cuando se me acabara el dinero. Pero creo que fue más que eso. Siempre he sido una chica buena y tuve mucho éxito «tradicional» desde muy joven. Era muy buena bailarina. Me gradué muy joven de la universidad. Y a pesar de todo eso, me sentía miserable. Anhelaba algo diferente.
Había una página que se llamaba God’s Girls. Era una página porno muy soft, sólo había desnudos, y pagaban. Creí que podía hacer algo arriesgado, como publicar fotos desnuda en internet y ganar dinero para viajar. A partir de ahí, empecé a trabajar en la fotografía erótica pero nunca lo vi como porno. Siempre tenía un toque artístico. Y no era video.
En un evento de caridad en el que estaba trabajando, conocí a un grupo de actores porno que empecé a seguir en Twitter. Me fascinó su estilo de vida, la libertad que sentían al ser sexuales
Gracias a esos contactos y de las redes sociales, conocí a una directora llamada Nica Noelle. Me ofreció participar en una de sus películas y dijo que me iba a pagar mucho más que si solo modelaba. Entiende que entré a la industria en 2011, cuando había mucha gente haciendo porno feminista, alternativo y queer. Me sentía como una activista.
En cuanto llegué al set, me puse muy nerviosa. Hay momentos en la vida donde sabes que si cruzas la línea, no hay vuelta atrás. El porno es una de esas líneas. Eso vas a ser por el resto de tu vida. No recuerdo mucho de lo que pasó ese día porque estaba muy ensimismada. Cuando llegó el momento de grabar una escena de sexo, me dejé llevar y me concentré en la otra chica. Cuando terminamos, sentí un gran alivio y también mucha libertad.
Seguí haciendo porno lésbico durante los próximos cuatro años. Empecé a grabar con hombres hace dos años pero creo que he hecho menos de diez escenas. En realidad, ya casi no hago porno. Ahora me dedico a la comedia stand-up y a mi podcast.
Las razones por las que la gente hace porno son innumerables pero, en este caso, el porno ha sido una de las mejores cosas que me han pasado. Entiendo que la sociedad ya me desterró y es sumamente liberador. Las trabajadoras sexuales son personas y el hecho de que no sigamos los estándares que la sociedad establecen como el buen comportamiento no significa que seamos malas. Estamos dispuestas a tomar el riesgo de ser rechazadas por la sociedad a cambio de ser felices, ya sea ganando dinero o teniendo experiencias sexuales únicas. Creo que mi hermano es la única persona que se opone. Dice que mi carrera en el porno me arruinó el internet. Mi papá dice que lo único que podría hacer para decepcionarlo es ser una persona cobarde.
Pamela Isley*, masajista erótica
Una amiga administra el spa donde trabajo actualmente. Regresó a la industria después de una larga pausa y dijo que no sabía por qué no había vuelto antes. Escucharla hablar de su trabajo despertó mi interés. El lugar donde yo trabajaba era aburrido y poco flexible. Además, la posibilidad de trabajar poco tiempo y ganar mucho dinero era emocionante. Lo pensé mucho. Al final me decidí a hacerlo porque me di cuenta de que podía desperdiciar toda mi vida pensando y, de todas formas, no iba a saber cómo era hasta intentarlo.
Mi amiga y yo quedamos de vernos para resolver mis dudas. Hablamos durante una hora y después me dijo que esa había sido mi entrevista. Y que si quería ir una semana para probar, era más que bienvenida.
En mi primer día estaba muerta de miedo. No sabía cómo iba a ser mi capacitación. Y resulta que no hubo mucha. Tuvimos una sesión de media hora donde me explicaron lo más general y me mostraron videos de cómo dar masajes. Y de pronto, bam, llegó el primer cliente y me tocó ser una de las tres chicas que tenían que recibirlo. El cliente era justo el tipo de hombre que esperas ver en un lugar así —de mediana edad, corpulento, empresario—. Ya sabes, que aprovecha su hora de comida para ir por un masaje erótico de 45 minutos.
