«Los lugares más solitarios que hay son el sótano y el pedestal. En el pedestal estás chingón, pero no te puedes bajar”, expresó el cineasta tapatío Guillermo del Toro en uno de los momentos de la entrevista que compartió con Crónica. El motivo de esa declaración es la posibilidad de vivir el momento más importante de su carrera, no sólo por su trayectoria sino por su evolución como cineasta con su más reciente película, La forma del agua, que lo llevó a ganar el León de Oro de La Mostra de Venecia en lo que él mismo ha dicho es su película más optimista.
Su película mantiene la esencia de su cine en cuestión del manejo de la fantasía, sin embargo, es el amor el sentimiento más luminoso de su propuesta que lo catapulta como uno de los más importantes del año. A pesar de ello, él mantiene los pies sobre la tierra, “en la mañana me cuesta un buen ponerme los calcetines y si eso no te recuerda lo que eres no sé qué más (…) Lo que me encanta de un oficio que produce algo sublime es que se hace desde la cotidianidad. Un poeta puede escribir algo que marque, pero estoy seguro que quien lo escribe es una persona que desayuna, come y cena, que le queda apretado el pantalón”, dijo.
A decir del cineasta, vive un momento tranquilo en el que se encuentra en paz después de un proceso creativo de La forma del agua que quedó marcado por el fracaso comercial de su filme anterior por el que no alcanzó la respuesta que quería: “Hubo un momento después de La cumbre escarlata que me puse mal, y dije ‘¿qué pedo si ya no puedo hacer cine?’ y me pregunté cuál es la película que quería hacer…
“Hay una prueba que hacen los marinos de Estados Unidos, con una respuesta clave. Ellos te preguntan ‘Si estás hasta la cintura de agua en el mar y ves una ola gigante ¿qué haces?, corres a la playa o te avientas a la ola’, yo lo que hago es ir a la ola”, así comenzó La forma del agua como un salto a lo nuevo. A explorar lo que un Guillermo del Toro maduro quería y que no era complacer al niño que hizo un pacto con monstruos en la niñez.
El autor no los deja, es una criatura la protagonista de su película. La monstruosidad también está presente, pero no en la criatura sino en el interior de algunos seres humanos con hambre de poder. En la historia de amor de Elisa (Sally Hawkins), una joven muda que en el año de 1962 trabajaba como conserje en un laboratorio de Estados Unidos, en el marco de la Guerra Fría, y la de una criatura proveniente del Amazonas, es que Del Toro habla del terror con aspiraciones más optimistas que en sus filmes anteriores. Habla del miedo al otro, al amor, al diferente… habla de miedos:
“No me aterroriza nada. Me dan miedo un montón de cosas. Le tengo mucho miedo a las instituciones, de verdad mucho, por ejemplo le tengo miedo a la policía, a la religión organizada, a la política. Al final no es miedo, sino desconfianza. El miedo real debe ser una enfermedad larga e invasiva”, explicó.
El realizador se muestra como un hombre sencillo capaz de enfrentar cada uno de sus miedos, a menudo en la pantalla grande, en un planteamiento artístico, pero también con los temas que más se le han cuestionado, como el regreso a México a filmar, o vivir, después de haberse ido por el secuestro de su papá: “Mi jefe (papá) me dice ya párale. Ya no hables. Me pasó a mí, y te pasó a ti pero ya”, recuerda.
Y es que considera que hablar del tema no es pertinente siempre, “la descomposición social en México no es algo que quiera discutir en cinco minutos y dar un encabezado. Porque los encabezados no van a deshacer la noticia, ni va a solucionar nada. Que pase un tipo que hace cine a hablar de lo que pasa en México me provoca cautela, no por insuficiencia sino por pudor”, comentó.
“Yo hago cine, y no voy a decirle a mi papá: ‘mira mi opinión como ha cambiado las cosas’ porque eso no ha pasado, ‘mira que como hablé del secuestro se previno uno en Yucatán’, pues eso no pasa. Lo que me gusta hablar de cosas con la prensa de lo que hago, ahí si alguien de Yucatán lo lee y le ayuda a hacer una película es cuando digo que funciona lo que digo”, añadió.
Por otro lado se muestra al pendiente de lo que ocurre, y entusiasmado del futuro de México luego de la reacción de la solidaridad que se mostró en la gente durante el sismo del pasado 19 de septiembre, y con unas elecciones presidenciales por venir. Del Toro prefiere hablar de las cosas que están probadas:
“Me preocupa mucho más los círculos inmediatos, es decir, si estoy activo en mi círculo de la manera en que debería estar. Porque en estos momentos poner nuestros destinos en las manos de quien se proponga a candidato, sería ingenuo. Como lo he dicho, me parece más curioso que no se hable de cómo en las redes sociales se articularon las respuestas del terremoto y como se generaron muchas cosas (…) Esa es una forma alternativa de romper a un siniestro. Eso se debe pasar a lo político, sobre el qué hacer en lo inmediato”, comentó.
Finalmente, al respecto también aseguró que poco puede aportar el cine en la tragedia aunque sea una forma de expresión artística que a él mismo le ha salvado la vida: “No sé si se le concede demasiada importancia al cine. La función del cine es como la de la religión, es completamente personal”, dijo.
“Si a mí me dicen en que puede ayudar la iglesia en estos casos, yo digo a mí en nada, ni voy ni iré. Pero hay gente a la que le dará sosiego. Sobre el cine hay gente que va al cine y la que no. Yo puedo decir que en momentos de dolor hay películas domingueras que me salvaron la vida. Lo que puede hacer el cine es existir”, concluyó.