Son tres mujeres, valientes, intrépidas, atrevidas, como lo fueran Los Ángeles de Charlie de la serie televisiva de finales de la década de los años 70.
Cada una con su propia historia, cada una por diversas razones decidió ingresar a la Academia de Policía. Ahora se han convertido en tres dignas representantes de la ley, adscritas al municipio de Tlalnepantla, Estado de México, en lo que confiesan es su mayor pasión profesional.
Durante una charla con Crónica, dos de ellas cuentan que son policías desde hace 15 y 14 años, la tercera hace apenas 8 años salió de la academia, pero para ellas ser policías es lo mejor que les ha pasado, y en definitiva no se ven haciendo otra cosa, con todo y las dificultades que su profesión implica.
Se dicen convencidas de dos cosas, uno: no se equivocaron de profesión, y dos: no les gustaría que sus hijos fueran policías, por lo arriesgado de su trabajo, empero, llegado el momento, si ellos insisten, les brindarán apoyo absoluto.
Aprender a conocerse a sí misma, forjarse un carácter firme y no volver a permitir jamás que nadie la violente física, psicológica, ni emocionalmente, son las mejores “armas” que el cuerpo policiaco le pudo haber dado a Sandybell Tenorio Pérez de 31 años de edad, mamá soltera de tres varones y policía desde hace seis años.
La necesidad, revela, la llevó por el camino de la justicia, al separarse de su marido hace nueve años y asumir ella la responsabilidad de sus hijos de 14, 13 y 10 años de edad y sin dar tiempo a otra pregunta suelta orgullosa: “Ser policía es la mejor profesión que pude haber encontrado:
“Me ha ayudado a enfrentar la vida, a sacar adelante a mis hijos sola, asumiendo el doble rol de ser mamá y papá al mismo tiempo”, además de hija —porque regresó a vivir con su papá—, y convertirse así en una mujer responsable y trabajadora.
Antes de entrar a la Academia, indica, su papá le decía que él se iba a trabajar y ella se quedara a cuidar a sus hijos “ahora a la vuelta de nueve años, todas las mañanas él me da su bendición y me dice que siempre me quiere ver igual de contenta con mi trabajo, y que siempre va a estar para mí”.
NO MÁS VIOLENCIA. Sandybell acepta que su ex marido ejerció maltrato físico constante sobre ella “y lo peor es que yo lo permitía y mis hijos lo veían, pero nunca más va a volver a suceder”, promete.
Orgullosa, porta en el brazo derecho sobre la manga de su uniforme un distintivo rosa con la leyenda “Policía de Género” y explica que es para brindar asesoría, apoyo y auxilio en caso de ser necesario, a mujeres que sean objeto de cualquier tipo de violencia.
De lo que se trata es de empoderar a las mujeres y se den cuenta que bajo ninguna circunstancia se debe permitir ningún tipo de violencia, porque de manera desafortunada, en una pareja, cuando se llega a los golpes, se ha visto que el siguiente paso es la muerte, interviene Sared Cabrera, policía y también integrante de dicho grupo femenil de apoyo.
Sandybell Tenorio cuenta que en la policía ha tenido que vencer diversos retos y la gran satisfacción es haber podido demostrarse a sí misma que es capaz y puede con todo lo que se le presente.
“Ahora sé que las mujeres tenemos la capacidad y podemos lograr lo que queramos, incluso tenemos más responsabilidades y capacidades que los mismos hombres; no se imaginan”, resalta.
Además de poder auxiliar a la sociedad y de demostrar a sus compañeros que ella también es capaz de cualquier cosa, Sandybell ama su trabajo porque le ha dado la confianza de poder transmitir a sus hijos todo lo que ella ve en la calle con jóvenes en diferentes circunstancias.
UNA POLICÍA, AMIGA Y MADRE. “Les hablo de los riesgos que hay en la calle, a lo que se exponen los jóvenes para que aprendan a cuidarse para evitar caer en malos pasos: delincuencia o drogas. Con todo lo que veo en la calle he logrado abrir un canal de comunicación y ser más su amiga que su mamá, sobre todo porque, como policía, casi no tengo tiempo de estar con mis hijos y les quiero inspirar confianza para que sean capaces de platicarme todo lo que les está pasando y cómo poder solucionar las cosas”.