Desnudarme frente a un desconocido no fue difícil. Ya lo había hecho muchas veces cuando modelaba. El sexo y la desnudez no me incomodan. De hecho, el trabajo resultó ser bastante agradable. El masaje fue hipnotizante. Le eché aceite en la espalda y me restregué contra su cuerpo. Fue casi una pirueta de atletismo. Al principio me daba miedo tener que masturbar al cliente para prenderlo pero, aunque suene muy presumido de mi parte, logré que se viniera en menos de un minuto. Y así fue con todos mis clientes de ese día. Me di cuenta que tenía talento.
En poco tiempo supe que esto era lo mío, en especial cuando recibí los 110 dólares que me tocaban como pago de una sesión de 45 minutos. Salí de mi primer día con mucho dinero y muy emocionada por lo que acababa de hacer. Me sentí empoderada por mi habilidad sexual. Me sentía como un rebelde con un secreto sucio. Sabía que con el tiempo me iba a hartar. Pero también sabía que iba a regresar.
Andrea Werhun, escort
La primera vez que entré a un téibol, llegué con una serie de ideas preconcebidas. Creía que esas chicas eran superficiales y tontas, y que quitarse la ropa frente a una multitud de desconocidos era lo último que querían hacer en una noche de lunes. Pero me di cuenta de que las mujeres desnudas no eran débiles ni estaban esclavizadas. Eran fuertes y sonreían, y todos sus movimientos eran gráciles y mágicos. De pronto, me dieron muchas ganas de ser como ellas.
Por un tiempo, me dediqué a practicar caminando en tacones altos y bailando himnos de tres minutos. Creí que lo que quería era actuar frente a un público pero después llegué a la conclusión de que ser escort era mejor para mi ritmo. Me dijeron que era más privado, más seguro y mejor pagado. Como estaba en la universidad y vivía sola, ganar lo de mi renta en un par de horas era como un sueño. Y me encantaba la idea de tener un secreto así.
Llevaba un cuaderno con mis dudas respecto a la seguridad, el uso del condón y la prevalencia de enfermedades de transmisión sexual. Después de que me tranquilizaron, escogí mi nombre de escort: Maryanne. La primera noche de trabajo estaba temblando de miedo en el asiento del copiloto de una SUV en camino a un hotel lujoso. Mi jefe me aseguró que los clientes estaban más nerviosos que yo pero no sabía si creerle.
Cuando se abrió la puerta de la habitación del motel, un hombre bajito con ojos lánguidos apareció frente a mí. Había porno en la tele pero estaba en silencio. El cuarto estaba lleno de humo de cigarro. Tomó mi abrigo y me dio el dinero. Empezamos a platicar y poco después ya estábamos en la cama. «Está bien», pensé, «solo nos vamos a dar placer un rato». Cuando acabamos, él dijo que tenía que ver a un amigo en el bar y me pidió que cerrara la puerta al salir. Sola, en su cuarto, reí y bailé, me miré desnuda al espejo y pensé: «Nunca había sido tan fácil ganar dinero».
Mis dos años como escort fueron mi trabajo ideal. Me gustaba conocer gente nueva y platicar con ella, ver sus cuerpos, su cara de orgasmo y su vulnerabilidad.
La vergüenza y el estigma de ser trabajadora sexual con frecuencia supera los beneficios a largo plazo de un trabajo flexible y bien pagado. Es una carga horrible tener que esconderse por miedo a que te juzguen. Esconderse hace daño, pero también decir la verdad. La decisión de ser trabajadora sexual no puede tomarse a la ligera, no es un trabajo que se hace «solo por el dinero». La industria del sexo te come vivo. Si lo vas a hacer, necesitas un plan de escape. Cuida tu salud mental. Revísate periódicamente. Habla con alguien de confianza sobre tus experiencias. Sé honesta contigo misma. Mira cómo el dinero se acumula y disfruta el paseo.
Andrea y la colaboradora Nicole Bazuin documentaron sus experiencias como escorts en el libro Modern Whore que saldrá a la venta próximamente.
*Se cambiaron los nombres para proteger su identidad .