Cuando perdió por completo la vista, a los 17 años, se fugaba de casa por las madrugadas y corría por la 4ª Avenida de Ciudad Nezahualcóyotl, sólo con ayuda de un palo de escoba. Buscaba descargar su frustración y furia por aquella vida en tinieblas, sin reparar en los peligros de muerte.
Ahora, a los 53 años, Hugo Rafael Ruiz Lustre se ha convertido en el primer legislador ciego en la historia del Congreso de la Unión. Antier rindió protesta como diputado de Morena, por la vía plurinominal. Y, como en aquellas carreras desesperadas de la adolescencia, hoy los riesgos en la política también son latentes… Se ha filtrado, por los pasillos parlamentarios, la posibilidad de obligarlo a pedir licencia para dejar el lugar a su suplente: el expriista Canek Vázquez, operador de Manlio Fabio Beltrones.
“Al señor Canek ni lo conozco, ¿quién se ocuparía entonces de la defensa de los discapacitados en la Comisión de grupos vulnerables?”, cuestiona.
Durante la protesta protocolaria del miércoles, se le detectó a la distancia auxiliado por uno de sus colaboradores, para caminar en el salón de sesiones, sentarse y entonar de pie el Himno Nacional. ¿Quién era él?…
El encuentro se pactó en el patio principal de San Lázaro, donde Ruiz Lustre desata sus recuerdos como deportista paralímpico: llegó a las semifinales en las carreras de 100 y 200 metros de Barcelona 92; y donde habla también de su activismo a favor de los discapacitados y de su incursión en la empedrada política.
“Somos más discapacitados que indígenas, según el INEGI: 7 millones y medio, aunque para los gobiernos es a conveniencia: 21 millones si nos van a pedir y no más de uno si nos van a dar”.
Nació con una rara enfermedad: retinosis pigmentaria, una especie de lepra en la retina con la cual ésta se desintegra día con día. A los 17 años se sometió a un procedimiento médico experimental, resultó alérgico y terminó con ceguera total. Ni aun en sus mejores tiempos supo cómo era la noche, por la cortina permanente de humo en sus ojos.
Baldomero, uno de sus hermanos, sufrió del mismo mal genético y perdió la vista a los 30 años. Viven juntos: se ayudan, se entretienen con las historias de infancia, cuando había luz en las miradas.
—¿Conoció los rostros de sus padres? —se le pregunta.
—Sí, y todavía los recuerdo como cuando veía, los sigo soñando vitales, jóvenes. También pude ver la carita de Caro, una novia muy guapa que tuve, de hermosísimos ojos. No he vuelto a tener un noviazgo así.
Al quedarse ciego, dejó la escuela: estudiaba la vocacional, quería estudiar una carrera técnica.
“Me desplomé y dejé de dormir. Algo debía hacer para cansarme y caer rendido de sueño, y no encontré una mejor opción que quitarle el palo a la escoba y salirme a escondidas de la casa para correr en la calle, siempre de madrugada. Las primeras veces fue frustrante, terminaba llorando de impotencia y reclamándole a Dios”…
“Las personas que me veían correr a las 3 o 4 de la mañana, me gritaban: ‘pinche loco, qué te robaste, estás drogado’, me escupían, me aventaban cosas. Muchas veces me llevaron al municipio, caí en coladeras, choqué con perros, costales de basura, rompí veladoras de los muertitos sobre la avenida; pero esas mismas personas, con el tiempo, comprendieron mi situación y comenzaron a quitar las piedras y todos los obstáculos en el camino, cada vez se me hizo más fácil correr”.
—Qué aventura.
—Era puro coraje. Llegué a correr un kilómetro de ida y uno de venida, pero a una persona se le ocurrió abrir una vulcanizadora de día y de noche, dejó mal colocada una solera y en una de las carreras callejeras me desmadré la garganta. Una patrulla me llevó a casa, todo golpeado y fue cuando mi familia se dio cuenta de mis escapadas. Días después, Óscar, mi hermano el más chico y quien entonces iba en la secundaria, me dijo: ya no te arriesgues, cuando regrese de la escuela yo te llevo a correr. Todos los días íbamos a dar vueltas al estadio Neza 86, yo corriendo, agarrado de la bici de mi hermano. Un día llegó a la casa un hombre preguntando por mí, era uno de los vecinos que me había visto correr por la avenida. Como ya no me veía, se preocupó. Se llamaba Lorenzo y tenía un gimnasio. Me invitó a jalar y con el tiempo logré ser campeón estatal de levantamiento de pesas, en la categoría de envión.
—Pero lo suyo, su pasión, era correr…
—Un amigo me contó que había una escuela para discapacitados manejada por Nacho Robles, un prócer de la discapacidad y quien se convirtió en mi referente. Ahí supe que el Comité Olímpico organizaba carreras y me inscribí a una como Hugo R.R. Lustre, y con ese nombre se me conoció después en el deporte. A ese primer evento llegó un chico que había asistido ya a los Juegos Olímpicos de Seúl 88, era la estrella del momento. Cuando lo soltaron, escuché un sonido parecido a lanzar un bistec al sartén con aceite caliente, “pa´su mecha”.
Algo ocurrió ese día frente a aquel corredor de experiencia mundial. A los 19 años le dio un giro a su existencia. “Probé una savia desconocida”, dice. Tal vez desde esa época quedó marcado el destino de convertirse, 34 años después, en el primer legislador ciego en la historia del Congreso. Y no desea renunciar a este papel…