Por Ramón Aguirre Díaz
En el último artículo comentamos sobre la compleja zona donde se ubica el estado de Tabasco, que con una superficie de 24,738 km2, representando sólo el 1.6% del territorio nacional, es por donde se descarga el equivalente al 30% del agua que llueve en el país.
Aproximadamente el 60% de su territorio está a un nivel inferior, a 20 metros sobre el nivel del mar (msnm), por lo que se trata de un terreno prácticamente plano, rodeado por las montañas de Chiapas y Guatemala, donde extensas zonas con lluvias de las más copiosas del país y con ríos muy azolvados que se interfieren en sus confluencias, hacen prácticamente imposible el evitar las inundaciones. Es una lucha contra la naturaleza que no hay forma de ganar, sobre todo ante la ocurrencia de eventos extremos.
Tabasco está destinado a sufrir inundaciones periódicas. Lo más que se puede hacer es construir infraestructura que ayude, mediante políticas operativas adecuadas, a que estas inundaciones sean menos frecuentes y con menor impacto. El problema se ha venido agravando por la desforestación que ha incrementado los azolves en los ríos, el desorden urbano donde se ha permitido la invasión de zonas claramente inundables, y la falta de mantenimiento de bordos y plantas de bombeo que no resuelven cuando se requiere su funcionamiento al máximo de su capacidad.
El problema está vigente y no ha sido por falta de planes y acciones, pero éstos han sido, desafortunadamente, insuficientes. Se pueden mencionar programas que lo han intentado resolver, desde la construcción de la presa Malpaso en 1964, el proyecto del cauce de alivio del río Samaria en 1965, el Proyecto Integral Contra Inundaciones (PICI) de 1995, hasta el Plan Hídrico Integral de Tabasco del 2008. Las presas construidas sobre el río Grijalva han significado un gran apoyo en la disminución de inundaciones: cuando no se contaba con ninguna presa, se llegaron a registrar caudales muy frecuentes del orden de 5,000 metros cúbicos por segundo (m3/seg) y con un pico registrado de hasta 8,000 m3/seg; con la presa Malpaso el máximo registrado alcanzó los 3,000 m3/seg; con Angostura el pico máximo alcanzó los 2,800 m3/seg; con la presa Peñitas el pico ha sido de 2,200 m3/seg.
La descarga de la Peñitas en las pasadas inundaciones alcanzó los 1,550 m3/seg, cifra muy por debajo de los 8,000 m3/seg que se registrarían con lluvias extraordinarias y sin presas. Una situación que debe tomarse en cuenta es que las presas sobre el río Grijalva sólo controlan el 30% del agua que llueve, un 70% fluye por el territorio tabasqueño sin ningún control, por eso es tan difícil resolver el problema.
Propuestas que mitiguen el problema mediante acciones de infraestructura no faltan. Se tiene sobre la mesa el independizar la descarga del río Grijalva de la del Usumacinta mediante un canal de 120 km de longitud, construir presas derivadoras abajo de la presa Peñitas, independizar los derrames de Peñitas sacándolo por los cauces de los ríos Zamapa y Pedregal, controlar los ríos de la Sierra con pequeñas presas que generen electricidad, hacer canales de desvío de ríos a zonas inundables, presas generadoras sobre el Usumacinta, bordos de protección, desazolve de ríos, etcétera. Un nuevo plan para ordenar y dar prioridades a las inversiones sería importante, pero más importante sería que se logre su financiamiento.