No es ningún secreto que si no fuera por la pandemia, el presidente saliente de Estados Unidos, Donald Trump, hubiera tenido muchas opciones de lograr la reelección este noviembre pasado. A pesar de su racismo, sexismo, misoginia, autoritarismo, clientelismo, absoluta falta de valores y de sentido del ridículo, la buena marcha de la economía parecía garantizarle un segundo mandato. Sin embargo, ya sabemos cómo está terminando este cuento. Con los últimos coletazos de rabia de un mal perdedor.
En cualquier caso, quizás sería más preciso decir que no es por la pandemia, que Trump perdió las elecciones ante Joe Biden, es por la pésima gestión que el mandatario ha hecho de la misma. Quizás la muestra más clara es la revelación que, a inicios de septiembre, hizo un nuevo libro de Bob Woodward. En una conversación telefónica entre ambos, el 7 de febrero, el mandatario le reconoció que “esta cosa es mortífera”. Solo tres días después, en público, Trump decía que “esto desaparecerá en abril, con el calor”, una idea en la que insistió por varias semanas.
Tampoco podemos olvidar los episodios ridículos, como cuando a finales de abril Trump sugirió que, ya que el calor parece matar al virus SARS-CoV-2, quizás sería buena idea “impactar al cuerpo con una tremenda luz”. Y también sugirió en esa misma rueda de prensa que, ya que los desinfectantes eliminan al virus “en un minuto”, quizás valdría la pena “inyectar” desinfectante a los enfermos. La empresa Reckitt Benckiser, fabricante del popular desinfectante Lysol, se vio obligada entonces a publicar un comunicado implorando a la gente no ingerir el producto.
Pero la magnitud de la pandemia en Estados Unidos, que a la hora de escribir estas líneas acumula 18 millones 939 mil casos y 331 mil 732 muertes, según el conteo independiente de la Universidad Johns Hopkins, no se debe a las astracanadas del presidente, sino a que su negacionsimo ha tenido consecuencias directas y palpables para la población. En los primeros días, después de confirmarse el primer caso en EU, lejos de hacer nada, Trump salió a los medios a decir que “todo está bajo control. Solo es una persona llegando de China; estaremos bien”. Mientras otros países como Corea del Sur empezaban la carrera por fabricar los primeros tests y desarrollaban un plan estratégico, Trump perdía el tiempo.
El presidente de EU incluso ignoró alertas públicas de altos cargos sanitarios del gobierno, y no fue hasta cinco semanas después de ese primer contagio confirmado, que la infraestructura empezó a marchar. Y por aquél entonces, en marzo, Trump todavía creía que el virus desaparecía cuando llegara el calor. Tampoco fue así, y el 2 de abril, por fin, invocaba la Ley de Producción de Defensa, una herramienta pensada para la guerra, para poner a media docena de empresas a fabricar mascarillas KN95 y respiradores para hospitales. Era más tarde todavía.
Y aquello fue durante la primera ola, la que asoló Nueva York; para la segunda ola, que golpeó con fuerza el norte del país, Trump ya estaba enzarzado en una absurda guerra contra los cubrebocas, que convirtió el asunto en una batalla política entre republicanos y demócratas. El mandatario, ya sumido de lleno en la campaña se burlaba de Biden por usar “el cubrebocas más grande que hayan visto nunca” y congregaba a miles de fieles en abarrotados mítines. En octubre, las autoridades de Minnesota reportaron tres brotes relacionados con un mitin de Trump, mientras que el epidemiólogo jefe de EU, Anthony Fauci, llegó a criticar a la Casa Blanca por celebrar actos con cientos de personas sin cubrebocas.
Y es que, no es que sea el único líder mundial a quien le ha pasado, pero no olvidemos que Trump también se contagió, fruto de su irresponsabilidad y de la de su gobierno, que vivió un brote de más de 30 contagios en la Casa Blanca.
Pero, al final del día, sobre todo, lo que hizo perder las elecciones a Trump es la enorme crisis económica que la falta de liderazgo del presidente provocó. En dos meses, EU pasó de tener el desempleo más bajo en medio siglo, con el 3.5 por ciento, al mayor desde la Gran Recesión iniciada en 1929, con el 14.7 por ciento. La ineptitud de Trump no solo ha dejado a Estados Unidos como el país con las peores cifras por la pandemia en el mundo, sino que también ha dejado a millones de familias sumidas en una grave crisis, ansiosas de que el mandatario saliente se deje de politiquerías y firme un paquete de ayuda que les dé una bocanada de aire.