En medio de edificios destrozados hay un abeto con una estrella en la cima. En la ciudad vieja de Homs, los cristianos sirios celebrarán la Navidad con alegría para espantar los recuerdos de la guerra.
Esta ciudad, la tercera más poblada del país, fue escenario de enfrentamientos encarnizados entre el régimen de Bashar al Asad y los rebeldes entre 2011 y 2014.
Ahora saborean la Navidad y para festejarla por todo lo alto han previsto un recital, una procesión y un espectáculo infantil.
En el barrio de Hamidiyeh, habitado principalmente por cristianos, iluminarán un abeto decorado con guirnaldas plateadas y azules.
«En 2014, cuando volvimos a nuestro barrio devastado, el abeto se hizo con escombros», declara Rula Barjur, a la cabeza de la asociación caritativa Beyti (Mi casa, en árabe).
«Este año, la gente recupera la alegría», afirma la mujer mientras, tijeras en mano, da los últimos toques al abeto.
Como niños pequeños
Aunque pasaron tres años desde el final de la batalla, ganada por el ejército, todavía se ven edificios en ruinas y montículos de escombros.
Los activistas la llamaban «capital de la revolución». En 2011 se registraron manifestaciones masivas que pedían la dimisión de Asad, cuyo clan dirige Siria desde hace casi medio siglo.
La ciudad quedó devastada por los combates. En 2014 se alcanzó un acuerdo de evacuación que forzó el desalojo de unos 2 mil rebeldes del casco antiguo, después de un asedio de dos años.
«Todos los habitantes participan y ríen como niños pequeños», se congratula Abdu al Yusefi, un hombre de unos sesenta años que transporta cofres con los adornos.
El hombre pide a un joven que le saque una foto al lado del árbol para enviársela a sus hijos, refugiados en Alemania después del estallido de la guerra en 2011. «Quiero pedirles que vuelvan, la alegría ha vuelto a Homs».
En mayo de 2017, el régimen tomó el control de toda la ciudad tras la evacuación de los últimos rebeldes atrincherados en el barrio de Waer.
Decenas de miles de civiles ya han regresado.
La guerra ha dejado cicatrices en cada esquina de las calles. Cerca del abeto, decenas de retratos de hombres muertos en la batalla cuelgan del llamado «muro del honor», algunos descoloridos por la lluvia.
Entre ellos el padre Frans, un sacerdote holandés admirado por su ayuda a los civiles y abatido por un desconocido antes del final del asedio de la ciudad vieja de Homs.
Una Navidad como las de antes de la guerra
En la iglesia siríaca ortodoxa de Nuestra Señora del Sagrado Cinturón, una de las más antiguas del mundo que según la tradición albergaba el cinturón de la Virgen, unos voluntarios montan el belén. Transportan estatuas de los Reyes Magos y las colocan en una gruta de papel.
Los cánticos melodiosos del coro que ensaya para la misa se entremezclan con los de los scouts que darán un concierto callejero el día de Navidad.
«Antes nuestras fiestas estaban marcadas por la tristeza, debido a los mártires y a las destrucciones en la iglesia. Rezábamos en medio de los escombros», recuerda Imad Jury. «Pero este año es como las fiestas de antes de la guerra».
La iglesia resultó dañada por los bombardeos y un incendio pero las obras de restauración terminarán pronto. Hay bancos nuevos y una imagen de la Virgen.
«Volvimos a sacar los íconos de gran valor que habíamos escondido», explica Mijaíl Awil, que oficia en el templo.
En el restaurante Julia Domna (nombre de una emperatriz romana nacida en Homs), restaurado hace un año, el número de reservas aumenta.
Los camareros adornan el local mientras los clientes fuman narguile en el elegante patio interior de vidrios de colores.
El director del restaurante, Malek Trabulsi, está contento porque la ciudad «recobró la seguridad y anunció el final de su duelo».