COMENTARIOS MACHISTAS QUE FORTALECEN. “Y esta mujer qué…no sirve para nada… no, no puede… No nos va servir de nada, no nos va a apoyar”, son comentarios machistas y discriminatorios que te curten no sólo la piel, sino el alma y aunque de momento te hacen sentir mal, la verdad es que también te lleva a tener fortaleza de espíritu y demostrarle al resto del mundo que, como mujeres, tenemos la capacidad para hacer lo que se nos ponga en frente y podemos hacer lo mismo que los hombres”, es el testimonio de Angélica Camargo Camacho.
Tiene 33 años y es policía desde hace 15 años. Cuando cumplió los 18 y ya con la responsabilidad de un pequeño de apenas unos meses de nacido, decidió entrar a la Academia de Policía.
Su corazón se dividió en dos cuando vio la convocatoria para ingresar a la academia y convertirse en lo que siempre había soñado “desde que era una niña” y por el otro, atender, cuidar y ver por su bebé, sin embargo, para ambos sueños siempre contó con el apoyo incondicional de su mamá.
Advierte que nadie en su familia es policía y recuerda que no fue tarea sencilla entre el entrenamiento de la academia de policía y enfrentarse a ese tipo de comentarios machistas, “máxime de hombres que son casados, que tienen mamá y que tienen hijas y es difícil aceptar que en pleno siglo XXI, alguien siga pensando que las mujeres sólo servimos para estar en la casa”.
ENAMORADA DE UN POLICÍA. Su pasión por la profesión policial no sólo fue en el ámbito laboral, sino que le llegó al corazón, cuando Angélica se enamoró de un policía. “En realidad, él se enamoró primero de mi”, sonríe con cierto rubor y cuenta que con él procreó dos niños, Uno ya tiene nueve años y otro cinco meses, además del mayor de 15 años, de su primer matrimonio.
Durante seis años, Angélica enfrentó todo tipo de situaciones en la calle, en sus patrullajes, en cada uno de sus rondines, pero siempre contó con el compañerismo de sus colegas que nunca permitió que se convirtiera en sobreprotección.
Refiere que en una ocasión estaban checando a una persona y fueron recibidos a balazos y botellazo hacia la patrulla “y mis compañeros me decían que me quedara pero no lo hice. Entré con ellos al inmueble. En ese momento, recordé que todos somos compañeros, somos un equipo, todos nos cuidamos y salimos todos juntos y con bien. Logramos el objetivo y me siento muy orgullosa de eso, y yo les demostré que al igual que ellos, también puedo hacer las cosas y hacerlas bien”.
Aunque Angélica ya no anda en la calle haciendo rondines, ya que fue asignada al palacio municipal de Tlalnepantla, el reto ahora es tratar de acomodar sus horarios para poder estar más tiempo con sus hijos, aunque, acepta, cuenta con el apoyo incondicional de su marido en lo profesional como en lo laboral, lo que le confirma que no se equivocó aquel día hace 15 años, cuando decidió ingresar a la Academia de Policía.
HIJA DE TIGRE, PINTITA. Sared Cabrera Ramírez tiene 33 años y es policía desde que tenía 19. Hoy enfrenta la responsabilidad de sacar adelante, sola, a un jovencito de 15 años, con las presiones y obligaciones que la edad de la adolescencia implican.
Antes de cumplir los 20 años, recuerda, decidío entrar a la Academia de Policía por seguir los pasos de su papá. “Tal vez —suspira—, por cristalizar aquella ilusión infantil de que queremos ser como nuestros padres”.
La jornada de Sared, quien es madre y padre de su adolescente hijo, inicia a las 4 de la mañana, para dejarle listo el desayuno y vaya a la preparatoria y ella pueda llegar a tiempo al trabajo.
