Por: Esmeralda Ixtla
En Veracruz, el café es más que una bebida, es la historia de su tierra y de las familias que han vivido por generaciones de ella, pero también es una historia de abandono y olvido.
Hace veinte años, nuestro Estado era el segundo productor de café del país, pero hoy, cuatro de cada diez productores han dejado el campo, se fueron porque ya no era negocio, las grandes empresas encontraron la manera de sacarlos del camino, vendiendo café importado más barato y de menor calidad, pero con el que no se puede competir.
Las marcas que vemos en las cafeterías de moda no cuentan esta parte de la historia, no dicen que detrás de cada taza que venden a 90 pesos hay una familia que apenas recibe una fracción de ese precio por el café que cultiva. Tampoco dicen que los productores han tenido que vender a intermediarios que imponen precios tan bajos que ni siquiera cubren los costos de producción y menos que en los pueblos, muchos cafetales han quedado abandonados porque sus dueños tuvieron que buscar otro trabajo para sobrevivir.
Pero si hay alguien que ha sentido más fuerte este golpe, son sin duda las mujeres, ellas representan el 70% de la fuerza laboral en el café, pero pocas veces son dueñas de la tierra.
Sin propiedad legal, no pueden acceder a créditos agrícolas, a programas de apoyo, a la posibilidad de crecer, tienen las manos llenas de trabajo y los bolsillos vacíos, son las primeras en despertar, las últimas en dormir, son las que siembran y cosechan pero cuando se habla del café de Veracruz, sus nombres rara vez aparecen.
El artículo 27 de la Constitución dice que los campesinos tienen derecho a la tierra, pero en la práctica, las reglas del mercado están hechas para beneficiar a los más fuertes. Las grandes empresas han impuesto su propio sistema, comprar barato y vender caro.
La Ley de Desarrollo Rural Sustentable habla de proteger a los productores y garantizarles un comercio equitativo, pero las políticas públicas han sido insuficientes, la realidad es que los productores de café de Veracruz están solos, tratando de resistir mientras ven cómo su tierra, se convierte en una marca más de un menú elegante.
Por eso, es fundamental que al hablar del café, no solo pensemos en el sabor que nos acompaña cada mañana, detrás de esa taza hay personas que aún esperan ser valoradas y protegidas por la industria y el Estado.
Porque, al final, lo que está en juego no es solo el precio de una taza de café, es la dignidad de quienes lo producen, para que algún día el aroma de café no traiga consigo el amargo sabor de la injusticia.