POR: Raúl Contreras Bustamante
El desarrollo de un país se alcanza, en gran medida, por la solidez y dimensión de sus instituciones. El politólogo y jurista francés, Maurice Duverger, decía que el derecho constitucional de un Estado se integra de manera esencial por el estudio de las instituciones que lo conforman.
Las instituciones de un país materializan las soluciones del quehacer que atiende las necesidades sociales y los programas de gobierno, y con ello se garantiza el ejercicio y disfrute de los derechos humanos. En materia educativa de México, nuestra realidad social sería difícil de entender sin la existencia y labor de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Esta semana nuestra máxima casa de estudios conmemoró varios aniversarios y celebró actos significativos. Se trata de varias fechas que marcaron su rumbo: La primera de ellas es el 21 de septiembre de 1551 —hace 470 años—, cuando el rey Carlos V expidió la Cédula Real de fundación de la Real Universidad de México, que es nuestra antecesora.
La segunda, es el 22 de septiembre de 1910, fecha en que el Maestro de América, Justo Sierra, vio materializado un esfuerzo de casi treinta años y logró el restablecimiento de la universidad —que fuera clausurada por los liberales debido a su carácter “pontificio”—, para transformarla en un organismo esencial para afrontar los retos de un México en desarrollo, laico y basado en el progreso científico. Así, la Universidad Nacional de México reabrió sus puertas y germinó como parte de las instituciones del Estado mexicano.
El tercer acontecimiento fue la cancelación, por parte del rector Enrique Graue, del timbre postal conmemorativo a los 100 años de la formalización —por parte de José Vasconcelos— de su actual escudo y lema, que sin duda contribuyó a la forja de la identidad de la Universidad Nacional.
A pesar de su larga tradición histórica, la UNAM no se conforma con la grandeza de su pasado, sino que vive siempre una permanente actualización para seguir de cerca los cambios que la sociedad mexicana del siglo XXI necesita.
Pocas instituciones en el mundo tienen los alcances de la UNAM, pues en ella se imparten 131 licenciaturas, con 237 opciones educativas para cursarlas; 94 planes de estudio de maestría y doctorado; 42 programas de especialización, con 267 orientaciones, y, además, una producción editorial en promedio de cuatro libros al día.
A partir de que la Constitución de 1917 elevó a la educación para ser considerada un derecho social y decretó que dejara de ser un elemento de privilegio exclusivo de las élites y fuera una obligación del Estado impartirla de manera general, laica y gratuita; el funcionamiento y consolidación institucional de la UNAM ha permitido que millones de mexicanas y mexicanos reciban educación de excelencia y superen cualquier diferencia social y limitaciones económicas.
Las reformas constitucionales y los tratados internacionales que México ha suscrito han transformado la educación como un pleno derecho, humano y fundamental. Un derecho habilitante de otros derechos y un elemento indispensable para dotar de igualdad y dignidad a la vida de las personas, construido sobre bases y procesos científicos.
Hoy más que nunca, México debe sentirse orgulloso de la labor de su Universidad Nacional como una institución que ha sido —y es— clave para el desarrollo nacional.
Es un espacio de libertad, tolerancia y pluralidad; lugar de coincidencias y debates de todas las ideas, donde la docencia, investigación y difusión del conocimiento están al servicio de las mejores causas de México.
Como Corolario, la frase del rector Enrique Graue Wiechers: “Convivir en la diversidad es la riqueza de la Universidad”.