Encuentran intacto rico santuario maya en la cueva de Balamkú

En 1966, los ejidatarios Eleuterio, Mariano y Esteban Mazón, junto con Ermilo, Jacinto, Pascual y el niño Luis descubrieron la cueva de Balamkú, ubicada a 2.7 kilómetros al este de la pirámide de Kukulcán, en Chichén Itzá, Yucatán. El arqueólogo Víctor Segovia logró acceder y realizó un reporte de este hallazgo.

La entrada de la cueva fue tapiada en ese entonces con piedras por los pobladores y expertos del INAH, por lo que quedó sellada durante casi cinco décadas. El año pasado, el ahora hombre de 68 años, Luis Un, le contó al arqueólogo subacuático y director del proyecto Gran Acuífero Maya, Guillermo de Anda, la existencia de la cueva y ése fue el inicio de la exploración que comenzó en junio de 2018, cuando se ingresó y se descubrió el santuario, en el cual han encontrado siete ofrendas que están en perfecto estado de conservación, no han sido alteradas, y entre las cuales destaca un bracero incensario tipo Tláloc. “Son hallazgos muy importantes que cambiarán la noción que tenemos de esta civilización y podrían reescribir su historia”, dice Guillermo de Anda.

El arqueólogo señala, en conferencia de prensa, que para recorrer la cueva ubicada a 24 metros de profundidad y cuya altura es de 50 centímetros —en otros tramos es de 40, y su anchura varía de 60 a 50 centímetros—, “los seis que estamos en la exploración debemos movernos en tramos pecho a tierra o en el mejor de los casos a gatas, para poder llegar a las ofrendas en las cuales hay más espacio y podemos ponernos de pie, como en la 1 que tiene 2 metros 30 centímetros de alto; en la 2, que tiene 2 metros 30 de alto o la 3, cuya altura es de 2 metros 80 centímetros”.

Hasta el momento, dice Guillermo de Anda, “se han recorrido 460 metros y descubrimos siete ofrendas con vasijas y 155 incensarios, que aún conservan restos carbonizados de alimentos, semillas, jade, concha y huesos, no sabemos si de animales o humanos, entre cientos de artefactos, que por su gran cantidad, aún no hemos contabilizado y que datan del Clásico Tardío (700-800 d.C.) y Clásico Terminal (800-1000 d.C.). No vamos a extraer ninguno de estos elementos, porque así como están tienen información invaluable.

Se trata de la primera fase de exploración y, hasta el momento, dice el arqueólogo, se tienen reportes de lo que sería su tercera parte y hay una posibilidad que esté conectada al cenote sagrado que está bajo El Castillo.

“Ésta es una cueva laberíntica que en algunos tramos tiene dirección al norte, otros al este y unos más al oeste, pero lo más importante es que hay una posibilidad de que esté interconectada con el cenote sagrado, lo cual nos daría mucha información sobre los mayas”.

Al respecto, se le pregunta cómo se reescribiría la historia de esta civilización, y cómo se inserta el bracero tipo Tláloc (característico por sus bigoteras y anteojeras) en la cultura maya. A esto, Guillermo de Anda señala que la existencia de este objeto podría echar por tierra la teoría de que hubo una invasión tolteca, porque en algún momento el culto a esta deidad llegó desde el centro de México a la civilización maya.

La otra forma, añade, es que estos contextos que se encuentran intactos, contienen datos invaluables relacionados con la formación y caída de la antigua Ciudad de los Brujos del Agua y sobre quiénes fueron los fundadores de este sitio.

“Es el mayor descubrimiento en la zona desde el hallazgo de la cueva de Balamkanché, en la década de los 50 del siglo pasado, de donde se extrajeron alrededor de 70 incensarios, entre otros materiales, sin llevar a cabo su análisis. Eso derivó en la pérdida de información invaluable, de ahí que Balamkú representa una ocasión imperdible para la arqueología en cavidades profundas”.

INFRAMUNDO. Guillermo de Anda señala que es muy posible que en los periodos Clásico Tardío (700-800 d.C.) y Clásico Terminal (800-1000 d.C.), el norte de la Península de Yucatán haya sufrido una inusitada sequía que obligó a los mayas a realizar peticiones de lluvia, para lo cual fueron a las entrañadas de la Tierra, al inframundo, donde residían las deidades de la fertilidad y pidieron que lloviera.

Lo anterior, añade el arqueólogo, muestra el gran esfuerzo que hicieron para depositar en las galerías de la cueva objetos como cajetes, piedras de molienda, malacates y metates en miniatura, y tapas de incensarios con representaciones de jaguar.

Explicó que muchos de los incensarios parecen haber sido destruidos intencionalmente; una segunda hipótesis apunta a que fueron “matados ritualmente”, o bien, parte de una acción de desacralización del espacio, quizá en el ocaso de Chichén Itzá.

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