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Por: Esmeralda Ixtla Domínguez
El Congreso de Veracruz aprobó una ley que tipifica la violencia vicaria, se dice fácil, pero cada línea de esta reforma lleva consigo el peso de incontables testimonios de mujeres que han sentido la desesperación de no ver a sus hijos porque alguien decidió que su dolor era un arma.
Niños y niñas que han crecido envueltos en conflictos que no les pertenecen, obligados a ser testigos de rencores que solo buscan herir a quien ya ha sido herida tantas veces.
Las cifras, las leyes, los discursos, todo eso es importante, pero detrás de cada término técnico hay una historia. Ahora, Veracruz establece penas de dos a seis años de prisión para quienes cometan este tipo de violencia, un paso que abre la puerta a la justicia, pero la ley, por sí sola, no basta, es apenas el principio.
¿Quiénes serán los encargados de hacer cumplir esta ley? Cuando sabemos que algunos juzgadores han ignorado tantas veces las denuncias protegiendo con su indiferencia a los agresores. Esos mismos que aún preguntan: ”¿Pero es un buen padre con sus hijos?” como si la violencia fuera selectiva, como si un hombre capaz de destrozar emocionalmente a la madre fuera incapaz de hacerles daño a sus hijos.
Porque la ley ya está escrita y llega en marzo, en los días en que las calles se llenan de mujeres exigiendo justicia, en los días en que los nombres de quienes ya no están resuenan con fuerza, en los días en que se recuerda que cada derecho conquistado ha sido lucha de resistencia y sororidad.
El 8 de marzo no es una fecha más, es el eco de siglos de batallas, de pasos firmes en las avenidas, de voces que no se apagan. Y hoy, en Veracruz, ese eco se convierte en ley.
Pero una ley sin juzgadores comprometidos es solo tinta sobre papel, que la violencia vicaria no sea solo letra en el Código Penal, que cada mujer que sufra este tipo de violencia encuentre en esta reforma no solo una promesa, sino una respuesta real.
Que nunca más una madre tenga que marchar para exigir lo que la justicia le debe, que el 8 de marzo no sea solo memoria, sino destino.
