La imagen del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, regresando de su viaje a Europa, el mismo día que se cumplió el primer aniversario de su victoria electoral, es la de un hombre derrotado, envejecido a marchas forzadas y sin nada que celebrar.
Aquella larga noche del 3 de noviembre de 2020, el candidato demócrata ganó las elecciones, pero con un resultado tan estrecho que tuvo que esperar cuatro agónicos días para que el portal de CNN —antes que ningún otro— le dedicara a cinco columnas, lo que el expresidente y más de 80 millones de votantes esperaban ansiosamente leer: “Biden won”.
Desde entonces, Donald Trump —incapaz de soportar la humillación de ser de los pocos presidentes que no ha ganado la reelección— hizo todo lo posible para boicotear la victoria de su rival y por jalear a sus seguidores a que protestaran contra el fraude.
El asalto al Capitolio del 6 de enero fue el punto más bajo en la popularidad de Trump y el más alto del demócrata, que juró el cargo sólo catorce días después.
Un año después de esos días en los que temblaron los cimientos de la democracia estadounidense, se acabaron los días dulces de Biden, cuando presentó el gabinete más apegado a la realidad multirracial de la nación, y Kamala Harris hizo historia al convertirse en la primera mujer y en la primera persona no blanca en convertirse en vicepresidente. Por cierto ¿alguien sabe qué fue de Kamala?
Popularidad en picada
La última encuesta de Gallup, referencia en Estados Unidos sobre la valoración de los presidentes, sitúa el índice de aprobación de Biden en el 42%, 15 puntos menos que el pasado enero y la segunda tasa más baja registrada por cualquier presidente a estas alturas de su mandato (nueve meses).
Barack Obama (2009-2016) tenía el 52% de apoyo a estas mismas alturas, mientras que George W. Bush (2001-2009), logró un meteórico 88%, impulsado por la ola de patriotismo que sacudió el país, menos de dos meses después de haber sido atacado por los atentados terroristas del 11-S.
Como consuelo de tonto, sólo Trump tuvo una popular aún más baja: 37%.
Cumpleaños infeliz
Biden tampoco tendrá mucho que celebrar el próximo 20 de noviembre, cuando cumpla 79 años.
Recién aterrizado de su gira europea, el presidente tuvo que afrontar nada más llegar de madrugada a la Casa Blanca la cruda realidad de que el candidato demócrata a gobernador de Virginia, Terry McAuliffe, había perdido en el mismo estado que Biden ganó por 10 puntos hace justo un año.
Además, en Nueva Jersey, lo que los demócratas consideraban un mero trámite para reelegir a su gobernador, Philip Murphy, se convirtió en una contienda agónica debido a lo ajustado de los resultados que hicieron que la victoria del progresista no se conociera hasta la tarde del miércoles.
Después de guardar silencio durante horas, Biden interpretó la derrota en Virginia como una señal de que los votantes quieren que su partido «produzca resultados» más concretos.
Pero los “resultados” no se acaban de concretar.
«Lo que sé es que la gente quiere que hagamos cosas, y por eso estoy presionando mucho para que el Partido Demócrata avance y apruebe mi proyecto de ley de infraestructura» y el de gasto social, recalcó el presidente en una rueda de prensa.
La caótica ejecución de la retirada estadounidense de Afganistán; la crisis migratoria en la frontera; el malestar causado entre muchos servidores públicos y trabajadores por la obligatoriedad de la vacuna contra la COVID-19; y el hecho de que las estrechas mayorías demócratas en el Congreso hayan sido incapaces hasta ahora de aprobar las reformas económicas de Biden son, según los analistas, cuatro de las principales causas de esa caída de popularidad.
El desencanto de los independientes
Frustrado con sus propios compañeros demócratas en el Congreso, que no se ponen de acuerdo para sacar adelante su agenda progresista, el presidente necesita poco menos que un milagro para lograr de nuevo el favor de los votantes independientes, que fueron clave para su victoria, no tanto por el rechazo que les provocaba el populismo agresivo de Trump, sino porque tenían la esperanza puesta en esas promesas electorales que no acaban de cuajar, como más becas para universitarios, ayudas a la maternidad o más dinero para la sanidad pública.
La popularidad entre los demócratas se ha contraído algo (del 98% al 92%), al igual que entre los republicanos (del 11% al 4%), pero entre los independientes el desplome es abrupto: del 61% de principios de años al 43%, 18 puntos menos.
Miedo al 2022
En los círculos progresistas del país, sin embargo, persistía el temor de que los resultados del martes sean un preludio de lo que puede ocurrir dentro de un año, cuando los demócratas se jugarán sus estrechas mayorías en la Cámara Baja y el Senado, o incluso en las próximas presidenciales, en 2024.
Sin embargo, Allan Lichtman, experto en elecciones en la American University y con fama de acertar en sus pronósticos, advirtió que la victoria republicana en Virginia no es una “herramienta fiable” para predecir qué ocurrirá en las elecciones de medio término en noviembre de 2022.
En cualquier caso, las alarmas están prendidas y Biden y los demócratas tienen un año para apagarlas y que no gane cuerpo el fantasma que todos los progresistas temen: Donald Trump de nuevo candidato presidencial. (Con información de EFE, El País y CNN).