Voz trémula. Quebrada. Rota. Lágrimas en las mejillas. Esta mujer de 27 años parece envejecer un poquito cada vez que habla y recuerda lo que pasó el jueves 7 de septiembre, cuando un terremoto de 8.2 grados azotó Oaxaca.
«Estábamos agarrados de la mano, él me dijo que me amaba, que amaba a las niñas, que lo perdonara si alguna vez me hizo daño. Le pidió perdón a su papá y a Dios».
«Nos despertó el movimiento tan fuerte, la tierra se sacudía»
Yadira Ramírez vio morir a su esposo Christian, de 26 años, que era comerciante y trabajaba en una refaccionaria y en un taller para reparar refrigeradores. Pero no sólo a él, también a sus dos hijas. Estaban a su lado durante el temblor del jueves pasado, sólo ella sobrevivió. Nadie sabe cómo, pero así ocurrió. Todos quedaron sepultados bajo toneladas de escombros de la casa que habitaban en Juchitán. El hogar se les cayó encima. Ellos fallecieron, ahora ella parece muerta en vida.
¿Qué pasó? ¿Por qué la muerte aplastó a tres y no a cuatro?
Cuando tembló, ya dormían juntos, apretados, porque aún no les alcanzaba para comprar otra cama. Antes de acostarse, recuerda Yadira, los cuatro se besaron, había que levantarse temprano para llevar a la escuela a la mayor de sus hijas, Naomi, de 7 años, la que de grande quería ser artista.
«Nos despertó el movimiento tan fuerte, la tierra se sacudía y se escuchaba como si hubiera caído una bomba en la colonia», relata.
Sollozos. Mirada profunda, embargada de tristeza. Mirada de quien sabe que de verdad ha perdido todo, no sólo una casa.
Yadira asegura que apenas le dio tiempo de abrazar a sus hijas cuando se le vino el techo encima. Su esposo la tomó de la mano y luego vino el impacto.
«Cuando se cayeron las paredes yo escuché cómo mi esposo se quejó, como que le cayó algo encima, porque pujó y empezó a vomitar. Estábamos enterrados».
Debajo de los restos del techo y las paredes, y cada vez, con menos aire en los pulmones.
Yadira recuerda lo último que le dijo a su marido: «Le decía yo: ‘Chris, háblame, despierta, mi amor, despierta’, pero ya no me decía nada. Movía a las niñas y tampoco».
«Hubiera preferido irme con ellos»
Rememora la angustia:
«Ya se me había acabado el oxígeno. Realmente no sé cómo pude tener un poquito, porque tenía todo el escombro encima».
Yadira sostenía en brazos a sus hijas, a Naomi y a la pequeña Frida, de apenas cuatro meses de edad. En su corazón, desde el primer instante sabía que no habían resistido el impacto, pues su silencio la ensordeció.
«Yo sabía que mis hijas habían muerto: no hablaban, no lloraban. Yo sé que nos cayeron un montón de palos y ellas estaban muy chiquitas».
Con el poco oxígeno que le quedaba, Yadira pudo pedir ayuda. Su abuela, Tomasa López, la escuchó. La mujer de 74 años de edad, que con su lento andar salió a buscar a los vecinos.
Al recordar la tragedia, Doña Tomasa tampoco contiene las lágrimas. Dice que Dios le dio valor para salir a pedir auxilio. Recuerda que los vecinos sacaron a Yadira y el momento en que supo que sus bisnietas no correrían la misma suerte.
«Todo el escombro quitaron y lo bajaron. Después salieron nomás con su ropita».
De la casa de Yadira no hay nada. Entre los escombros sólo quedan objetos que son recuerdos, acaso tortura para la madre mutilada de sus hijas; una pelota con el nombre de la hija mayor, Naomi, y la carriola de la pequeña Frida.
Yadira está viva. Increíble al ver la casa derruida: sólo tiene raspones y un esguince en el cuello, y no ha dejado de reprocharle a Dios no habérsela llevado:
«Yo hubiera preferido irme con ellos; qué sentido tiene la vida si ninguno de ellos está. Si existe vida después de la muerte, yo quiero estar con ellas. Ellos eran mi familia y ahora me quedé solita».
Cuando sobrevivir un sismo no tiene sentido.