Irene Vallejo resalta la importancia de la lectura

Irene Vallejo viaja en las olas conformadas por la palabra escrita para llegar a islas, ésas que crean un archipiélago donde anidan las ciencias, la poesía, la narrativa, el ensayo, la historia…, en suma: el conocimiento atesorado durante siglos en ese artefacto llamado libro.

Esa travesía, que inició desde niña alimentada por sus padres, lectores apasionados, la llenó de historias, de encuentros y, a veces, de desencuentros, hasta arribar al puerto infinito que es la escritura. Las palabras son sus compañeras de vida y como dice “no puedo pasar un día sin leer unas líneas”, de ahí se entiende su gusto por las letras y el ser filóloga y escritora.

Desde hace unos meses, al salir su libro “El infinito en un junco”, un profundo ensayo sobre el valor de los libros, Irene se convirtió en una rockstar de las letras y prueba de esto fue el encuentro con jóvenes en la FIL de Guadalajara. Hoy, su ensayo se traduce en 35 idiomas y este gran impacto sobre el ejercicio de leer también la llevó a ganar el Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, que otorga la Academia Mexicana de la Lengua. “Es mi primer galardón fuera de España”, añade.

El Henríquez Ureña, ¿es un reconocimiento especial por ser de tus pares?

Diría más bien que son los maestros, porque los académicos de la lengua, para una filóloga, son los modelos y los referentes en el uso del idioma. Es un gran honor para alguien que busca comunicar los avances humanistas en lengua española, como lo hicieron el propio Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Emilio Lledó y todos quienes lo han recibido.

Es la primera vez que recibo un premio fuera de España y lo considero una forma de animarme a mantener vivo este legado humanista en estos tiempos confusos y convulsos que vivimos, donde hace más falta que nunca esa protección intelectual, insistir en el valor de la educación y entender al español como espíritu de unidad por encima de las fronteras.

¿Ya se tiene fecha en la AML para que recibas el premio?

Será el año próximo, porque la noticia me encontró en viaje a México para la FIL de Guadalajara y era un poco precipitado, sin tiempo para organizar la ceremonia antes de mi regreso a España. Lo haremos con planeación y me permitirá preparar el discurso, con cuidado y cariño, para expresar el enorme gusto que significa para mí el galardón y dar las gracias a la Academia y a la UNAM, institución que me propuso como candidata.

La conversación con Irene, tras hablar del Premio, da un giro y hablamos de los lenguajes oral y escrito y se le pregunta si se están empantanado en sus usos en las redes sociales.

La verdadera riqueza del idioma consiste en ser hábil en los distintos registros, sea coloquial, directo u oral, pero que también sea capaz de expresarse en registros más formales: literarios o más elaborados.

Desde hace unos meses, al salir su libro “El infinito en un junco”, un profundo ensayo sobre el valor de los libros, Irene se convirtió en una rockstar de las letras y prueba de esto fue el encuentro con jóvenes en la FIL de Guadalajara. Hoy, su ensayo se traduce en 35 idiomas y este gran impacto sobre el ejercicio de leer también la llevó a ganar el Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, que otorga la Academia Mexicana de la Lengua. “Es mi primer galardón fuera de España”, añade.

El Henríquez Ureña, ¿es un reconocimiento especial por ser de tus pares?

Diría más bien que son los maestros, porque los académicos de la lengua, para una filóloga, son los modelos y los referentes en el uso del idioma. Es un gran honor para alguien que busca comunicar los avances humanistas en lengua española, como lo hicieron el propio Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Emilio Lledó y todos quienes lo han recibido.

Es la primera vez que recibo un premio fuera de España y lo considero una forma de animarme a mantener vivo este legado humanista en estos tiempos confusos y convulsos que vivimos, donde hace más falta que nunca esa protección intelectual, insistir en el valor de la educación y entender al español como espíritu de unidad por encima de las fronteras.

¿Ya se tiene fecha en la AML para que recibas el premio?

Será el año próximo, porque la noticia me encontró en viaje a México para la FIL de Guadalajara y era un poco precipitado, sin tiempo para organizar la ceremonia antes de mi regreso a España. Lo haremos con planeación y me permitirá preparar el discurso, con cuidado y cariño, para expresar el enorme gusto que significa para mí el galardón y dar las gracias a la Academia y a la UNAM, institución que me propuso como candidata.

La conversación con Irene, tras hablar del Premio, da un giro y hablamos de los lenguajes oral y escrito y se le pregunta si se están empantanado en sus usos en las redes sociales.

La verdadera riqueza del idioma consiste en ser hábil en los distintos registros, sea coloquial, directo u oral, pero que también sea capaz de expresarse en registros más formales: literarios o más elaborados.

Creo que el problema no son las redes sociales, sino que el registro coloquial sea el único en el que estén capacitados los usuarios para expresarse. El lenguaje se hace leyendo y Marco Fabio Quintiliano, maestro de retórica del Imperio Romano decía: “Los libros hacen los labios”, y creo que es un epigrama muy certero. Hace falta leer para escribir y tener amplitud de vocabulario, variedad sintáctica y el conocimiento de las palabras dentro de su contexto y su uso adecuado. Está también el enriquecimiento con distintas variantes y conocer otras variedades del español.

