Vicente Gómez Montero
Leer la obra de Pellicer debería ser el mejor homenaje que tributásemos a nuestro bardo. Sin embargo, pocos son los que conocen los mejores versos del tabasqueño y sí desconocen la figura de insobornable estirpe política de Pellicer. Los poemas que dedica en Cuerdas, percusión y aliento a los próceres de nuestra América, a los héroes de México, a los hombres de Tabasco están, deberían estar, dentro de los más importantes momentos de la lírica universal.
Muchos otros poetas han dedicado versos de raigambre política a sus admirados héroes. Neruda, Santos Chocano, Acuña, Darío, Díaz Mirón, forjan el panteón de patricios que lucharon por darle a nuestro continente algo por lo que aún se debate, la libertad. Entre todos ellos, los versos de Díaz Mirón, a quien el joven Pellicer conoce gracias a los auspicios de su viaje a Cuba, resuenan imponentes ante la furia del torbellino libertador que sacudió a México a principios del siglo XIX.
Hijo de Bolívar, como él mismo se declaró, Pellicer hereda la lucha por los ideales, la salva por los tumultos, el nombre de los aplausos. Si atisbamos a uno de los versos insignes del poeta veracruzano, nos extasiaremos ante la furia verbal de sus motivos, la clásica fiebre del color, la humana solicitud de los arrestos:
La voz de libertad vibró en Dolores.
Hidalgo noble la arrojó a los vientos;
Veló la tarde sus brillantes galas
Y en ronco son que estremeció la tierra.
La poesía de carácter épico, la poesía guerrera, la que loa la libertad de los pueblos fue buen ejemplo en Díaz Mirón, pero no deja de ser coto de poder de la memoria pelliceriana.
Del mismo modo en que se diluye la fortaleza de un canto a Cuahutémoc, también se opone a la similitud con los poemas diazmironianos. Si no reflexionamos en esto, quizá debemos leer nuevamente la obra insigne del poeta de América.