María Pérez Tavera a sus 41 años con tres hijos a quienes provee de ropa, calzado y alimento, sabe que la vida no es fácil. A los 31 años su matrimonio se fracturó, desconsolada en lo sentimental y emocional con sus hijos a cuestas, veía un negro panorama, no tenía trabajo, nunca antes había trabajado.
El solo hecho de pensar en qué iba a trabajar, la inundaba de miedo; sin embargo, las figuras de sus hijos le dieron la fuerza suficiente para salir de casa en busca del alimento, caminó sin rumbo fijo pensando en dónde podría conseguir trabajo.
Una obra de construcción cerca de casa fue su salvación. Primero fue ayudante en general, cargar, barrer, pintar. Poco a poco fue aprendiendo el oficio, un oficio que requiere fuerza, maña y sobre todo un carácter fuerte para evitar el acoso sexual, para evitar ser sobajada y sometida en un oficio de «hombres».
Es un trabajo habitual para los hombres, entonces de pronto, trabajando me toca a entrarle a la par como ellos, desde cargar material, desde hacer lo mismo que hacen y a veces tengo que ponerle más empeño, porque si no se hace más complicado, porque por el hecho de ser mujer a veces no nos dan la oportunidad de trabajar».
En la actualidad tiene el rango de oficial en pintura, lo mismo hace impermeabilizaciones, tablaroca y algunas «chambitas» de albañilería, como ella les llama.
Me dedico al acabado de interiores, ese es mi oficio soy oficial en pintura, medio oficial en pasta y ayudanta de tablaroquero y de pronto hago chambitas extras, pero todo tiene que ver con la construcción».
A diario prepara su mochila con martillos, pinzas, desarmadores, punzones, su ropa de trabajo y botas llenas de mezcla. Su oficio no le impide el uso de zapatillas, vestidos o faldas y maquillaje. Antes, durante y después de su labor, se da un tiempo para pasar el delineador por sus ojos o el lápiz labial.
Soy albañila, que no se me note cuando llego a la chamba y que no se me note cuando me voy. Nada tiene que ver el hecho de que trabaje en algo así, y tengo yo ese lado femenino, la verdad es que yo llego a la obra, me gusta usar tacones, me gusta usar medias, me gusta usar ropa linda, no. Siempre yo, aunque ande toda polveada me enchino las pestañas, me gusta verme linda”.
Un martillazo al cincel para tumbar el cemento, otro más fuerte, sonríe de manera coqueta y susurra «No necesito ir al gimnasio». A simple vista, se pensaría que María no pasa de los 28 años, tiene un físico delineado construido con base en cargas pesadas y largas jornadas de trabajo.
Mientras trabaja no deja de hablar, es parlanchina, tiene una voz clara, es alegre y su lenguaje es pulcro, evita decir majaderías, trata de romper con el esquema del albañil, del pelado barbaján.
Ella es María, una mujer que rompió sus miedos al qué dirán, rompió los estereotipos al incursionar en un oficio de «hombres rudos»; así es María, una mujer que se ha dado cuenta que sí sé tienen sueños, se debe de luchar para cumplirlos.