Aunque el motivo real de Sean Penn al hacer la entrevista se perdió entre el sensacionalismo, conocer al Chapo Guzmán marcó su vida.
Sin proponérselo, y sin advertirlo siquiera, el 28 de septiembre fue un día que marcó la vida de Sean Penn de muchas maneras. La paradoja de ese día, como el mismo Sean Penn lo calificó, empezó cuando en el hotel donde aguardaba instrucciones para su reunión con el Chapo, Enrique Peña Nieto, presidente de Mexico, también aguardaba entre las mismas paredes para asistir a la Asamblea General de la ONU. Ciertamente, una paradoja.
Una de las razones que llevaron a Sean Penn a tomar la decisión de entrevistar a alguien como Joaquín «el Chapo» Guzmán fue, primeramente, reivindicarlo y regresarle su calidad de «persona» que, según la opinión del actor, el gobierno mexicano le había arrebatado tras la lucha encarnizada contra el narcotráfico que tantas vidas había cobrado dentro y fuera del país. La segunda, y una de las que más hacía reflexionar a Sean Penn, era mirar desde el interior, excavar en los pensamientos del «Chapo» y averiguar el origen del «hombre más buscado».
Mientras mataba el tiempo en espera de encontrarse con el capo, la cabeza de Sean Penn se concentraba en todos los espectaculares de los noticiarios, en los anuncios de la prensa mexicana sobre las vidas perdidas a causa de la lucha contra las drogas, en las personas quemadas y decapitadas que aparecían todos los días en distintas ciudades mexicanas.
Penn era más que consciente de todo lo que el Chapo cargaba a sus espaldas, y en medio de ese dilema moral, esperaba su encuentro para dar a conocer la verdad; la verdad sobre todo. Para Sean Penn, nadie, después de Osama Bin Laden, había puesto en alerta a tantas autoridades mundiales, y era ese nudo justamente el que Penn quería desatar, porque para el actor un hilo siempre tiene dos orillas de las cuales tirar.
El primer filtro al narcotraficante era un «restaurante japonés» en Nueva York, encuentro que, Sean Penn sabía muy bien, era la última oportunidad para retirarse si de pronto la razón lo visitaba.
El siguiente filtro sería en la ciudad de Los Angeles para ver al contacto principal entre «el Chapo» y Sean Penn: Kate del Castillo.
Según Sean Penn, llegó hasta Kate del Castillo por medio de un conocido en común —y de quien no conocemos la identidad—; un productor involucrado en el proyecto que habían trazado la actriz y el capo: una película sobre la vida del «Chapo» Guzmán. Dicha producción no podía arrancar como cualquier otra debido a las obvias limitaciones del capo. Si la película tendría que estar bajo su supervisión, sería muy difícil mantener el contacto.
Tiempo después una noticia mundial impresionó al mundo, Joaquín Guzmán Loera «el Chapo» había escapado por segunda vez de una prisión federal de máxima seguridad. Para Sean Penn este evento tenía la relevancia suficiente para una entrevista, artículo, etcétera, sobre los secretos del «Chapo». El actor se reunió con Kate a través del «productor desconocido» para darle a conocer sus intenciones con el narcotraficante y así Del castillo hiciera llegar el mensaje al «Chapo».
Con todo un mes de planeación y logística, llegó el día del «vía crucis» hasta Joaquín Guzmán: un vuelo de Los Angeles a la Ciudad de México; un viaje en auto del aeropuerto a un hotel. Un recorrido de hora y treinta minutos en medio de una caravana de autos de seguridad blindados (con el respectivo cateo de celulares y cualquier dispositivo electrónico). Una parada en una pista de aterrizaje anónima donde esperan dos avionetas (claro, con sus asignados hombres de seguridad armados hasta los dientes). El panorama «jungloso» que ofrece el vuelo de dos horas en las avionetas se ameniza con la conversación que Penn sostiene con el hijo del Chapo con ayuda de Kate como intérprete.
Al actor le sorprende la confianza que el narcotraficante deposita en ellos al no vendarles los ojos durante el viaje, piensa él, tiene que ver con la actriz.
Lo que sigue es incontable, numéricamente; más viajes en auto que atraviesan ríos y lo que parecen ser selvas amazónicas o campos de labranza o una mezcla de ambos. Siete horas hasta llegar apenas a las estaciones de control militar comandadas por el Cártel que se alejan avergonzados al ver el rostro del hijo del Patrón.
Lo que parecen villas y pueblos pequeños van desfilando ante los ojos de Penn. Entrada la noche y en el pico más alto de la sierra, detrás de un convoy de autos y camionetas, a un lado, indiferente, templado, expectante: «El hombre más buscado» recibiéndolo con una sonrisa.
Una vez instalados, después de comer y beber, empieza la conversación (de forma planeada, no hay hombres armados a la vista, el contexto es, en realidad, bastante tranquilo). Sean Penn le habla al capo sobre sus andanzas y hazañas: sí, organizaciones en Haití, sí, amigo de Hugo Chávez, sí, alguna vez algún familiar trabajó con la DEA. Es un intento desesperado por ganarse su confianza, pero algo hay que hacer.
El objetivo de Sean Penn (hacer ver al capo como un humano) que se debatía en su consciencia con todas las víctimas de la guerra del narcotráfico estaba más en juego que nunca: el capo es un hombre carismático, sencillo, calmado, reservado en cuanto al Gobierno, sonriente, padre. Es, en todos los sentidos, una persona.
El preámbulo (que dura casi toda la noche) a la entrevista transcurre con una conversación amena y variada en un ambiente que a Sean Penn le pareció extrañamente seguro; a pesar de estar conscientes todo el tiempo de los riesgos del evento, el capo extiende fuera de sí su seguridad y templanza.
Aunque el motivo real de Sean Penn al hacer la entrevista se perdió entre el sensacionalismo y el escándalo, el actor asegura, al mismo tiempo, que no pudo hacerla con la profundidad que deseaba; sin embargo, en toda su crónica —publicada en la revista Rolling Stone— regala al mundo otra cara del narcotraficante más grande del mundo, su narración de los hechos está clara y llena de impresiones oportunas que ofrecen una visión pura. Lo que vino después se escapó del control de todos.