Hace tres años saltaron a la fama conmoviendo a un país ávido de triunfos deportivos. La fotografía de un pequeño basquetbolista descalzo enfrentándose a un oponente superior en peso y altura se volvió icónica; hoy esos niños tienen 14 años, comen tres veces al día y se preparan para estudiar la preparatoria en Houston, Texas, el próximo año.
Cuando Sergio Zúñiga, el artífice de la Academia de Basquetbol Indígena de México (AMBI), llegó a la región triqui —al noroeste de Oaxaca—, buscar el sueño americano, trabajar en el campo y abandonar la escuela era ley de vida para estos jóvenes indígenas.
Seis años después de la llegada de El profe, Melquiades Ramírez de Jesús —a quien la violencia dejó sin padre— come tres veces al día, toma clases de inglés y ha atravesado el Atlántico: algo inimaginable para el habitante promedio de una zona con altos niveles de marginación.
Impensable también para Tobías de Jesús Bautista, proveniente de una familia de nueve hermanos, era compartir la duela con los Spurs de San Antonio, como lo hicieron en la Arena Ciudad de México, o estrechar las manos de Los Lakers en el Staples Center, en 2013.
El viaje para conocer a la célebre primera generación de basquetbolistas de la AMBI no termina en la sierra oaxaqueña sino en el Centro de Control de Mando de la Policía Federal, en la delegación Iztapalapa.
En esta fortaleza los jugadores combinan diariamente entrenamiento físico con clases de español, matemáticas e inglés, y a pesar de que ya usan zapatos deportivos conservan su timidez y su hablar bajito.
Unos dicen que de grandes serán médicos, abogados o ingenieros, pero todos coinciden en que regresarán a sus poblados para poder cambiarlos. “Aquí con El Profe hacen sus tres comidas, no como allá, donde si bien nos iba comíamos una sola vez”, relataron.
Que en el discurso de los niños se repita el tema de la alimentación no es una coincidencia, pues, según afirma Zúñiga, “no hay peor violencia que el hambre”.
Si un mérito tiene el ex basquetbolista profesional que migró sin documentos a EU es cambiarles la vida y las expectativas a estos jóvenes que están a punto de superar el nivel promedio de escolaridad, que en Oaxaca llega al sexto grado.
Al instalar un proyecto de esta índole se enfrentó al escepticismo de la región y sus líderes naturales. El galardonado con el Premio Nacional del Deporte en 2014 cuenta que, al principio, lo amenazaron: “Tenía que estar cuidado a todas horas, pero siempre creí que hacía lo correcto”.
Zúñiga llegó un sábado a la cancha de baloncesto de Cruz Chiquita, en el municipio de Santiago Juxtlahuaca, donde ya lo esperaba un puñado de niños asombrados por su estatura y su idioma.
Con la autorización de las autoridades tradicionales, instaló su base de entrenamiento en Río Venado y recorrió la sierra oaxaqueña divulgando su proyecto, que a la fecha cuenta con más de mil niños indígenas —no solo triquis—, tres centros y una plantilla de 25 entrenadores.
“La academia es una forma de educar integralmente al Niño (con mayúsculas, resalta). El proyecto nació después de conocer la vida de un indígena con hambre, sin sueños y con una sola meta: emigrar buscando el sueño americano”, resumió.
Pero los retos no terminan. Zúñiga, un capitalino casado y con un hijo, continúa enfrentando el sistema de usos y costumbres de estas comunidades, lo que explica por qué en sus filas solo hay cinco niñas.
“Los padres creen que al entregármelas y al estar rodeadas de varones su precio disminuye. Para que las dejaran participar fue necesario pagar una dote, fue muy difícil”, explica.
Seis años después de su llegada a la montaña, donde la lucha por el territorio y el poder han dejado una estela de muerte, El Profe llevó al equipo integrado por Melquiades, Dylan, Tobías, Bernabé, Aniceto, Efrén, Daniel, Luis Enrique y Anselmo a ganar la Copa Barcelona 2016, venciendo 39 a 18 al equipo Gravelins de Francia.
Tres años antes empezaron a forjar la leyenda de Los gigantes descalzos de la montaña al vencer a todos sus contrincantes en el Festival Mundial de Mini Baloncesto en Argentina; pero Zúñiga no alardea de estos triunfos ni de su participación en torneos en Londres, Barcelona, San Salvador, Montevideo y San Antonio. Tampoco pierde la serenidad al cuestionársele sobre las recientes críticas que lo acusan de llenarse los bolsillos a costa de los menores.
“Es normal; (pero) las cosas están ahí, los niños tienen sus estudios, sus tres comidas al día, los servicios que necesitan para estar sanos, viajan, tienen talleres, campamentos, ropa, calzado, juguetes… todo lo que un día estaba prohibido para ellos. Mientras mis niños tengan esa sonrisa, lo demás pasa a segundo plano”, dijo.
Zúñiga sigue empecinado en que la suya es una labor que está dando resultados: “Hoy el sueño es otro y la meta es clara: que los jóvenes terminen una carrera, y ya lo logramos porque en EU y Europa becarán a nuestros talentos”.
¿Pero qué tienen estos deportistas de sus homólogos que acaparan los reflectores? La repuesta es sencilla para El Profe: hambre de salir adelante.
“Vivir en la extrema pobreza y pasar hambre te mueve. Cuando tienes la oportunidad de tener tres comidas al día y estudiar jugando basquetbol, tienes una esperanza de vida”.