Sared es la cuarta de cinco hermanas y fue la única en convertirse en policía pese al rotundo rechazo de su papá, quien incluso ya no permitió que la más chica de sus hijas también siguiera los pasos de Sared.
“Recuerdo que cuando le dije a mi papá que quería ser policía, hubo un rechazo total, de plano me dijo: `mejor búscate un trabajo para mujeres, esto es muy pesado para ti. No creo que te acoples, es muy pesado para una mujer y siempre vas a tener que recordar que aunque sea un ambiente de hombres, tu eres una mujer´”.
LA EXIGENCIA COMO SI FUERA UN VARÓN. En la academia, el instructor le exigía un rendimiento igual que el de sus compañeros hombres. “Él me decía que el día que tocara un enfrentamiento, ellos (los agresores), no se van a fijar si yo era hombre o mujer”.
Con ese tipo de comentarios, más todo lo vivido, te vas haciendo más fuerte, porque te vas dando cuenta que tienes la capacidad de poder lograr las cosas, de hacerlas bien, incluso igual que ellos (sus compañeros policías) y te vas haciendo a la mentalidad de cómo es este ambiente.
Sared confiesa que le ha tocado estar en algunas balaceras y su primer sentimiento ha sido de supervivencia, tratar de protegerse, estar alerta y después, enfatiza, “siempre recordar que estás con los compañeros y si entramos todos juntos, tenemos que salir todos juntos”.
MUJERES FUERTES QUE TAMBIÉN LLORAN. En un cumpleaños de ella, su hijo le regaló un ramo de flores y le confesó el orgullo que sentía por su mamá, porque pese a lo absorbente del horario de su trabajo lo ha sacado adelante, porque ha sabido luchar por él y por los valores que le ha inculcado, porque ha demostrado ser una mujer valiente y con carácter:
“La verdad ese detalle me hizo llorar, me conmovió, pero también me hizo darme cuenta que hasta donde voy no he hecho un mal trabajo, pese a que no tengo el apoyo de una pareja”.
La enorme satisfacción es haberme dado cuenta que soy capaz de alcanzar cualquier objetivo que me proponga, sólo se trata de ser disciplinada y no permitir que nada ni nadie te detenga o te diga que no puedes o que eso, lo que sea que quieras hacer, no es para mujeres, claro que podemos. Además, en la calle me gusta cuando se puede ayudar a la gente, lo hago con mucho gusto.
QUE SU HIJO SEA POLICÍA, NO EN DEFINITIVA. Al hablar de su hijo, a Sared se le llena el pecho de orgullo, y admite que es el motor de su vida. Como hijo la apoya de manera incondicional para continuar con su carrera de policía, sin embargo, su rostro dibuja una sonrisa como de impotencia, y escapa una pequeña risa que se convierte en carcajada compartida por sus compañeras sin poderlo evitar.
Saben de lo que habla, son compañeras de mil batallas, comparten experiencias, incluso temores. “Lo primero que digo es noo! —dice simulando un grito desgarrador— cuando mi hijo me dice que también quiere ser policía. En definitiva es un ambiente muy difícil y no es como cualquier otro trabajo para cualquier civil, acá es diferente”.
No descansas los fines de semana como todo mundo, ni el 25 de diciembre, o el 1 de enero; tampoco las vacaciones de Semana Santa, todo lo contrario, es cuando hay que estar más al pendiente justo en esas temporadas.
Con total modestia, las tres mujeres policías se saben admiradas por los suyos, como también están conscientes del compromiso que asumieron con la sociedad. Saben que el riesgo está latente quizá como cualquier civil, y que al salir a la calle, nunca saben qué puede pasar.
Pero ellas viven y conviven con el peligro en el día a día; el orgullo para ellas es haber ingresado a un mundo laboral que antes era reservado para los hombres, pero poco a poco las mujeres han ido demostrando que pueden hacerlo todo, que tienen la capacidad, la inteligencia y la voluntad de hacer las cosas. Como si se hubieran puesto de acuerdo, las tres voces dicen de manera clara y firme “no hay límites para nosotras”.