Las últimas luminarias de la Época de Oro del cine mexicano se apagan. Este martes se dio a conocer el deceso de Amalia Aguilar, una de las grandes vedettes que conquistaron la pantalla grande: “QEPD Amalia Aguilar. Hoy despedimos a la mamá, a la abuela, a la actriz pero sobre todo a la amiga. Que tu luz acaricie la vida de todo aquel que te vibre dentro de su corazón, gracias por ser nuestra guía y fortaleza. Por siempre tus hijos, nietos y bisnietos”, publicó la familia de la actriz sin dar a conocer la causa de su muerte.
Amalia Aguilar nació en Matanzas, Cuba, en 1924. El 3 de julio pasado cumplió 97 años y lo celebró rodeada de su familia, momento que compartió en sus redes sociales. Llegó a territorio mexicano en 1944 pero su travesía tardó algún tiempo. En Cuba, ella y su hermana habían formado un dueto, Las Hermanas Aguilar, con el que trabajaron largas temporadas en espacios habaneros como el Hotel Nacional, el Tropicana, el Edén Concert, la cmq y Cadena Azul. Ambas formaron parte del elenco de la Compañía de Teatro de Cuba, donde actuaban actores como Martha Núñez y Arechavaleta, quienes fueron sus maestros de actuación.
Su encuentro en Panamá con Julio Richard, quien se pasó la vida como colocador de estrellas en México, la condujo a la capital mexicana. Este llegó de Panamá buscando una actriz, para llevarla a México; se jactaba de su amistad con Cantinflas y Miguelito Triay, “que era del famoso night club del jet set de aquí de México, el Sans Souci”, recuerda el periodista Fernando Muñoz.
Cuando el colocador de estrellas llegaba a hacer el casting, todas las actrices se ponían sus mejores atuendos y en la ocasión que descubrió a Amalia Aguilar, ella llevaba puesto un traje con cola blanca, se puso unas flores rojas en el pelo y “bailé como nunca antes”, dijo la actriz en una vieja entrevista.
Amalia Aguilar fue elegida y al llegar a México la esperaban en el aeropuerto Blanca Amaro y su esposo, quien sería su representante artístico. Le esperaban, también, contratos en el Teatro Lírico, la XEW y el Sans Souci. Ella recordaba a Julio Richard como la persona que la consagró en México. Pronto se ganó el nombre de “El torbellino del Caribe” y “La bomba atómica”, por su forma de bailar.
La actriz debutó en la industria cinematográfica mexicana con Pervertida en 1946 a sus tan solo 22 años. Amalia interpretó el papel de Esmeralda y compartió créditos cómo Emilia Guilú, Francisco Reiguera y Víctor Manuel Mendoza en el proyecto dirigido por José Díaz Morales.
Tras su primera incursión en el cine, Amalia Aguilar dejó cautivados tanto a los directores que en esa época trabajaban por sacar películas con los artistas de renombre, como al público mexicano, a quienes terminó enamorando con su carisma y sensuales movimientos de cadera.
La matancera inició así una carrera que también la llevó a recorrer escenarios de Nueva York, con ofertas económicas considerables, según relató ella misma. Sin embargo, sus compromisos con Producciones Calderón —con quien había filmado Pervertida en 1945— la hicieron regresar a la ciudad de México en 1948, cuando se incorporó al conjunto Los Diablos del Trópico, grupo que la actriz aseguró haber formado y dirigido. Con ellos trabajó en centros nocturnos y teatros como El Patio, El Minuit, Manolo, Teatro Follies, Teatro Lírico y la XEW.
En el Waikikí también se presentaron, en palabras transcritas por Fernando Muñoz: “ese lugar de segunda que siempre tuvo en cartelera a las grandes estrellas de México”. Con el conjunto realizó giras a Mérida, Monterrey, Mazatlán y Veracruz. Por aquellos años comenzó a colaborar en las producciones de los Hermanos Calderón, Chapultepec, Clasa Films Mundiales, Aristo Films, con los Hermanos Rodríguez, Oro Films, Rosas Priego, Gustavo de León, Cinematográfica Mexicana, Producciones Espada, Producciones Noriega, Mier y Brooks, etcétera.
Rápidamente, Amalia capturó la atención de los productores, quienes se acercaron a ella para ofrecerle papeles estelares con grandes personalidades. Uno de ellos fue nada más ni nada menos que Germán Valdés “Tin Tan”, con quien estelarizó la icónica película Calabacitas tiernas, además de la participación de Rosita Quintana. La afamada película se estrenó en febrero de 1949 y se presume que abarrotó las salas de cine debido a la popularidad que, en ese entonces, ya tenía el “Pachuco de oro”.
Amalia Aguilar también tuvo la oportunidad de convivir con Silvia Pinal, Lilia del Valle y Adalberto Martínez “Resortes” en Mis tres viudas alegres, una divertida cinta que retrató la vida de un grupo de mujeres que heredaron una fortuna de su fallecida pareja. En 1949, la actriz cubana figuró en Dicen que soy un mujeriego junto a Pedro Infante, Sara García, Silvia Derbez, María Eugenia Llamas “Tucita” y Fernando Soto “Mantequilla”. En el divertido drama, el afamado cantante mexicano protagonizó un romance de ficción con la madre de Eugenio Derbez. Asimismo, la actriz decidió probar suerte en Hollywood en la cinta A night at the follies (1947), pero decidió continuar apostando por el cine mexicano.
En el recuento de su trayectoria por la cinematografía mexicana Amalia Aguilar alternó con figuras como Tin Tán, Emilia Guiú, Ramón Armengod, Rosita Quintana, Rafael Baledón, Rita Montaner —en Ritmos del Caribe (1950)—, Kiko Mendive, Resortes, Víctor Junco, Manolo Fábregas, Lilia Prado, Silvia Pinal y Andrés Soler, solo por mencionar algunos.
«La Bomba Atómica» se retiró por completo de los escenarios en 1956. Participó en 23 películas, la última fue Las viudas del cha cha chá, de Miguel M. Delgado, en 1955.
Fue en Perú donde conoció al doctor Raúl Beraún de Bedoya de quien se enamoró y con quien tuvo tres hijos: Daphne, Raúl y Jorge, y radicó en nuestro país donde fundó su cadena de taquerías. “En mi mente se anidó la idea de tener mi casa, mi esposo y mis hijos. Me dije ¿Para qué quiero ser estrella si no puedo contar con una familia?”, contó en una entrevista.
Lamentablemente, casi siete años después, su esposo falleció en un accidente aéreo. Por ello, Amalia decide regresar a México en 1976 junto a sus hijos. Desde entonces llegó a tener apariciones esporádicas en la actuación, como en la película Dame tu cuerpo (2003).