A Alejandro Ramos sólo es posible verlo bajo la oscuridad: antes de las seis de la mañana o después de las nueve de la noche, porque su jornada habitual de trabajo es de 15 horas diarias, elaborando pan blanco en una pastelería.
Sólo así, produciendo por miles, puede aspirar a ganar 400 pesos al día, quizá un poco más, dependiendo de la demanda. “Si es sábado o domingo, hay que estar en friega, porque la gente compra mucho”, cuenta.
Junto con cuatro de sus compañeros franceseros, como se les llama a los especialistas en este tipo de pan, alista unos 300 carros diarios de bolillo y telera: unos de 360 piezas, otros de 240.
A sus 59 años es un hombre diligente, aguerrido, “aunque ya me duelen mucho los huesos, pienso que por estar tanto en los hornos, también ando mal de un ojo, no sé si sea la edad o la exposición a lugares calientes, pero estoy perdiendo la visión. Antes trabajaba en una tienda de autoservicio y los hornos eran de caldera, cuando sacaba el pan arrojaba vapor y me caía en la cara”.
Ha dedicado los últimos 27 años de su vida a la panadería, 15 de estos al pan blanco. Al equipo de franceseros le pagan 25 centavos por pieza, de ahí el reto de producir más de 8 mil diarios para dividir las ganancias y llevar algo a casa.
La empresa lo tiene registrado ante el Seguro Social, pero como trabaja a destajo, carece de periodo vacacional y días de descanso: si los toma, le son considerados como permiso sin goce de sueldo.
ESFUERZO. La historia de Alejandro encuadra en los resultados del informe: “Precariedad invade la formalidad”, elaborado por Acción Ciudadana frente a la Pobreza, el cual arrojó la cifra de 10 millones de mexicanos con trabajo formal, inscritos ante el IMSS, pero con percepciones insuficientes para comprar por lo menos dos canastas básicas al mes, equivalentes a 8 mil 500 pesos.
Pese a todo, con su esfuerzo y el de su esposa Margarita, la familia ha logrado impulsar a dos hijos: la más grande es nutrióloga egresada del IPN y el más pequeño también había logrado ingresar al Poli, pero recién decidió probar suerte en la milicia.
-¿Quince horas haciendo bolillos y teleras?, ¿ni un descanso?
-Sí, desayunamos como a las 11:30, tuvimos unos 15 minutos, y vámonos porque la máquina sigue trabajando; a las cuatro de la tarde otro rato para comer y a darle, porque ya nos venían correteando con el bolillo. Sí es pesado, pero ya me acostumbré.
-¿Vacaciones como permiso sin goce de sueldo?
-Así es, ha sido siempre, aunque acaba de entrar un sindicato y dicen que a lo mejor este año sí nos las pagan, pero con el sueldo mínimo.
-¿El sueldo que obtienes recompensa tu trabajo?
-No, por mi experiencia debería ganar al menos el doble, pero sabemos que en el país son poquísimos los que ganan bien. Conozco a profesionistas que casi ganan lo mismo que yo, aunque trabajan menos horas. Para tener más dinero hay que irse a la política, son los que ganan más… o mejor dicho, los que roban más.
HORNOS. Alejandro es originario de Chalco, Estado de México, donde actualmente vive. Está pagando una casita comprada por medio del Infonavit.
-¿Cómo fue que te gustó la panadería?
-Cuando era chamaco, tenía unos 14 o 15 años, allá en el pueblo donde crecimos las familias acostumbraban a tener una arroba de harina para el Día de Muertos, que son bultos de poco más de 11 kilos. Con eso mandaban a hacer su pan de calabaza en un horno… Un día acompañé a mi papá con el panadero, me llamó la atención cómo hacía el pan y le pregunté al señor si me podía enseñar a hacerlo, me dijo que sí, y saliendo de la secundaria me iba para allá.
-Ya lo traías en la sangre entonces…
-Quién sabe, pero aquí estoy, sí me gusta mi trabajo. En la panadería jamás se termina de aprender, porque siempre hay panes nuevos. A lo mejor si hubiera estudiado, habría sido otro mi destino.
-¿Hasta qué grado llegaste?
-Dejé trunca la preparatoria, la creí fácil, papita, pensé que no necesitaba estudiar y ya ves… Mi papá siempre quiso que fuera maestro.
La precariedad salarial se extiende en la vida de todos sus compañeros de trabajo, lo mismo bizcocheros, bocadilleros, pasteleros, gelatineros y despachadores.
“El dinero no alcanza, nunca es suficiente, los que despachan ganan todavía menos y un día a la semana deben doblar turno. Por eso hay mucha rotación, por los bajos salarios y las jornadas muy largas. Entre nosotros decimos: ¿cómo vivirá aquel compañero? Y luego tienen hasta dos mujeres, ¿cómo le hacen?”.
-¿Cómo le haces tú para salir a la semana: la familia, el pago de la casa, la comida, la salud?
-Vamos al día, adaptándonos a lo que tenemos en los bolsillos: si tengo 200, 300 pesos, pues tengo que comprarme unos tenis baratos. O tan sencillo como: si no puedo pagar un vaso de café de a 20 pesos, como lo venden en la panadería, pues me traigo mi termo y listo. Los franceseros al menos cobramos por lo que hacemos: a cada uno de los cinco nos toca un cachito, el maestro gana un poco más”.
-Por los años en esto, podrías ser maestro…
-Sí, yo estuve como maestro hace unos años en la panadería de un centro comercial, ganas unos pesos más, pero es mucha presión, muchos disgustos.
Alejandro es un hombre entusiasta. Bajo la noche, nos enseña un bolillo elaborado por él. Se antoja. Caminamos con él hacia la parada del chimeco: hará una hora y media más hacia Chalco.
“Lo único que me preocupa es que estoy registrado ante el IMSS con el sueldo más bajo posible y eso repercutirá bien feo cuando me jubile. Ojalá el gobierno pudiera resolver este problema, y que nos registraran con el sueldo real, para estar más tranquilos”.
-Al menos tienes Seguro Social…
-Bueno, llevo un año yendo a consultas para lo de mi ojo, y nomás no le atinan qué es…