A Vicente Zambada Niebla (Sinaloa, 46 años) lo que más le gustaba dibujar cuando estaba en prisión eran superhéroes. Entre las paredes angostas de su celda en una cárcel federal de Chicago (Estados Unidos), pintaba como un adolescente en su cuarto a Batman, Spider-Man y Superman. Cuesta imaginar si el hijo mayor de uno de los fundadores y líderes supremos del cartel de Sinaloa, Ismael El Mayo Zambada, conseguía identificarse más con esos personajes que con los villanos de la película. Vicentillo —un apodo del que no ha logrado desprenderse pese a su pinta de licenciado y barba cuidada de dos días en la última foto de su detención—, además de nacer en las entrañas del cartel más poderoso del mundo y liderar las grandes operaciones de droga, ordenó ejecuciones de rivales desde los 22 años, y a los 16 ya habían intentado asesinarlo por primera vez. Pero lo que dirán sus enemigos de él, es que fue un traidor. No hay peor traición en el mundo criminal de las drogas que aliarse con la DEA (la agencia estadounidense de lucha contra el tráfico y consumo de estupefacientes).
Estos días —las autoridades de EE UU no han especificado la fecha— Vicentillo está libre. Cuenta con una libertad vigilada, con la condición de no poder viajar a México en cinco años ni tener contacto alguno con su gente del cartel de Sinaloa. Pero, según han reconocido las autoridades a la cadena estadounidense Univisión, el hijo de El Mayo, que declaró contra Joaquín El Chapo Guzmán durante el juicio contra el capo en Nueva York, no está ya en ninguna prisión federal. Y, como primogénito y gran operador del cartel en su momento, apunta como el principal heredero de uno de los entramados del narcotráfico más poderosos del mundo.
Vicentillo fue detenido en marzo de 2009 en una de sus lujosas casas en El Pedregal, al sur de Ciudad de México. Pero desde antes, según explicó el que fuera su abogado a la periodista mexicana Anabel Hernández en su libro El traidor, había tratado de llegar a un acuerdo con la agencia antinarcóticos de Estados Unidos. La situación en México era insostenible. La guerra contra las drogas había sembrado de cadáveres el país, pero especialmente la cruenta batalla entre el cartel de Sinaloa contra los Arellano Félix (en Tijuana), los Beltrán Leyva (una escisión de Sinaloa) y los colaboradores de Vicente Carrillo Fuentes (en Ciudad Juárez) había complicado los negocios a una organización criminal acostumbrada a tenerlo todo.
Vicente estaba dispuesto a hablar, su objetivo era delatar las posiciones de sus enemigos y, según sus propias declaraciones ante la Corte, su testimonio en los siguientes años —fue extraditado en 2010— ayudó a detener y asesinar a cientos de colaboradores, proveedores, socios y rivales del cartel de Sinaloa, entre ellos, Arturo Beltrán Leyva y algunos de los sanguinarios Zetas. Vicentillo era el mensajero cautivo de la DEA, que servía de fuente de primera mano para la agencia entre lo que sucedía en las montañas de Sinaloa y lo que se despachaba en los pasillos de la justicia estadounidense. A cambio, logró una pena de 14 años de prisión y no la cadena perpetua habitual para la cantidad de delitos de narcotráfico que enfrentaba. Una condena que se ha ido reduciendo por buena conducta y cooperación con la justicia.
El ejemplo más claro de aquella colaboración fue la declaración contra El Chapo Guzmán en enero de 2019, en la que arrojó a los leones a su compadre, fiel socio de su familia. Durante más de cinco horas de declaración, probó que estaba familiarizado tanto con los negocios de Guzmán como con su séquito personal. Contó a los jurados historias no solo acerca de las operaciones del narcotraficante en México, Honduras y Belice, sino también sobre sus proveedores, distribuidores, escoltas, sicarios, primos, hermanos e hijos. También apuntó hacia su padre, quien disponía de un presupuesto para sobornos de hasta un millón de dólares al mes (825.000 euros). Un general del Ejército que trabajaba como funcionario en la Secretaría de la Defensa Nacional de México ganaba una cantidad mensual de 50.000 dólares (41.000 euros) de parte del cártel, recordó Zambada. También relató que su padre sobornaba frecuentemente a un militar que alguna vez trabajó como escolta personal del expresidente Vicente Fox.