Por eso, debemos exigirnos un esfuerzo personal para cultivar el conocimiento y por eso es insisto en que los libros siguen siendo muy importantes junto a las pantallas. Cuando comencé a escribir mi ensayo “El infinito en un junco”, parecía que todo el mundo creía que los libros se acababan, que estábamos siendo testigos del fin de una época, que la antigua cultura libresca desaparecía y finalmente no ha sucedido: los libros son importantes para muchas personas y además sirven para equilibrar los riesgos que tiene la excesiva frecuentación de las pantallas, donde hay un lenguaje más sintético, acelerado, sin profundidad. Por supuesto, las redes sociales tienen sus ventajas en todo el universo de información y contactos que ofrecen, pero no deberíamos olvidar que los libros son los que nos enseñan la concentración, el pensamiento más sereno, dan claves para entender la complejidad del mundo en que vivimos y nos cultiva el conocimiento del lenguaje, que en definitiva es la materia prima del pensamiento.

Por esto, necesitamos los libros para cultivar el lenguaje en toda su riqueza y hondura. Y la literatura es la que nos facilita y enseña el uso del lenguaje, ampliando nuestras limitaciones, porque en cada libro hallamos nuevas palabras, giros y otras formas de expresar y ahondar en la realidad.

¿El libro es el gran encuentro con nosotros mismos?

Primero la invención de la escritura, con la que comienza la historia y que nos da la posibilidad de hablar con nuestros antepasados, de platicar con los muertos y con las mejores mentes del pasado. ¡Eso es maravilloso! Por eso, el libro es el mejor vehículo que hemos podido construir para transportar a través del tiempo y el espacio nuestras mejores ideas, nuestros poemas, narraciones, la filosofía, el teatro…, aunque también el libro ha sido el vehículo de malas ideas y de mensajes dañinos y perniciosos, pero en definitiva es un instrumento y podemos hacer con éste el bien y el mal, igual que sucede con un cuchillo, con unas tijeras o con el hacha. Son inventos que nos vuelven poderosos, pero a diferencia, el libro nos permite derrotar el olvido y la destrucción, cuál sería el destino de todas nuestras ideas y hallazgos si no tuviéramos alguna forma de almacenarlos y conservarlos.

Porque la multiplicidad de los libros nos ayuda a comprender el mundo, sus voces que se contradicen o debaten nos dan una imagen de la complejidad de la diversidad y nos vuelven más sabios, aunque no hay que admirar cualquier publicación por el hecho de haber llegado al puerto de los libros.

La gran realidad es que haber inventado el libro fue uno de los grandes hallazgos y la primera de las grandes revoluciones tecnológicas que anticipó todas las demás.

¿Al dejar de leer estamos perdiendo la capacidad de soñar?

Los experimentos neurológicos han demostrado que un lector, una lectora, tiene la mente en completa efervescencia, mientras que cuando estamos frente a una pantalla adoptamos una posición mucho más pasiva. Leer exige un gran esfuerzo, primero, para descifrar la letra y convertirla en sonido, que es la operación que hacemos internamente, y después asociamos todo lo que leemos a nuestra imaginación, la memoria y, por tanto, alimenta y nutre de una manera muy completa y plena. La lectura nos da la posibilidad de detenernos un momento en aquello que leemos, rebatirlo, hacer objeciones o dejarnos llevar a los paisajes y lugares donde suceden sus historias. Se trata de un momento en que sentimos como si estuviéramos creando mundos alternativos en los que podemos entrar y salir a voluntad. Eso fomenta la creatividad, el pensamiento reflexivo y la imaginación, elementos que nos ayudan a resolver los problemas que enfrentamos.

¿Cómo describes el placer de leer?

Desde la infancia asocio los libros al bienestar y la felicidad. No podría pasar un día sin haber leído algunas líneas. En realidad, mi pasión por los libros comenzó a través de la oralidad de mi madre y padre, contándome cuentos antes de dormir. Este es un gran ejercicio para que niños se adentren en el mundo de la imaginación y creatividad, pero también una forma de sentirse unidos en ese núcleo de palabras y personas. Luego viene el placer de la lectura y la escritura porque tuve y tengo la suerte de vivir siempre rodeada de libros.

Leer es algo que aprendí en casa y creó una intimidad que se tradujo en placer y no esfuerzo, en un espacio de bienvenida, de aprendizaje y de placer casi erótico al acariciar las páginas de un libro, de escuchar su música particular y adentrarte en un mundo transitorio donde abolimos la temporalidad y viajamos a través de los siglos para encontrarnos con otras personas y sus ideas, o vivir el presente e imaginar el futuro.

Todo esto es necesario para la salud democrática, porque al final somos comunidades que deciden sus propias leyes y destinos a través de pactos, porque pactar es ser capaz de reconocer los intereses y necesidades ajenas.

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