Trabajos para personas con secundaria: Repartidores, vigilantes, etc…

Eso es lo que ganan: cinco mil, seis mil pesos mensuales. Algunos, con habilidades adicionales, un poco más. Son los trabajos que pocos quieren porque son cansados, porque el dinero no alcanza, porque con eso quién vive… pero en una de esas tienen seguridad social, “prestaciones”, como dijo el anuncio del periódico y con el cual se presentan a solicitar trabajo.

Llevan, además, una solicitud estándar llena y el certificado de secundaria. Son los empleos a los que pueden aspirar, porque hay otros donde se ponen exigentes, y hasta para hacer cafés en un Starbucks, les exigen bachillerato. Sólo para hacer cafés. También se requiere preparatoria para trabajar en un call center cualquiera. La gente con estudios de secundaria no puede subir ese pequeño escalón laboral que puede significar un par de miles de pesos más.

“Estudios mínimos”, reza el anuncio de Vansepri, empresa de seguridad que ofrece un salario de 5 mil 500 pesos al mes, pagaderos quincenalmente, y si le echan ganas, hasta un bono de desempeño, y las famosas “oportunidades de desarrollo”. “Estudios mínimos”, dice, y para los requerimientos de edad —entre 22 y 55 años; un vigilante con cara de quinceañero no apantalla a nadie— eso equivale a secundaria y punto. El ramo de las empresas de seguridad es un filón de oportunidades para quienes, a partir de 20 años, cuenten solamente con el certificado de secundaria. Pero el margen de beneficios es más bien corto. A lo mucho, un joven custodio puede ganar hasta 6 mil pesos mensuales.

Gilberto cumplió los 21 años hace un par de meses. No hubo dinero en casa para que estudiara el bachillerato, y su promedio de 6 en la secundaria le cerraba las puertas de las preparatorias y vocacionales, las más solicitadas. Trabajaba en la tlapalería de uno de sus tíos, pero ya no quiere estar con los parientes. Las ofertas de las empresas de seguridad le parecen sencillas, accesibles.

Se dio cuenta de que las opciones son muchas, y los sueldos no son muy diferentes a los cinco mil o seis mil pesos —poco más de dos salarios mínimos— que saca con su tío en las mejores temporadas. Visitó un par de empresas, sólo para darse cuenta de que en una de ésas, hasta le va peor: pidió trabajo en Asis, una empresa de seguridad que, según a dónde lo ubiquen, es el sueldo: si lo mandan al rumbo de La Presa, allá por los Indios Verdes, sacaría 4 mil 600 pesos, lo mismo que obtendría si lo colocan en Perisur. Para él, un muchacho criado en la colonia Doctores, le acomoda que lo manden a Plaza Insurgentes, ahí en la Roma. Y le pagarían 5 mil 200 pesos. Como está cerca de su casa, no gastaría mucho en pasajes. Hace sus cuentas: no le conviene que lo manden a Plaza Tlalnepantla: le pagarían 5 mil 600, pero ese pico de 400 pesos, es apenas lo de los pasajes para moverse hasta el Estado de México. Se decide: va a entrarle y agarrar la chamba de Plaza insurgentes. Además, hay asunto adicional que le importa: el anuncio díce: “si te falta algún documento, acude con nosotros y lo evaluamos”. Allí nadie lo va a mirar menos por su bajo promedio en secundaria. En una de ésas, ni les importa,

Esta clase de ofertas laborales pintan, por contraste, un panorama donde la incertidumbre es cosa de todos los días: en particular, las empresas de seguridad garantizan “pagos seguros y puntuales”, sean semanales o quincenales y no les les cobran la capacitación ni el examen médico. En la penumbra, se adivina, se asoma un panorama sombrío: hay empresas que sí cobran la capacitación, y el examen médico sale del bolsillo del aspirante, aunque sea de 30 pesos y lo haya conseguido en la cadena de farmacias que lleva botarga incluida.

