Se cumplen 30 años de la fuga de La Catedral

“En la a cárcel de La Catedral está pasando algo muy raro y no sé lo que es”. La voz al otro lado del teléfono era de Jorge Mesa Ramírez, alcalde de Envigado, donde quedaba el penal. Su atónito interlocutor era el gobernador de Antioquia, Juan Gómez Martínez, quien aún se pregunta cómo pudieron localizarlo esa noche del 21 de julio de 1992 e interrumpirle la cena en casa de un sobrino.

“Yo tampoco sé, respondió el mandatario seccional”, quien, de inmediato, llamó a la IV Brigada, para averiguar qué ocurría en la cárcel en donde estaba preso Pablo Emilio Escobar Gaviria, el cruel capo del narcotráfico que llegó a estar en la lista de los 10 hombres más ricos del mundo. Eran las 9:30 de la noche, el brigadier general Gustavo Pardo Ariza no estaba en la guarnición y un subalterno suyo dijo “no se preocupe, Gobernador, nada grave pasa, todo está controlado”, mensaje que este último le dio a Mesa, tal cual.

Luego del parte sin novedad, Gómez Martínez se marchó para su casa, en la Loma de Los Parra, en El Poblado. Cinco minutos después de haber ingresado a la vivienda sonó el timbre. Abrió y se encontró con la robusta figura de un chico, de 15 años, que tenía como guardaespalda a alias “Pasarela”, integrante del cartel de Medellín.

–“Yo soy Juan Pablo Escobar. Vengo a contarle que en La Catedral está pasando algo muy grave. El ejército de mi papá está entero y si algo le pasa a él, yo me pongo al frente de los hombres y no sé lo que pueda ocurrir”.

–“En el penal no pasa nada, según la IV Brigada”, respondió el mandatario, a lo que el adolescente, extendiendo un teléfono satelital, replicó: “hable con mi papá”.

–“Yo soy el Gobernador y no voy a hacer eso”.

–“Entonces, llame a la Presidencia”, una segunda petición que tampoco fue aceptada.

El muchacho se marchó y a los cinco minutos volvió a sonar el timbre. Esta vez el visitante era conocido: Guido Parra, abogado de Pablo Escobar, quien en abril de 1993 fue asesinado por los Pepes, según lo declaró el paramilitar Fidel Castaño.

El defensor fue directo al grano: “solicitamos que el Gobierno cumpla con lo pactado. A la prisión de Pablo le pueden hacer más muros o ponerle más mallas, pero que no lo cambien de cárcel”. Dicho eso, le pidió al Gobernador que hablara con el Presidente de la República, César Gaviria Trujillo.

Gómez Martínez marcó a la Casa de Nariño, pero esa noche Gaviria no le pasó al teléfono ni al presidente del Senado y copartidario liberal, José Blackburn; su mensaje lo tomó William Jaramillo Gómez, ministro de Comunicaciones. Despedido Parra, el Gobernador les dijo a los policías que no le dejaran entrar a nadie más. La orden se cumplió y el hijo de Pablo, que volvió más tarde, ya no pudo tocar a su puerta ni a otras en Colombia, porque terminó exiliado en Argentina y alejado de la industria criminal de su progenitor.

“No venga, Padre”

Al día siguiente, a las 8:00 a.m., Gómez Martínez estaba en un Consejo de Seguridad y le entró una llamada del sacerdote Rafael García Herreros. “Supe lo que está pasando y puedo viajar a Medellín para reunirme con don Pablo”, sugirió el prelado.

–“Padre, me da mucha pena con usted, pero no sabemos si Pablo Escobar se voló de La Catedral o si está por ahí, de manera que mi consejo es que no venga”.

Al rato, llegó al despacho del Gobernador el entonces procurador regional, Iván Velásquez Gómez, a quien atendió en compañía de su secretario Privado, Ramiro Valencia Cossio. La charla fue interrumpida cuando la secretaria dijo “Gobernador, lo llama Gustavo Gaviria, el primo de Pablo Escobar.

