Un cristofascista en el poder

En el Palacio Quemado (sede del Ejecutivo en La Paz) ya no se escucha el “Patria o muerte” con el que Evo Morales remataba sus discursos durante casi 14 años. A partir del martes se escucha (y Dios sabe hasta cuándo) “Que Dios los bendiga”. Tampoco se escucha el saludo a la patria en aymara “Jallalla Bolivia”, sino el más “civilizado” ¡Viva Bolivia!

Se veía venir. Tras anunciar Evo que renunciaba al poder por “sugerencia” del jefe del Ejército, las calles se llenaron de sus detractores y de sus nuevos héroes: los policías que un día antes de la caída del líder bolivariano se amotinaron. Muchos de esos agentes no levantaban sus pistolas en señal de victoria, sino Crucifijos, pero no como el que regaló Evo al papa Francisco, con forma de hoz y martillo (y por poco se infarta), sino uno “como el que Dios manda”.

Los símbolos parten a Bolivia en dos como si fuera un hachazo, y quien tiene ahora el hacha por el mango es una senadora originaria del departamento de Beni, uno de los que conforman la media luna oriental de Bolivia, la próspera región agroindustrial que siempre receló del indio cocalero del altiplano andino y sus costumbres paganas.

La noche del martes, tras ser aclamada por la oposición presidenta interina, pese a la falta de quorum por el boicot de los legisladores del Movimiento al Socialismo (MAS), Áñez se dirigió al Palacio Quemado (llamado así porque se incendió en 1875) en un estado de trance similar al que evangélicos (como ella) alcanzan durante el clímax de la ceremonia en el templo. Entre lloriqueos, la senadora proclamó: “Dios ha permitido que la Biblia vuelva a entrar al Palacio. Que él nos bendiga. ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios!”.

Desde la vecina Brasil, el presidente ultraderechista Jair Bolsonaro debía estar ronroneando de placer al comprobar que la “bolivariana y comunista” Bolivia se había convertido repentinamente al cristofascismo que él predica con fervor, consistente en levantar con una mano la Biblia y con la otra un rifle, para mantener el orden y el temor a Dios y a su representante en la tierra.

Efectivamente, Jeanine Áñez se pasó por el arco de su falda la Constitución laica que redactó Evo en 2009 y se hincó ante un Crucifijo para jurar el cargo de presidenta, vigilada de cerca por la cúpula militar que dos días antes dejó repentinamente de ser leal a Evo.

“Sueño con una Bolivia libre de ritos satánicos indígenas. La ciudad no es para el indio, que se vaya al altiplano o al Chaco!!”. Sea cierto o no esté tuit de Jeanine que circulaba ayer en las redes, debería inquietar y mucho este gesto clasista y racista, como el que dijo Macho Camacho, aliado de la nueva mandataria y líder de la revuelta cívica contra Evo, cuando juró de rodillas el domingo que “la Pachamama nunca más volverá a Palacio”.

Una cosa es denunciar y castigar con la ley en la mano un fraude electoral masivo y otra querer convertir a Bolivia en una república fanática cristiana y antiindigenista. Sólo nos faltaba eso.

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