Agua potable y pandemia

Por Ramón Aguirre Díaz

No es nada nuevo comentar sobre el fuerte impacto que la pandemia de covid-19 ha generado, con mayor o menor medida, en la gran mayoría de los sectores de la economía en México y el mundo, pero vale la pena profundizar sobre los efectos que se han presentado a la fecha, y los que se esperarían en los siguientes meses o años, para los vitales servicios de agua potable y saneamiento.

En primer término, se tiene, obviamente, la disminución de los ingresos de los organismos operadores responsables de prestar los servicios. Según la Asociación Nacional de Empresas de Agua y Saneamiento (ANEAS) —organización que agrupa a los responsables de los servicios que se proporciona al 80% de la población del país—, los impactos han sido variables, en algunos alcanzan sólo el 10% de disminución, pero en otros se llega hasta un 50 por ciento. El promedio nacional es del orden del 30% de menores ingresos, que, por supuesto, representa un problema mayor al tratase de un servicio que no puede parar total o parcialmente, sino, al contrario, ahora es aún más importante por el mayor consumo que genera el frecuente lavado de manos y el que mucha gente se quede en casa.

Los organismos reportan a ANEAS un incremento del 20% en el consumo, que se traduce en la necesidad de bombear más agua, con el consecuente incremento en el recibo de energía eléctrica. Esta situación se suma al relativamente reciente incremento de tarifas, lo que ha generado una falta de pago por parte de los organismos operadores a la CFE, que, por cierto, bajo la amenaza de cortar el servicio, los ha obligado a firmar convenios de pago que, con dificultades, tratan de cubrir.

Otro problema que se tiene es que mucho personal de campo de los organismos operadores son gente de gran experiencia, pero que se encuentran en el grupo de población de riesgo. Esto ha obligado a tomar la decisión de mandarlos a casa para no exponerlos, teniendo entonces que cubrir mayores nóminas por el pago de tiempo extra a personal más joven que cubre a los faltantes.

Podría pensarse que el impacto de la pandemia no ha sido tan fuerte porque el servicio se sigue prestando, pero la realidad es que las inversiones que se tenían previstas canalizar en obras para la mejora de la infraestructura, ampliaciones, reposición o rehabilitación de equipamientos se han cancelado para destinar estos recursos a la operación, donde los mantenimientos también se han diferido. Esta menor inversión y menor mantenimiento se traducirá, tarde que temprano, en mayores fallas, menores eficiencias y menor calidad de los servicios hidráulicos que se prestan a la población.

En consecuencia, las inversiones destinadas al sector de agua potable y saneamiento han caído al piso. Estamos muy por abajo del 0.3% del PIB que los organismos multilaterales recomiendan invertir. No estamos destinando ni la décima parte de esta cifra.

Según analistas especializados, se estima que la disminución en el PIB en México será, tan sólo para este año 2020, de menos 9.5%, en el mejor de los casos. Para muchos, esta cifra no nos dice gran cosa, pero hay que reflexionar que significaría la inversión de 32 años que demanda el sector agua y saneamiento. Invertir de manera sostenida los recursos necesarios durante 32 años seguramente nos podría llevar a lograr servicios sustentables y de calidad en todo el país, de lo que estamos muy lejos. De ese tamaño es el impacto de esta pandemia.

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