–”Yo lo atiendo”, se apresuró a decir Valencia Cossio, a quien Gaviria le contó que Pablo se fugó por un túnel, a lo que el funcionario señaló, con sorna, que tenía que ser muy grande el hueco, porque Escobar estaba como gordito.

Pero Pablo no huyó como un topo. Salió como Pedro por su casa de la cárcel que se hizo construir en el municipio que vio nacer su imperio, a la que ingresó como sometido a la justicia el 19 de junio de 1991 y en la que tenía lujos y guardias que oficiaban como sus mayordomos.

En la huida se llevó como escoltas a sus lugartenientes alias “Popeye”, “Arcángel”, “Angelito”, “Valentín”, “Palomo’, “Juan Garra”, “Juan Urquijo”, “Otoniel” y “el Osito”, mientras que en el penal se quedaron “el Mugre”, “Tato Avendaño” y “el Arete”.

En los siguientes ocho días Gómez Martínez no tuvo contactos con el Gobierno Central. Junto con el Alcalde de Medellín, Luis Alfredo Ramos Botero, le reprocharon a Gaviria el hecho de haberlos mantenido al margen del operativo que montó el Ejército para tomar el control de La Catedral, sustituir a la guardia penitenciaria y trasladar a Escobar a la IV Brigada, una petición que formuló el Fiscal General, Gustavo Greiff, al constatar que el capo seguía asesinando, inclusive en su lujosa prisión. De hecho, su perdición, dicho por alias “Poyeye”, fue haber ajusticiado allí a sus antiguos socios, los hermanos Galeano, a quienes descuartizaron y quemaron.

Gaviria agradeció la carta de Ramos y Gómez, pero les dijo que no podía ser de otra manera: “el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas es el Presidente y, en lo que concierne al orden público, Gobernadores y Alcaldes son subordinados del mando y la orientación presidencial”. Siendo así, suya también era la responsabilidad por el fracaso de la operación.

Picado por la curiosidad de cualquier mortal, el Gobernador fue a conocer La Catedral. Un muy ordenado archivo, en el que el capo tenía registrados todos sus actos, llamó la atención de Gómez Martínez. “Ahí está el intento de secuestro contra usted”, le dijo un coronel. También estaban, ordenados de la A a la Z, documentos sobre empresarios, industriales, periodistas y “periodistas amigos”.

“No nos dejaron tocar esos documentos y aún hoy me pregunto en dónde habrá terminado ese archivo, que incluía fotos de las mujeres y personajes que visitaban a Escobar, fiestas, cocteles y guardianes, uniformados, sirviendo trago en las reuniones dentro del penal”.

Entre todos los modernos sistemas de comunicación de Escobar, dos, ancestrales, llamaron la atención del Gobernador: una jaula con palomas mensajeras y un telescopio, con el que el preso divisaba un apartamento en El Poblado, desde donde le prendían y apa- gaban luces, en clave morse, para enviarle mensajes.

Uno de los chalets externos era en realidad un búnker, de techo esférico y en concreto reforzado, que le permitía realizar sus comunicaciones sin ser rastreado.

¿Usted qué haría con la Catedral?, le preguntaron varios periodistas a Juan Gómez Martínez. Evocando a Al Capone y prisiones como las de San Quintín y Alcatraz afirmó que “debería ser un sitio turístico”, no a la manera de un santuario, sino como prueba del poder corruptor de Escobar.

“¿Cuál de ustedes no quiere conocer esa cárcel?” ¡Todos!, respondieron los periodistas.

En el gobierno de Gaviria no pensaban lo mismo. El Minjusticia, Andrés González Díaz, le confesó al Gobernador que el día que escuchó su propuesta de volver la Catedral un sitio turístico, mandó a dinamitarla. Tal monumento sería una eterna vergüenza para el gobierno de Gaviria y para el del Alcalde de Envigado, Jorge Mesa Ramírez. A partir de ese día, la prisión comenzó a volverse ruinas, pero jamás olvido.

Con información de El Colombiano: https://www.elcolombiano.com/colombia/hace-30-anos-escobar-se-fugo-de-la-catedral-aqui-una-historia-no-contada-BL18135026

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