Emilio ‘El Indio’ Fernández encumbró al cine mexicano

«Sólo existe un México: el que yo inventé”, decía el cineasta Emilio El Indio Fernández, con una soberbia y orgullo tal, que se convirtió en la figura ideal del nacionalismo en la Época de Oro del Cine Mexicano. El Papa Pío XII le ofreció un contrato de diez años para filmar películas sobre la devoción católica, luego de ver en el Festival Internacional de Cine de Venecia filmes como La perla: “Perdóneme, Su Santidad, pero yo soy indio mexicano, de esos que no lograron conquistar los españoles. Yo sigo creyendo en Huitzilopochtli, y de santos y milagros no entiendo nada”, le respondió en una carta el cineasta mexicano más reconocido de los años 40.

Su sentimiento nacionalista lo llevó desde la cuna. Nació en Mineral del Hondo, Coahuila, el 26 de marzo de 1904, hijo de un general revolucionario y una mujer indígena de origen kikapú. Siempre tuvo respeto por las costumbres y desde niño forjó su carácter impetuoso gracias a lo que le inculcaron sus padres. Sobre todo “el general”, porque tenía una formación militar que lo llevó a hacer de su hijo una figura que defendía el honor, la hombría y los ideales, incluso a costa de la vida.

Peleó en la Revolución Mexicana. Primero como guerrillero y luego enfilado en el Colegio Militar (donde en 1954 le fue conferido el grado de Coronel). Intervino en el levantamiento de Adolfo de la Huerta contra del gobierno de Álvaro Obregón en 1923, pero dicha insurrección fracasó y fue recluido en prisión con una condena de 20 años, pero se fugó, y luego abandonó el país para exiliarse primero en Chicago y después en Los Ángeles. La desgracia lo orilló a tomar el camino que le daría la gloria.

En Estados Unidos comenzó como empleado en una lavandería, luego fue camarero, estibador, ayudante de imprenta y luego como albañil llegó a tener su mayor acercamiento al cine pues estaba en construcciones cercanas a los estudios de Hollywood. Un día lo llamaron para ser extra en una película y más tarde fue doble de figuras como Douglas Fairbanks.

“México no quiere ni necesita más revoluciones Emilio, está usted en la meca del cine, y el cine es el instrumento más eficaz que ha inventado el ser humano para expresarse. Aprenda usted a hacer cine y regrese a nuestra patria con ese bagaje. Haga cine nuestro y así podrá usted expresar sus ideas de tal modo que lleguen a miles de personas. No tendrá ningún arma superior a ésta. Ningún mensaje tendrá más difusión”, le dijo el mismo Adolfo de la Huerta, para animarlo en su camino. Desde entonces “supo que el cine fue su mejor arma, como denuncia y como protesta”, afirma su hija Adela Fernández.

Tomó clases de actuación y también se relacionó con algunos mexicanos que trabajaban en Hollywood. Existe una anécdota en la que Dolores del Río pidiendo un objeto a producción exclamó: “díganle a ese indio que me pase eso”, a lo que Emilio respondió “éste indio algún día te dirigirá en una película”. Luego fue ella quien lo propuso como modelo para la estatuilla de los Premios Oscar pues consideró que su físico era perfecto para la figura del caballero que le habían encargado a su esposo, el director de arte Cedric Gibbons.

Los mexicanos regresaron al país en la naciente industria de cine y él pudo regresar hasta 1934, cuando Lázaro Cárdenas ganó las elecciones presidenciales y se les dio amnistía a los delahuertistas. Pero él ya estaba interesado desde antes en regresar gracias al fenómeno de Sergei Eisenstein causó que en México. En 1930, fue a proyecciones privadas de sus películas y quedó impresionado, al serle revelada una forma diferente a las utilizadas en la estética de Hollywood; tres años más tarde fue influenciado después de ver fragmentos de ¡Que viva México!

En el año de su regreso consiguió un papel en la cinta Corazón bandolero (1934) de Raphael J. Sevilla y en Janitzio (1934) de Carlos Navarro, su primer estelar. Posteriormente trabajó en la cinta Cruz Diablo (1934) dirigida por Fernando de Fuentes, quien se convertiría en el personaje más importante de esa década y quien después lo llevaría a ser asistente en la cinta Allá en el rancho grande (1936), con la que empezaría la época gloriosa del cine mexicano.

La estética de Eisenstein le había inspirado a ser director de su propio cine, en el cual mostrar su evocación de la mexicanidad y la exaltación por el patriotismo. Quería hacer del cine su propia revolución. Para 1941, con el apoyo financiero del general Juan F. Azcárate y el impulso de su amigo, el actor David Silva (en ese entonces un estudiante de Derecho), filmó su debut detrás de cámara en La Isla de la Pasión. Ese mismo año viajó a Cuba, donde conoció a la mujer que sería su primera esposa, Gladys Fernández, madre de su hija Adela.

En esos años las condiciones políticas favorecieron al cine nacional sobremanera. En 1939 Europa y los Estados Unidos participaron en la Segunda Guerra Mundial, y las industrias cinematográficas de estas regiones se vieron gravemente afectadas debido a que los materiales utilizados para producir películas (como la celulosa), comenzaron a escasear y fueron racionados. Estados Unidos desarrolló una política conocida como Buen vecino que tenía que ver con tratar de integrar a Latinoamérica a sus costumbres y prácticas sociales, pero al mismo tiempo veía a la industria mexicana del cine como su enemiga en cuestiones de mercado.

Durante el sexenio de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), desde la política de Unidad Nacional y del gradual tránsito del México rural al urbano, el cine vivió un auge notable, en incentivos económicos y financiamiento del gobierno a través de la creación del Banco Cinematográfico (1942). Era un año en el que la industria del cine mexicano no era la única importante en español. Argentina y España poseían ya un lugar dentro del cine de habla hispana.

