Unas veces se gana y otras… ¿se pierde o se aprende?

Lo que para mí es un buen mensaje: “unas veces se gana y otras se aprende”, para mi compañero es una frase incorrecta donde se sobrevalora el triunfo, endulzando la derrota. Y así, todo; como bien expresa el dicho popular “para gustos los colores”.

Según a quién le hagamos la pregunta obtendremos una respuesta u otra. Ninguna de ellas totalmente errónea ni verdadera. ¿De qué sirve entonces competir? ¿Influye en nuestros jóvenes de forma positiva o negativa? Depende.

Para algunas personas la naturaleza competitiva del deporte transmite indiscutiblemente una serie de valores que difícilmente se aprende en otros contextos; mientras que, para otros de esa esencia única emana el mayor problema ético del fenómeno deportivo. Sea como fuere, ambas argumentaciones se fundamentan en un cúmulo de reflexiones complejas que difícilmente ayudan a decantarse por una sola de ellas.

Por un lado, medirse con uno mismo o contra un buen adversario contribuye a esforzarse y superar las propias barreras; nos exige enfrentarnos a nuestros propios errores y cooperar con el resto en busca de soluciones. Así enfocada, la competición es proceso, no resultado, y, sea cual sea el veredicto, todos aprenden y ganan. Por el contrario, cuando lo más importante de la competición es el dictamen del marcador, los números acaban por sobrepasar el valor de las personas y el fin justifica los medios; el valor ético desaparece y, en su lugar, observamos actuaciones groseras y poco respetuosas. El reflejo del deporte de las estrellas. ¿Es esto último lo que deseamos para nuestros jóvenes?

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