Emilio

La sangre que nos une

Por: Esmeralda Ixtla Domínguez

En un país donde todo parece tener precio, la donación altruista de sangre es una de esas raras excepciones, no hay retribución, ni reconocimiento, sólo la certeza de que, la sangre donada marcará la diferencia entre la vida y la muerte.

México sigue siendo un país donde la sangre es escasa, no porque no la haya, sino porque no se dona, según cifras oficiales, más del 90% de las donaciones de sangre son por reposición y solo un mínimo porcentaje proviene de donantes altruistas, aquellos que acuden sin que nadie se los pida, solo por la convicción de ayudar.

Ese tipo de donaciones ha crecido a cuentagotas, en 2023 alcanzó su tope histórico un tímido 8.3%, frente al 5.3% que durante años fue el techo.

La Ley General de Salud, en su artículo 327, establece que la donación de sangre debe ser voluntaria, altruista y sin fines de lucro, es decir, no se puede comprar ni vender, no debe existir ninguna presión para hacerlo. Pero parece que al no haber obligatoriedad la sangre no fluye, y la ley, por sí sola, no cambia los hábitos.

A pesar de los avances médicos, el tabú sigue ahí, la gente teme que donar sangre los debilite. Se escuchan mitos, historias inventadas, desconfianza y mientras tanto, los hospitales viven en una constante crisis, obligando a los pacientes y sus familias a buscar donadores entre conocidos, como si se tratara de una transacción personal y no de una necesidad de salud pública.

Se necesita más que una ley, se necesita educación desde las escuelas, campañas, incentivos que no sean económicos, sino morales y sociales. Se necesita que la donación de sangre deje de ser vista como un acto extraordinario y se convierta en parte de nuestra responsabilidad como sociedad.

Porque al final, nadie sabe cuándo le tocará estar del otro lado. Nadie sabe cuándo un accidente, una cirugía, una enfermedad, lo hará depender de la sangre de alguien más. La sangre es un bien comunitario, pertenece a todos y a nadie y fluye mejor cuando se comparte, por eso hay que romper la lógica de la emergencia y sembrar la idea de la previsión.

Porque la sangre es nuestro vínculo invisible. Es la patria íntima que nos sostiene. Es, en el fondo, el otro que nos salva, que donar no sea la última opción, sino la primera.

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