Desde los primeros días de enero, los que somos de espíritu gordito exigimos que se parta la Rosca de Reyes. Es una tradición infalible en México, pero su origen se registra en Europa y es, como ocurre con otras celebraciones decembrinas, profundamente religioso.
La rosca simboliza un pasaje bíblico conocido como Epifanía, en el que los Reyes Magos se encontraron con el niño Dios. Según las creencias cristianas, su forma ovalada representa al amor infinito —sin principio ni fin— que los creyentes le profesan a su Dios. Otra interpretación atribuye la forma circular a su similitud con las coronas de los Reyes Magos.
El origen
La tradición de partir la Rosca de Reyes surgió en Francia durante la Edad Media. En aquel tiempo, la gente tenía la costumbre —considerada pagana por la Iglesia— de elegir un rey para las fiestas. El proceso de elección era sencillo: se escondía un haba en una rosca de pan dulce, adornada con azúcar y frutas. Quien la encontrara era proclamado rey de manera simbólica.
El haba oculta simbolizaba la huída de José y María para esconder a Jesús del rey Herodes, quien —según se cuenta en el Evangelio de Mateo— había ordenado el asesinato de todos los niños menores a dos años.
Se desconoce a partir de cuándo se empezó a esconder dentro de la rosca un muñeco de porcelana, pero las leyendas urbanas cuentan que algunas personas han sido capaces de tragarse la figurilla para eludir el compromiso que dicta la tradición y que da paso a la celebración del Día de la Candelaria, donde los padrinos confeccionan un ropón al niño Jesús, lo visten de gala y regalan atole y tamales a los comensales el 2 de febrero.