La situación de guerra también benefició al cine mexicano porque se produjo una disminución de la competencia extranjera. Aunque Estados Unidos se mantuvo como líder de la producción cinematográfica mundial, muchos de los filmes realizados en ese país entre 1940 y 1945 reflejaban un interés por los temas de guerra, ajenos al gusto mexicano, que se inclinaba ahora por el melodrama y las comedias rancheras.

Este entorno favoreció al cine de Emilio El Indio Fernández. En la mayor parte de las películas escritas, actuadas o dirigidas por Fernández éste intentó retratar la verdadera vida de los indios de México, la fe de ellos en la religión católica, su modo de vivir, su analfabetismo y creencias, las enfermedades y problemas a los que los mexicanos se enfrentaban.

En 1943 aceptó una propuesta del productor Raúl de Anda, que consistía, básicamente, en crear un equipo de trabajo que le ayudara a impulsar el nacionalismo nacional. El guionista Mauricio Magdaleno –con quien trabajó en 22 ocasiones– y sobre todo, el destacado cinefotógrafo Gabriel Figueroa –que trabajó en 24 de sus 41 películas– le ayudaron a crear un universo y una estética inigualable que no sólo conquistó al público mexicano, sino a la crítica mundial.

Flor Silvestre (1943) fue su primer trabajo en conjunto. En esta cinta cumplió su profecía de dirigir a Dolores del Río en su debut en el cine mexicano. Ella se convirtió en su primera musa. El filme le dio a Gabriel Figueroa el premio a la Mejor Fotografía. Con María Candelaria (1943) se llevaron el reconocimiento mundial, una cinta cuyo argumento fue escrito en varias servilletas de papel en una sola noche, como regalo de cumpleaños a esta primera figura femenina mexicana. La película ganó el Gran Premio del Festival de Cannes, máximo galardón antes de que naciera la Palma de Oro. A este certamen, Fernández regresaría en 1949 por una nominación para Pueblerina.

Realizó Bugambilia, Las abandonadas y Pepita Jiménez, entre otras, y en 1945, basándose en la historia del escritor estadunidense John Steinbeck (quien realizó la adaptación cinematográfica en colaboración con él), filmó La perla, una de las películas más importantes de entre su larga filmografía. Con ella ganó a la Mejor Fotografía, y una mención por la Mejor contribución al progreso cinematográfico, en el Festival de Venecia (1947).

También dirigió Enamorada (1946), con María Félix; The Fugitive (1946) en la que colaboró en la dirección con el aclamado realizador estadunidense John Ford; Pueblerina (1949), con su entonces esposa Columba Domínguez y Maclovia (1948), entre las más importantes; todas ellas impregnadas de un realismo nacionalista y con un marcado carácter indigenista y campirano. En 1948, con Salón México, recreó una historia simbólica de clase media y, siguiendo con filmes urbanos, realizó en 1950 Víctimas del pecado, con la rumbera Ninón Sevilla como protagonista y Cuando levanta la niebla con Columba Domínguez y Arturo de Córdova.

En 1946 asumió la Presidencia el veracruzano Miguel Alemán Valdés, su llegada al poder representó un cambio importante dentro de las estructuras del poder político en México. Alemán era el primer civil que llegaba a la Presidencia desde 1932. Pese al auge, el cine mexicano comenzó a manifestar síntomas de no estar del todo bien. Para preservar el ritmo de trabajo alcanzado durante la guerra, las compañías productoras decidieron abaratar los costos de producción de las películas.

Se decretó la Ley de la Industria Cinematográfica. En ella se dejaba a la Secretaría de Gobernación, por conducto de la Dirección General de Cinematografía, el estudio y resolución de los problemas relativos al cine, decisión que, con el tiempo, afectaría negativamente al desarrollo de nuestro cine.

Para 1949, la exhibición de películas en la República Mexicana estaba casi totalmente controlada por un grupo encabezado por el norteamericano William Jenkins. Al pasar el control del cine a la Secretaría de Gobernación, Alemán intentó desmantelar el monopolio, al mismo tiempo que dio el primer paso para la burocratización del cine, un lastre que la industria ha venido arrastrando hasta nuestros días.

Para ese sexenio, el cine mexicano ya contaban: con un importante número de superestrellas. Entre las figuras destaca la de Pedro Infante, Jorge Negrete, María Félix, la misma Dolores del Río, Silvia Pinal, Pedro Armendáriz, Mario Moreno Cantinflas y Germán Valdez Tin Tan, sólo por mencionar algunos. Asimismo, directores reconocidos a nivel internacional como Miguel Contreras Torres, Fernando de Fuentes, Alejandro Galindo, Roberto Gavaldón, Ismael Rodríguez y Julio Bracho, que acompañaron a El Indio Fernández en esta época gloriosa.

La figura de Fernández se vino abajo en los años 50. El disparo que le dio a un crítico en los testículos y mató a un campesino, supuestamente en defensa propia, lo llevaron a prisión por seis meses, aunque su sentencia era de cuatro años y medio. En los 60, su reputación de hombre violento le consiguió papeles de villano. Trabajó con Marlon Brando en The Appaloosa (1966). Compartió créditos con Bob Dylan en Pat Garrett and Billy the Kid (1973). Apareció en la película Pirates (1986) de Roman Polanski. Su última película llevando la batuta fue Erótica (1979) y con Arriba Michoacán – estrenada de manera póstuma en 1987 – se retiró de la actuación.

La decadencia de Emilio Fernández quedó reemplazada por una figura fundamental en la historia del cine mexicano en los años 50. Era un español que se exilió en México y se llamaba Luis Buñuel.

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