“Vicente pudo traicionar a todos, pero nunca a su padre”, señala en una entrevista a este diario la periodista Anabel Hernández. “Era una colaboración de la que su padre era consciente y también se aprovechó. No es la primera vez que la DEA utiliza una estrategia similar para capturar narcotraficantes o para sus propios fines. Sucedió con Pablo Escobar años antes”, explica Hernández. El propio Vicente relató en una de sus cartas a su abogado que fue El Chapo quien le dio el contacto para comenzar a colaborar con la agencia en 2008.
El día en que Vicente Zambada Niebla cayó estaba a punto de acostarse. Le había enviado un mensaje a su esposa y se había metido en cama. Rompieron vidrios y puertas y lo detuvieron. Unas horas antes, se había paseado por la ciudad con un coche de alta gama y su equipo de escoltas. Y según su versión de los hechos, narrada en otra de sus cartas, unas horas antes se había reunido con dos agentes de la agencia antinarcóticos. “Esa noche me detuvieron, me traicionaron y no sé por qué, la verdad yo me acerqué por mi voluntad, con confianza, no sé lo que pasó”, se lee en uno de los escritos publicados en El traidor.
A esas alturas, Vicentillo ya no era solo el niño predilecto del poderoso Mayo Zambada. Era una figura clave en el narcotráfico mexicano y uno de los tres que daba órdenes en el cartel de Sinaloa, según reconoció también ante la justicia. Desde la primera fuga del Chapo del penal de Puente Grande (Jalisco) en 2001, El Mayo afianzó su relación con el que había sido hasta ese momento un colaborador más, un subordinado de los capos de los noventa y levantaron juntos el imperio a costa de batallas cruentas contra sus enemigos en el norte. “Para 2001, yo era otro jefe, era el hijo del líder y coordinaba cargamentos de Centro y Sudamérica. Yo manejaba la corrupción y manejaba gente para mi padre en toda la República”, escribía Vicentillo a su abogado.
Después de su captura creó su propia fama de arrepentido del narco. Un hombre que a los 33 años había decidido retirarse de la vida criminal y vivir en paz con su familia. Un argumento que presentó en las diferentes audiencias sobre su caso y que le granjeó privilegios en su proceso penal. El juez Rubén Castillo, de la audiencia que le otorgó la reducción de pena de cadena perpetua a 15 años de prisión, reconoció su colaboración con la justicia y señaló: “Si hay una llamada guerra contra las drogas, la hemos perdido. La hemos perdido (…) En lo que a mí respecta, usted no vendió al Chapo. Creo que fue al revés. Colaboró con los Estados Unidos de América. Eso fue lo que pasó. Y si no tenemos colaboración, el Departamento de Justicia simplemente no gana casos. Tal vez hemos perdido la guerra contra las drogas, pero no podemos darnos el lujo de perder la guerra contra el crimen”, concluyó el magistrado antes de dictar la sentencia.
La pregunta estos días es qué sucederá una vez que Vicentillo obtenga la libertad completa: si regresará a la sierra sinaloense a tomar las riendas del negocio criminal de su padre, tocado tras la condena de su socio El Chapo, o se mantendrá firme en su promesa de querer vivir en paz. “La gran duda es la decisión humana. Si la ambición no le gana, si el afán de poder no le gana. Porque la relación de dependencia con su padre es muy fuerte. Yo me pregunto si El Mayo le dice: ‘Necesito que estés aquí’, ¿qué hará?”, se interroga Hernández. El Mayo continúa en la lista de los más buscados de la DEA y, a diferencia de la mayoría de sus socios, nunca ha sido detenido.