Cualquiera que haya sido un niño normal en México en los últimos 70 años, jugaba a “las luchitas” y quería ser El Santo. La imagen, la fama, la proyección del carismático personaje, uno de los más importantes de la cultura popular en México, trascendió en el tiempo y en la distancia. Rodolfo Guzmán Huerta, quien dio vida a este personaje, falleció el 5 de Febrero de 1984, pero mucho antes de ello, ya se había convertido en Leyenda.
Originario de Tulancingo, Hidalgo, donde nació el 23 de septiembre de 1917, “El Profesor” como le llamábamos quienes tuvimos la fortuna de conocerlo, y todos aquellos que estuvieron involucrados en el mundo de la lucha libre mexicana, fue además de un hombre honesto, trabajador y muy responsable, un carismático personaje al que la vida no pudo doblar a pesar de todas las complicaciones y condiciones que tuvo que enfrentar al principio de su vida.
Influenciado por sus hermanos, Miguel y Jesús, desde muy joven se interesó por aprender el arte de la lucha libre en el viejo Casino de la Policía de la Ciudad de México donde ya se daban algunas funciones, y cuando apenas tenía 17 ó 18 años ya soñaba con debutar profesionalmente, algo que sucedió sin reflectores en 1935, en la vieja Arena Peralvillo Cozumel, según cita el maestro José Luis Valero Meré en su libro “El Santo, historia de una máscara”, en una lucha mano a mano y a una caída, donde enfrentó a Eddie Palau, quien terminó sus años como referee en la Empresa Mexicana de Lucha Libre de don Salvador Lutteroth. Ese día, con sólo un calzoncillo negro y descalzo, debutó con su nombre, Rudy Guzmán… Era sólo el principio.
Después de recorrer casi todas las viejas arenas de la Ciudad, como la Roma Mérida, la Anáhuac, La Afición, El Ring, La Platino, la Trianón, la Arena Gallos, la Arena Titán, la Estrella, la Roma Piedad, la Providencia, donde encaró a jóvenes y viejos maestros como “Dientes” Hernández, Jack O´Brien, “Hércules” Flores, Octavio Gaona, el Lobo Negro y por supuesto a Jesús Velázquez Quintero, “El Murciélago Enmascarado”, el Cavernario, Tug Wilson, el Sordomudo Rattan, Relámpago Tillman y todos aquellos extranjeros que eran la base de las programaciones, finalmente surgió en su interior un luchador rudo de tremenda personalidad.
Hasta que finalmente, un día se armó de valor y fue a buscar a don Chucho Lomelí a la vieja Arena México, el cerebro mágico de la promoción quien lo programó sin máscara en el viejo coso de la Colonia Doctores. Era 1936, y los tremendos “pistoleros” de la “Seria y Estable” lo hicieron claudicar y antes de que concluyera el año, abandonó a la empresa.
Luego, tiempo después, don Chucho se fue al Frontón México a hacer su propia temporada y necesitaba hacer nuevas figuras. Él había bautizado al Murciélago Enmascarado con ese nombre y buscó entonces a aquel jovencito al que le había visto casta y futuro. Lo encontró una tarde en una construcción, seguía ganándose la vida como pintor, o carpintero o lo que fuera. Y se lo llevó. Así nació el Murciélago II… Claro que don Jesús Velázquez peleó el nombre y el personaje y lo obligaron a dejar de usar la máscara negra y la fama fue cosa de unos días.
Para cuando llegó 1940, Rudy Guzmán había hecho otros intentos de ser luchador, con poco éxito. Hasta que nuevamente, y como cita el maestro Valero Meré en el mencionado libro, se volvió a encontrar con don Chucho Lomelí:
— “Y ahora ¿cómo don Jesús?” – le dijo el joven Rudy de 23 años.
— “Con el nombre de El Santo”.
— “Yo le sonreí. Me le quedé viendo incrédulamente” dice el legendario Enmascarado de Plata, mientras en sus labios pronunciaba “El Santo”.
