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Licencia menstrual: Una urgencia para la vida laboral digna

MaFer

Por: María Fernanda Cámara Morales

Estimada lectora, este asunto es de fundamental relevancia para ti

A esta autora le parece ilógico, más no impactante, que en pleno siglo XXI, la lucha por los derechos laborales de las mujeres. A pesar de los avances en igualdad de género, hay aspectos que permanecen invisibilizados y poco discutidos en el ámbito laboral, uno de los más apremiantes es el reconocimiento de la menstruación y sus efectos como una realidad biológica que impacta directamente en la capacidad de las personas menstruantes para desempeñar sus tareas laborales. En este sentido, la licencia menstrual se presenta como una medida urgente y necesaria para garantizar una vida laboral digna, una medida que ha sido abandonada y poco visibilizada en las legislaturas.

La menstruación no es solo un ciclo “natural”; para muchas personas, implica una experiencia física que puede ser extremadamente debilitante. Diversos estudios han revelado que los dolores menstruales. igualmente llamado dismenorrea, pueden llegar a ser tan intensos que se comparan con el dolor de un infarto cardíaco. Estos cólicos severos no son una exageración, son una realidad cotidiana para quienes menstrúan. El malestar físico, que puede incluir náuseas, vómitos, fatiga extrema, dolores musculares y migrañas, puede incapacitar a las personas al punto de dejarlas postradas en cama, sin la capacidad de moverse o realizar actividades básicas como caminar, eso sin contar el extremo malestar e incomodidad que muchas tenemos durante ese periodo del mes con nuestro cuerpo e incluso nuestro aspecto.  

En México, el camino hacia el reconocimiento de este derecho ha sido lento y escaso. A diferencia de otros países como España o hasta Japón, donde ya existen políticas que permiten a las mujeres tomar licencias menstruales, para ausentarse un par de días de su espacio laboral presencial por motivos del periodo menstrual. En nuestro país apenas comienza a discutirse la posibilidad de integrar esta necesidad en el marco legal. Es sorprendente que, en una nación donde el 52% de la población son mujeres y muchas de ellas participan activamente en el mercado laboral, aún no se considere la menstruación como un factor que afecta directamente el rendimiento y bienestar en el trabajo, lo que es un ejemplo más de las dinámicas machistas que permean los espacios laborales del país, deuda histórica que está lejos de ser resuelta.

El costo de no abordar esta problemática va más allá de lo económico. La falta de licencias menstruales obliga a muchas mujeres a elegir entre presentarse al trabajo en condiciones de dolor extremo o perder días de salario, lo que incrementa la brecha de desigualdad de género en el ámbito laboral. Eso sin contar el impacto directo y catastrófico para aquellas familias que tienen únicamente a mujeres y/o personas menstruantes como proveedoras económicas. De hecho, diversos estudios han señalado que la menstruación afecta la productividad, no por falta de capacidad, sino por la falta de apoyo institucional y el nulo reconocimiento de una realidad biológica innegable.

Además, el estigma cultural que rodea la menstruación perpetúa la invisibilidad del tema. Hablar de dolor menstrual sigue siendo tabú en muchos espacios, incluso en aquellos que se proclaman como progresistas. El temor a ser vistas como “menos capaces” o «exageradas» mantiene a muchas mujeres y personas menstruantes en silencio, soportando en privado lo que debería ser una conversación abierta y respaldada por políticas públicas.

Hablemos claros el periodo menstrual es un momento del mes en que las mujeres y las personas menstruantes padecemos una capacidad inmensa de incomodidades, igualmente se afecta a nuestra capacidad de relacionarnos y de sentirnos ya que es un proceso hormonal. Y el hecho de utilizar esta palabra “hormonal” ha generado burlas, menosprecio, y desinformación sobre el tema. Pero sobre todo ha causado que se minimice a las mujeres durante este momento del mes. Porque no únicamente se nos pide hacer todas nuestras actividades pese a los dolores intensos que estamos viviendo, sino que también se nos pide hacerlo con buena actitud, buena cara, y sin quejas. Lo cual es verdaderamente ilógico.

La implementación de licencias menstruales no debe verse como un privilegio o una concesión, sino como una medida de justicia y bienestar. No se trata de pedir un trato especial, sino de reconocer que el cuerpo de las personas menstruantes experimenta ciclos que, en ocasiones, les impiden cumplir con las exigencias del entorno laboral en igualdad de condiciones. Ignorar esto es perpetuar una forma más de violencia estructural que margina y debilita a quienes ya enfrentan múltiples barreras en el acceso a oportunidades laborales equitativas.

La dignidad laboral no se alcanza cuando se obliga a las personas a trabajar a pesar del dolor; se logra cuando se crean las condiciones para que puedan desempeñar sus funciones en un entorno que respete su salud y bienestar.

En un país donde tanto se habla de equidad, justicia social y derechos laborales, resulta inconcebible que las necesidades biológicas de la mitad de la población aún sean ignoradas. Las licencias no sólo son urgentes, son indispensables para una vida laboral digna y justa. Ha llegado el momento de abrir el debate y, más importante aún, de legislar a favor de quienes, mes a mes, enfrentan no solo los retos de la vida laboral, sino también el dolor y el estigma que conlleva menstruar en una sociedad que todavía no escucha ni comprende del todo sus necesidades.

Y yo se, estimada lectora que tu me vas a entender.

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