Graciela y Carlota, lucha tenaz por la inclusión 

Para Graciela Beauregard Solís ser mamá de Ma. Carlota Esperanza es un gran compromiso, una lucha constante y desbordada por el amor de madre y su espíritu aguerrido. 

“Qué va a ser de ella cuando yo falte”. La preocupación eterna porque sea autosuficiente en la medida de lo posible, es también el pensamiento que imprime fuerza a sus días para asegurar el bienestar de su hija.

“Lo primero que hice cuando me recuperé del terror ante lo desconocido, después de conocer el diagnóstico ‘Síndrome de Down’, fue adscribirla al servicio médico de mi empleo (Graciela es Profesora-Investigadora de la División Académica de Ciencias Biológicas de la UJAT), y avisar a quien era el coordinador de docencia en aquellos años; todos me apoyaron”. 

En el Hospital del Niño, ‘Rodolfo Nieto Padrón’, se le practicaron sus estudios médicos porque no se sabía si su organismo funcionaba adecuadamente. “Nadie conoce este tema hasta que le sucede”, explica. 

Una vez atendido el tema de salud, buscó algún lugar para que Carlota recibiera algún tipo de formación intelectual.

Graciela, cuya preparación académica va de la biología a la museología, doctorada en Educación, investigadora y difusora de la cultura, combina su lado profesional con su papel como madre. 

Como experiencia satisfactoria relata que en busca de ayuda inicialmente llegó a ÚNETE, que hoy es VIDHA, adscrito al DIF en donde recibió apoyo.

No olvida la fortaleza que le proporcionaron sus padres Juan José Beauregard Cruz, (Fundador del Instituto del Niño Lisiado de Tabasco, allá por los años 60) y Ma. Carlota Solís Sarabia. Aunque reconoce que, por difícil que parezca, muchas veces la familia es la menos involucrada. 

“No todos los miembros de la familia comprenden la importancia de su papel. Sin embargo, no puedo negar que mientras algunos miembros viven con indiferencia la situación, otros ayudan mucho.  Creo que toda la familia debe involucrarse y hacer menos difícil la vida”. 

MUCHO POR HACER

Carlota es una buena persona, ha aprendido a orar, a dar las gracias todo el tiempo. Y a manifestar su inteligencia de diversas maneras; “me doy cuenta de cómo transmite algo que es superior a mí”, describe Graciela al preguntársele sobre sus logros y satisfacciones.

Pero la inquietud sobre el presente y futuro de su hija persiste sobre todo al constatar lo difícil que es la inclusión social para las personas con discapacidad. 

“En mi caso, la UJAT me ha apoyado desde el día que nació mi hija, concediéndome horarios compatibles con los de ella, pero no es así con todas las personas, en otros ámbitos”, explica, y admite que cuando se le considera u otorga un trato especial, es debido al buen corazón o empatía de los compañeros de trabajo y no porque exista un reglamento que lo establezca. 

“A las familias con hijos o hijas con discapacidad, cada determinado tiempo les sucede algo. Por ejemplo: no hay escuela a dónde llevarlos o no con la capacitación y la infraestructura necesaria; cuando son adultos, tampoco algún tipo de empleo. Y ni se diga de algún asilo”.

Sobre si se considera una mamá especial o extraordinaria, responde: “No sé realmente, es una pregunta difícil de contestar. Nunca me he preguntado ni le he preguntado a nadie cómo me perciben respecto a mi situación especial. Yo he tenido la fortuna de tener ayuda de mis padres cuando vivían; actualmente, de mi tía Luz del Carmen Solís Sarabia, algunas de mis hermanas, de los servicios médicos, de mi empleo. Pero hay otras mujeres que desafortunadamente no disfrutan de esa ayuda. ¡Esas sí son mujeres excepcionales y valientes!”.

“Yo he tenido la fortuna de tener ayuda de mis padres cuando vivían; actualmente, de mi familia, de los servicios médicos, de mi empleo. Pero hay otras mujeres que desafortunadamente no disfrutan de esa ayuda. ¡Esas sí son mujeres excepcionales y valientes!”

Graciela Beauregard Solís

Mamá de Carlota

Profesora-Investigadora 

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