Si bien técnicamente es una secuela, ‘El Depredador’ no arranca exactamente donde terminaron las anteriores. La conexión con sus predecesoras se limita a contados guiños al pasado, suficientes para activar la memoria y nostalgia de un espectador que ha tenido contactos alienígenas en el cine desde 1987.
Al mismo tiempo, el personaje se renueva lo suficiente como para atraer la atención de los recién iniciados.
La conexión más fuerte se deriva de la presencia de Shane Black, el actor que interpretó al soldado Hawkins en la primera película y que ahora regresa a la franquicia como coguionista –junto a Fred Dekker- y director.
Black busca mantener viva la esencia que hizo famosa a esta saga, llevando una historia –en el fondo conocida– a un nuevo escenario, en una zona rural al sureste de EE.UU., donde coinciden las dos líneas narrativas que desembocan en una vibrante cacería.
Por un lado está Quinn McKenna (Boyd Holbrook), un comando militar y el único sobreviviente tras un nuevo contacto extraterrestre, que ha sido degradado y obligado a recluirse en un sanatorio mental, como parte de una conspiración del Gobierno para ocultar la presencia alienígena.
Por otra parte está Casey Bracket (Olivia Munn), una bióloga evolutiva reclutada por la CIA para investigar una nueva forma de vida oculta en una instalación secreta, que vendría a sustituir a la famosa Área 51.
En medio está el monstruo, esa criatura con una apariencia tan extraña y familiar a la vez, sobre la que se proyectan ciertos rasgos humanos, pero de una manera siniestra, aterradora y primitiva.
El filme introduce algunas variantes, siempre sobre la base de diseño, tecnología y habilidades del personaje original, cuya presencia deja una sensación ambigua, por la evidente diferencia entre los efectos de cámara y las gráficas diseñadas en computadora.
En un intento por llevar a ‘El Depredador’ al siguiente nivel, el director replantea una trama en la que va concertando terror, acción, drama, ciencia ficción y comedia, en una cinta que tampoco deja de ser brutal y sangrienta.
Son elementos de género que se van anudando alrededor de una impetuosa cacería, donde un versátil Jacob Tremblay hace lo suyo como el hijo autista del soldado McKenna y la clave para descifrar los planes de los depredadores.
En la persecución también participan los ‘chiflados’, un grupo de excombatientes con problemas psicológicos, de los que nace gran parte del humor y que se suman a la cruzada de McKenna, quien encuentra en la doctora Bracket a una científica con habilidades suficientes para enfrentar cada situación de peligro.
La cantidad de ideas, personajes y elementos que abarca ‘El Depredador’ no deja que la historia se cohesione por completo, aun así es una película capaz de entretener sin mayores exigencias y arrancar suspiros de nostalgia.