Y mueve la cabeza y la balancea de un lado a otro… “Si, es un buen nombre…”
— “Y siendo rudo mejor…” completó don Jesús…
— “¿Pero cómo es posible don Chucho que ocupe un nombre de esos y rudo?
— “Mira, tú has lo que te digo, lo demás corre de mi cuenta”.
Luego, relata en el Capítulo II del “El Santo, historia de una máscara”, que don Jesús Lomelí le pidió que se enmascarara… “Pero ¿cómo?, no tenía dinero para comprar una buena máscara, tenía que ser plateada, menos para las mallas y aún peor para las zapatillas… Tuve que confeccionarme yo mi propio equipo… La máscara la hice de cuero… y comencé a entrenar con ella, al principio me asfixiaba, no tenía transpiración, era un suplicio, pero estaba decidido…”
Luego de algunas semanas, don Jesús fue a buscarlo al gimnasio, le modificó su estilo, “le purificó” y le señaló una fecha: “Domingo 26 de julio de 1942…”
El lunes 20 de julio llegó a las oficinas de la Empresa en Doctor Lavista, en la colonia Doctores. En la programación pegada en una hoja vio el nombre, “El Santo”, junto a otros siete gladiadores. Era un programa de lujo, una batalla campal…
“Cuando ya me iba –refiere José Luis Valero la explicación de El Santo- sentí una palmada en el hombro y voltee. Era don
Chucho… “¿Listo hijo?”, yo afirmé con la cabeza… “Pues a ponerse listo, deje los nervios en la casa y nos vemos el domingo…”
El domingo en la mañana compró el periódico… “Hoy debuta un misterioso enmascarado en la Arena México, se llama El Santo, nos ha dicho el empresario Salvador Lutteroth que se trata de un muchacho preparado por don Jesús Lomelí, así que debe ser una garantía”.
Y luego, el Profesor, como le llamábamos por respeto cuenta esos últimos momentos… “Al filo de las dos de la tarde salí de la casa. Iba solo, caminaba despacio. Llevaba sólo una petaquilla que llevaba lo que sería mi más grande tesoro, MI MASCARA”.
Poco antes de llegar a la arena por vez primera, en un callejón cercano me escondí, cuando volví a aparecer ante las miradas de los que pasaban, había nacido ya un personaje nuevo: EL SANTO. Era visto con desconfianza por los fanáticos, cuando atravesé aquel inmenso vestíbulo que tenia la arena, antes de llegar a los vestidores me detuve y oré a la Virgen de Guadalupe, mi patrona, para que me ayudara, ese día no lo olvidaré nunca…”
Esa noche, con las lámparas encima del cuadrilátero, El Santo se ensañó en un encarnizado combate con Ciclón Velóz en el duelo final de la batalla campal. Ciclón le dio una pequeña lección mezclando topes y patadas voladoras. El Santo se encendió, sintió el deseo de venganza y en cuanto pudo, apenas empezando la tercera caída, fue por Ciclón, le picó los ojos, lo golpeó sin descanso, el referi Lomelí trató de detenerlo, era una brutal golpiza, la gente indignada pedía su descalificación, y también golpeó al tercero sobre el ring, quien de inmediato decreto ganador a Ciclón Velóz… El misterioso personaje de máscara plateada y mallas azules salió en medio de una fenomenal bronca….
Cuando vio a don Jesús en el vestidor, se disculpó…
— “Perdóneme don Chucho, perdí la cabeza, no sirvo para esto…”
— “Que va muchacho, estuviste bien, has demostrado que ese es tu estilo, fue tu impetuosidad para buscar el triunfo…”
Luego, cita José Luis Valero lo que sucedió inmediatamente después… “El Santo se quitó la máscara que lo ahogaba, y con el rostro a punto de reventarle en sangre le dio un abrazo a don Chucho y se fue a su casa feliz…”
Eso fue una noche hace 75 años, fue el día que nació El Enmascarado de Plata, el resto de la historia casi todos la conocemos… El Santo quedó tatuado en la memoria de generaciones completas de aficionados… Se transformó en leyenda… En la historia que nunca termina…