Marihuana enlatada

«Ya llegaron las latas, ¿quién quiere una?»

El mensaje enviado por Whatsapp a un grupo de narcomenudistas en el oriente de la Ciudad de México y en el Estado de México sacó a unos 40 jóvenes del marasmo del fin de semana. Lo escribe «El chido» de la zona, un apodo genérico que se usa en varias colonias del área metropolitana para referirse a una especie de «jefe de plaza», quien recibe los grandes cargamentos de droga, los almacena en una bodega secreta, los reparte a sus vendedores y cobra la ganancia para entregarla al siguiente jefe en la cadena de mando del cártel.

Se acaban en chinga, pónganse vivos y pidan».

Esta vez, la droga que ha llegado al barrio es distinta a todas. Es la más cara, tiene alta demanda y no es para cualquiera. Solo para los VIP. No es esa mariguana mitad verde y mitad café que crece clandestinamente en Xochimilco ni la cocaína de baja calidad que sube desde Guerrero para venderse como «piedra» a los más pobres de estos barrios populosos. «El chido» está ofertando la droga más fina de todas en el menú del narcomenudeo: mariguana cultivada con la tecnología y la paciencia que ofrece la despenalización en California, Estados Unidos.

Esta mariguana, cuenta Eme, uno de los vendedores que ha accedido a platicar con el HuffPost México, se vende en Polanco, Santa Fe, en los mejores restaurantes de las colonias Condesa y Roma, a un precio de mil 500 pesos por menos de la mitad de una onza.

Pura calidad. Esto es lo mejor que vas a consumir en tu vida», presume Eme. «Es, digamos, lo gourmet de acá. Es para los clientes chingones… un ejecutivo, un gerente, artistas… no es para todos».

La lata mide unos 8 centímetros de circunferencia, similar al tamaño de una lata de atún. Está sellada herméticamente y al vacío. «Calidad suprema», se lee en un costado. Cuando se abre, hace un tímido clic que expone su frescura. Adentro, hay un pequeño sobre con gel que absorbe la humedad. La mariguana luce como si estuviera recién cortada con unos finos «cristales» que coronan las hojas. Aperlada. Cultivada «con libertad», dice Eme.

Esto es lo que andamos vendiendo ahora… ¿qué como llega hasta acá? Ah, pues te voy a contar lo esencial, nomás lo que necesitas saber. Pero antes, ¿no me regalas un poquito?»

Estas latas, como el mezcal, tienen denominación de origen: la zona de dominio del Cártel de Tláhuac, el primero en la Ciudad de México que se atrevió a hacer narcobloqueos cuando el año pasado la Secretaría de Marina, desconfiando de la policía capitalina, hizo un operativo sorpresa que terminó con la muerte de su cabecilla, Felipe de Jesús Pérez, «El Ojos», la real autoridad del barrio entre 2010 y 2017.

Sus alianzas no tienen verdades, sino versiones: unos dicen que con la caída de «El Ojos», el Cártel de Tláhuac pactó con otro cártel, La Unión Tepito. Otra, que la alianza se hizo con el Cártel Jalisco Nueva Generación. O que el Cártel de Sinaloa en la ciudad está ayudándoles a expandirse por municipios como Neza o Valle de Chalco en el Estado de México, donde la sobrepoblación de adictos les garantiza jugosas ganancias. Otra versión apunta a que El Cártel de Tláhuac ya no existe, que solo quedarían líderes independientes.

Tal vez alguna o ninguna sea cierta. O todas fueron verdad en algún momento. Los arenosos pactos entre narcotraficantes suelen durar lo que un cigarro de marihuana. Lo que sí es cierto es que en la Ciudad de México y el Estado de México cambian los jefes, pero no el negocio.

Debido a esas estructuras que resisten la muerte de cualquier capo, la mariguana en lata de atún llega hasta la Ciudad de México por una ruta que se alarga 3 mil kilómetros hasta California, donde su cultivo con tecnología para uso recreativo es legal desde el 1 de enero de 2018. El mismo día que Donald Trump ganó las elecciones presidenciales, los californianos votaron en un referéndum para aprobar cambios en la ley.

Los medios internacionales repitieron una y otra vez esta frase: «California ya es el mayor mercado de marihuana en el mundo» con 39 millones de habitantes.La despenalización potenció una zona conocida como el Triángulo Esmeralda, al norte de California, donde los caminos huelen a marihuana. Ahí, dicen, se cultiva la mejor hierba, la más fina, la que te hace volar sin desconectarte, la que no da jaquecas ni ojos rojísimos. Además, la que no está teñida de sangre: el cultivo, tan legal y competido como el de manzanas o mandarinas, no crea matanzas ni cárteles estadounidenses y sí una derrama económica de 7 mil millones de dólares anuales.

Según Eme, la mariguana en lata viaja en barco hacia México. Usan una ruta que no puede revelarme y entra por un puerto controlado por el crimen organizado. Con billetes o con balas, los inspectores aduanales son obligados a cerrar los ojos y dejarla pasar hasta los tráilers que la llevan por tierra a los límites de la Ciudad de México y Estado de México. La ruta está llena de oficiales de policía corruptos o atemorizados, que, como «El chido», reciben dinero para entregarlo al siguiente jefe en la cadena de mando.

Cuando las latas llegan a la zona metropolitana, un movimiento frenético de automóviles acude por ella para llevarlas a bodegas en distintas colonias. Cada «chido» regional pide sus latas calculando el número de narcomenudistas a su cargo y la capacidad de sus vendedores para meterse hasta las zonas de lujo de la Ciudad de México. Siempre faltan latas, cuenta Eme. A veces, tardan meses en llegar y cuando sucede, se agotan en unas horas. La demanda es altísima, pese a que una lata vale 17 salarios mínimos. Cuando se trata de la mejor mariguana de tu vida, no hay ninguna crisis económica.

Cada lata representa un cliente o una franja cautiva que otro grupo desea. Y la lucha es brutal. El dominio por el mercado negro de las drogas en México ha causado que tres de cada cuatro homicidios sean efectuados por el crimen organizado, según la organización Semáforo Delictivo. Solo en 2017, hubo 18 mil 989 muertos relacionado con este negocio ilícito.

En California, la mariguana legalizada llena bolsas de dinero. En México, la marihuana penalizada llena bolsas con cadáveres.

Apúrense, que quién sabe cuándo caigan otras».

«El chido» quiere apurar a su ejército, pero no hace falta. El primer mensaje a su grupo de Whatsapp desata una reacción en cadena. Aunque es la hora en que típicamente todos están aniquilados por la resaca de alcohol o de cocaína, sus narcomenudistas se activancon el sonido del chat que no deja de timbrar.

«A mí, padrino, apúntame 10», escribe uno. «Yo, mi chido, póngame 5», responde otro. «A mi me encargaron 10 desde la vez pasada, no te olvides de mi». «¿Cuánto es lo más que te puedo pedir, padre?».

Esa misma tarde, decenas de chicos harán fila en una bodega cualquiera, de aspecto genérico. Uno a uno pasará por sus latas dejando en garantía su vida. En su mayoría, chicos de barrios pobres que anhelan la vida de sus clientes. Si al cabo de una semana no entregan el dinero o la mercancía no vendida, pueden ser asesinados. Una cosa es la amistad y otra el negocio. Por lo segundo se mata hasta por una deuda de 100 pesos.

Ya se acabaron, ahí pónganse chingones para la siguiente».

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