Jóvenes en precariedad salarial

Los bajos salarios en el país, “no se llevan bien con el amor”, dice David Lamas Juárez, de 22 años, vendedor en una aseguradora y quien gana siete mil pesos al mes…

La precariedad salarial en los “trabajos formales” alcanza todos los rincones, sectores, géneros y edades.

Aquí te compartimos las peripecias de un joven, recién incorporado al mercado laboral y quien debe sortear “los apuros económicos” con el enamoramiento y los sueños de estudiar una carrera, civil o naval.

Otra vida acorde con las conclusiones del informe: “Precariedad invade la formalidad”, presentado hace unos días por Acción Ciudadana Frente a la Pobreza: casi la mitad de quienes están registrados ante el IMSS, obtienen un sueldo insuficiente para comprar siquiera dos canastas básicas (8 mil 500) y superar la línea de pobreza.

¡EL NIÑO! Hace algunas semanas David decidió hacer vida en familia con su novia, quien tiene un bebé… Doña Susana y don Héctor, sus padres, acogieron en su casa -la cual rentan desde hace varios años en las inmediaciones de la delegación Coyoacán- a la nueva pareja y son ellos quienes ahora la respaldan en caso de un gasto inesperado.

“Vamos empezando como familia, y se me hace muy poco lo que gano, lo veo en el tema de los gastos, que el niño necesita ropa, que ya se enfermó, que la leche”, cuenta el muchacho.

-¿Te alcanzaría para vivir por tu cuenta, para rentar un lugarcito independiente al de tus padres?

-Ni en sueños…

Comenzó a trabajar hace poco más de dos años, para llenar el vacío de haber sido expulsado de la Heroica Escuela Naval, en Antón Lizardo, Veracruz. ¿La razón? Exigencia académica: está prohibido reprobar más de tres materias y bajar del promedio de 8.5.

“El tema de las Fuerzas Armadas me gusta mucho, porque te hace conocer tus capacidades físicas y mentales, conectar con tu espíritu y con Dios; te hace valorar todo: un vaso de agua, la sombra de un árbol, la familia. Estaba de 14 a 16 horas haciendo cosas, el día no me daba. Aún tengo la espinita de algún día volver a intentarlo”.

Entró primero a una empresa dedicada a la asistencia vial por teléfono, en la cual ganaba 2 mil 100 a la quincena. “Ni para los pasajes”, dice. Se enteró de la vacante en la aseguradora, con la posibilidad de percibir un poco más, y probó suerte en el proceso de reclutamiento: lo aceptaron en el área de siniestros, cuya tarea es tranquilizar al asegurado en caso de accidente, en tanto se envía al ajustador; después pasó al departamento de atención a clientes y finalmente a ventas.

“Recibo registros de gente interesada en seguros: gastos médicos, autos, viajes, daños, y trato de captarla por vía telefónica, correo electrónico o redes sociales”, describe.

-Siete mil…

-Pues sí, trato de reducir los gastos, de comparar cada que necesito comprar algo, para ver dónde está más barato, o dejar de lado ciertas cosas para llegar a la quincena y no pedir prestado, no recurrir a la familia. Cualquier detalle impacta en el presupuesto, hasta el cierre de una estación o tramo del metro.

PUERTAS. En David se replica un factor ya visibilizado en otras historias: las extenuantes jornadas laborales. En su caso, es de 11 horas diarias.

-Y a veces me quedo un poco más si me toca cerrar una venta. Más una hora de ida y otra de venida en el transporte. Es bastante el sacrificio en la vida personal, porque a veces no puedes ser constante en las comidas, o estás obligado a desvelarte. Para el tiempo que dedico, no creo ganar lo justo -ataja él con desazón.

-¿Cómo aguantas 11 horas lidiando con clientes?

-Trato de llevar las cosas con calma, con la cabeza fría, y cuando salgo de trabajar desahogar mi estrés con un poco de ejercicio, platicando con mi novia o el resto de mi familia, eso me relaja. Y, sobre todo, me motiva alcanzar algún día mi objetivo.

-¿Cuál?

-Terminar una carrera profesional.

Entre empujones, con ayuda de sus padres y a veces recurriendo al crédito o endeudándose, David optó por comenzar el estudio de una carrera en línea, relacionada con economía y finanzas.

“No hay otra que estudiar, por lo menos una licenciatura, para aspirar a conseguir algo en el mercado laboral. No es que ser profesionista te garantice el éxito, pero sí te abre más puertas. Lo que estoy aprendiendo está relacionado con mi trabajo, y quizá algún día pueda emprender un negocio propio.

David se sienta en la mesa, junto a su novia y nueva compañera. Se alista para disfrutar de una pancita preparada por doña Susana. Huele bien. Son las nueve de la noche, hora habitual de su retorno a casa.

“Que nadie piense que por tener un trabajo formal, que por estar inscrito en el Seguro Social, uno se la lleva de a pechito. En México, los salarios son raquíticos y lo sufrimos tanto jóvenes como viejos, experimentados y novatos. Claro que la canasta básica no es costeable, vamos jalándole de donde podemos”.

Sus padres lo escuchan a la distancia, frente al televisor, en el eco habitual de hambre, guerras, carestía y noticias funestas. El bebé duerme. La pancita se acaba.

“Ahora ya no es como antes, que esperabas a terminar tu carrera para buscar trabajo; hoy debes trabajar en lo que, imaginas, será tu futuro, y estudiar en paralelo. Ni modo, ¿qué le haces?, y más si te llegó el amor”…

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