Un chavo de la Obrera, Mauricio, está satisfecho. Acaba de contratarse como guardia de seguridad. Piensa que IESS, la empresa a la que entró, fue hasta generosa, recibió de inmediato, un “bono por ingreso”: 200 pesotes en efectivo, como prometía el anuncio del periódico. Se llevó a su primo, Axel, que también necesitaba trabajo; le salió aún mejor: le dieron otros 200 pesos por “su recomendado”. Ni Mauricio ni Axel tienen más estudios que la secundaria. Han hecho chambitas, vendido piratería. Entrar a la economía formal les da, antes que otra cosa, la certeza de un ingreso fijo.

La necesidad es perra; y nunca falta quien se apreste a capitalizarla: muchas empresas de seguridad están listas a aprovechar las urgencias: un nuevo vigilante puede doblar turno y al día siguiente, después de 12 horas corridas de labor, tiene en sus manos sus 240 pesos, y si se avienta el tiro de las 24 horas seguidas, hasta 480 pesos.

Es la industria de la seguridad un molino de carne donde el que toca la puerta tiene expectativas de crecer, aunque limitadas. Mauricio ya tiene asegurado un ingreso de 5 mil 300 pesos al mes. Puede, con constancia, llegar a supervisor o capacitador y entonces sí que habrá progresado: ganará 8 mil pesos mensuales. Los que quieran trabajos menos complicados tienen también posibilidades, podrán ser reclutador, y su diligencia para conseguir nuevos vigilantes les permitirá tener acceso a los “bonos” que engrosen su salario de 4 mil pesos al mes.

Entre las empresas de transporte de valores se ha acuñado una nueva especialidad: el “acompañante de chofer”, ocupación para la cual solamente se contratan varones. Las mujeres pueden ser reclutadas como cajeras o como interventores de cajeros automáticos. La escolaridad mínima requerida es la básica obligatoria. Pero las cosas cambian si se llega con una licencia de chofer: sí, le piden la secundaria, pero si tiene la habilidad de manejar un camión de 3 toneladas y media, la mejora es significativa: 10 mil pesos mensuales.

Éstos son los empleos de quienes sólo cuentan con un certificado de secundaria: miles de ellos recorren la ciudad como vendedores de detalle; con presencia en las misceláneas, de ésas que hay en casi todas las colonias y barrios de todo el país. Pueden ser mensajeros, en moto o en auto; pueden ser “ayudantes generales”, que lo mismo cargan cajas que sirven de recepcionistas emergentes. Pero lo cierto es que hay menos espacios donde se aclare “sexo indistinto”. Son trabajos rudos la mayor parte donde, de entrada, no se está pensando en mujeres. ¿Y ellas? De vendedoras, de dependientas en las tiendas, en las multitudes anónimas de las empresas de limpieza que cada mañana pasan por la oficina donde otros, más afortunados, se sientan a leer el periódico.

En esas otras actividades no se ponen tan delicados: piden zapatos negros y excelente presentación e higiene para integrarse a un grupo de personal de limpieza, pero no hablan de certificado de estudios. Eso sí, ¡No menores de edad! —no les vaya a caer la Secretaría del Trabajo—. En esos empleos, donde la industria del outsourcing es la constante, menudea la incertidumbre y es allí de donde surgen las quejas: empresas que aparecen y desaparecen; que un fin de mes despiden a todo mundo y, si se puede, sin liquidación. Es evidente que en ese mundo, el requerimiento de la secundaria terminada pasa a un segundo término.

Las estadísticas muestran una realidad dura para los jóvenes mexicanos: Muchachos como Mauricio y Gilberto consiguen un pequeño espacio en el mundo de la economía formal. Pero ésa no es la condición predominante: el INEGI señala que seis de cada diez jóvenes hallan ocupación en la economía informal: son vendedores ambulantes, artesanos, “ayudantes”. Y están en la informalidad porque los salarios de 5 o 6 mil pesos, con todo y seguridad social, no son suficientes para vivir, no se diga para independizarse. Hay, entre los jóvenes, un segmento en peores condiciones: quince de cada 100 jóvenes entre los 15 y los 29 años trabajan sin recibir un pago por ello.

Total, son fuerza de trabajo; total, nadie les dice que tienen derechos. Algunos de esos empleados acaban con la reflexión, vieja de décadas, que a veces es ironía y a veces es lamento soterrado: “Todo por no estudiar”.

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