¿Cada cuánto te acuestas con tu pareja? ¿Cuánto alcohol bebes a la semana? ¿Te preocupa el tamaño de tus genitales?. Aunque no lo creas, esto lo sabe Google.
Imagina que un encuestador con bata blanca te lanza estas preguntas. Tú, que eres una persona razonablemente honesta, no te limitarás a endulzar la realidad. Directamente, mentirás. Algo parecido ocurriría si la entrevista fuera telefónica. O, incluso, si se tratara de un formulario online totalmente anónimo.
Si existe una verdad universal es que todos los humanos mentimos. La culpa es del sesgo de deseabilidad social: nos gusta que nuestros congéneres piensen bien de nosotros, aunque no vayamos a cruzarnos con ellos en el resto de nuestras vidas. Y eso hace que la fiabilidad de los estudios sociales se desplome.
Ahora bien, ¿qué pasaría si alguien inventara un suero de la verdad que nos forzara a ser honestos? No hace falta especular: ese suero ya existe, lo utilizas cada día… y se llama Google.
«La gente le cuenta cosas al buscador que no confiaría ni a su mejor amigo», dice por email Seth Stephens-Davidowitz, analista en datos y ex trabajador de Google, que ha llegado a una conclusión tajante: «Estas búsquedas constituyen el conjunto de datos sobre la psique humana más importante jamás recopilado en la historia.»
Freud estaría encantado con Google
Ahora Stephens-Davidowitz, de 36 años, ha convertido esa intuición en un ensayo de sugestivo título, Todo el mundo miente. Tras analizar billones de búsquedas durante cuatro años -tanto en Google como en webs porno o foros de ultraderecha- el escritor traza un retrato tan preciso de nuestra sociedad que haría salivar a Freud. «Google se inventó para que la gente conociera el mundo, no para que los investigadores conociéramos a la gente», admite. «Sin embargo, los rastros que dejamos al buscar en internet también son tremendamente reveladores sobre quiénes somos.»
Y, desde luego, su investigación no nos deja en buen lugar. En la soledad de nuestras pantallas, cuando nadie nos vigila, somos unos seres racistas, egocéntricos, viciosos, depresivos y obsesionados con el sexo, específicamente en los detalles más ínfimos de nuestros genitales: los hombres preguntan más por su pene que por la suma de pulmones, hígado, pies, orejas, nariz, garganta y cerebro. Nada que no sospecháramos ya, claro, pero que Stephens-Davidowitz prueba, una y otra vez, con la gélida efectividad de los datos.
El ocio, la madre de todos los vicios
Hace cinco años, Stephens-Davidowitz era un desmotivado estudiante de un posgrado de Economía. Hasta que, un día, descubrió Google Trends, una herramienta que detalla cuántas veces se ha buscado cualquier palabra o frase en todo el mundo. «Mis amigos me confirmaron que le contaban a Google las cosas que realmente les preocupaban, sin filtro, así que decidí ponerme a investigar», relata.
La acción cotidiana de escribir una frase en la cajita blanca del buscador deja una migaja de verdad que, multiplicada por billones, acaba revelando verdades profundas sobre nuestro ser. Una de las primeras áreas que Stephens-Davidowitz decidió investigar fue la sexualidad, quizá aquella en la que el sesgo de deseabilidad es más evidente. Y, de nuevo, sus conclusiones demostraron que la sabiduría convencional no siempre acierta.
El sexo es el motor de Google
En una cultura obsesionada por el erotismo, resulta difícil admitir en público que gozas de menos relaciones sexuales que las que desearías. Desde luego, no es algo que apetezca confesar al encuestador de la bata blanca. Pero, si estás buscando información en Google, tienes todos los incentivos del mundo para contar la verdad.
Gracias a ello sabemos que, frente al tema de la esposa con dolor de cabeza, las mujeres son las más frustradas por la falta de actividad sexual en la pareja. Su principal queja en Google es «Mi novio no quiere acostarse conmigo», que teclean con una frecuencia que duplica a la de los hombres.
Quizá esta sequía sexual se deba a la inseguridad que sufren los varones al enfrentarse a la cama. Es un hecho que al hombre siempre le ha preocupado estar bien dotado.Pero la dimensión exacta de su inquietud es asombrosa. Valgan tres ejemplos.
Buscan más veces cómo alargarse el pene que cómo hacer una tortilla, afinar una guitarra o cambiar una rueda.
En las búsquedas de los efectos de los esteroides, les preocupa más que les reduzca el pene a que dañe su salud de forma grave.
Una de las búsquedas más frecuentes es: «¿De qué tamaño es mi pene?» (con lo fácil que sería usar una regla en vez de Google).
Pero lo que quizá sorprenda más es que las mujeres se hagan tantas preguntas sobre sus genitales como los hombres. Las mujeres quieren saber cómo rasurarse, tensar y dar un mejor sabor a su vagina. En concreto, lo que más les inquieta es que huela a pescado, seguido de vinagre, cebolla, amoniaco, ajo y queso.
La xenofobia a todo lo que da
Uno de los pasajes más interesantes del libro trata lo que ocurrió tras la matanza de San Bernardino, California, en la que dos musulmanes asesinaron a 14 personas en 2015. Cuatro días después, el presidente Barack Obama pronunció un discurso contra la islamofobia que suscitó aplausos unánimes de la prensa. En definitiva, se consideró un gran éxito político. ¿Lo fue?
Los datos de Google indican lo contrario. Tras su discurso, las búsquedas en las que se tachaba a los musulmanes de «terroristas», «violentos», «malos» y «malvados» se duplicaron. Y las de «matar musulmanes» se multiplicaron por tres. En definitiva, los datos demuestran que Obama obtuvo el resultado opuesto al que buscaba: lejos de calmar a las masas, sólo logró enardecerlas aún más.
Google también deja ver el machismo
Sus investigaciones también han logrado demostrar el machismo oculto de la sociedad, incluso en las zonas más progresistas de Estados Unidos. Los padres buscan 2.5 veces más si su hijo es superdotado cuando es un niño en vez de una niña. Con ellas ocurre algo parecido, pero con el peso: «¿Está gorda mi hija?» se busca el doble que su equivalente masculino. «El sesgo contra las mujeres es más amplio y profundo de lo que queremos creer», insiste.
Tal es su fe en el big data -la recopilación y análisis de gigantescas bases de datos- que asegura que supondrán la máxima revolución de la historia de las ciencias sociales. Sin asomo de ironía, pronostica que «los próximos Freud, Marx o Foucault serán expertos en datos». Y cuando se le pregunta si estas disciplinas acabarán siendo tan sólidas como las ciencias exactas gracias al empleo masivo de datos, le vale con un monosílabo para responder: «Sí».
Tras el éxito global de Todo el mundo miente, Stephens-Davidowitz ya prepara una segunda parte de su ensayo en la que aplicará los datos a las áreas de la vida que más importan a la gente: las citas, el trabajo, la salud o la felicidad. Es decir, seguirá husmeando en las búsquedas de la gente para describirnos cómo somos realmente, cuando nadie vigila lo que tecleamos en nuestro buscador… o eso creemos.