La IA y el derecho comunitario al agua
Por: Esmeralda Ixtla Domínguez
Hace años, escuché una frase que me quedó grabada: un día no habrá agua ni para llorar.
Esa frase me ha vuelto a la cabeza en estos días, mientras observo las maravillas de la inteligencia artificial, imágenes realistas, textos que se escriben solos, respuestas instantáneas a cualquier pregunta, sin embargo, pocas veces nos detenemos a preguntar: ¿cuánto cuesta todo esto?
Según investigaciones recientes, entrenar un solo modelo de IA, de esos que generan imágenes en segundos, puede llegar a consumir hasta 700,000 litros de agua.
Cada vez que alguien en el mundo pide una imagen nueva, o un diseño de los que se vuelven trending topic, se usa agua. El agua se evapora en los sistemas de enfriamiento de los servidores, y es agua que nunca volverá a la tierra, que no bañará los ríos y no hará crecer cosechas.
En tiempos donde comunidades enteras luchan día a día por conseguir agua, este gasto invisible duele, y preocupa.
Dicen que no basta con hablar de innovación; también hay que hablar de respeto. ¿Cómo podemos permitir que mientras se secan los pozos de las comunidades, se sigan creando miles de imágenes digitales por puro entretenimiento?
En respuesta, algunas propuestas han comenzado a emerger: usar la IA de manera consciente, desarrollar tecnologías que reduzcan su huella hídrica, y, sobre todo, volver a poner en el centro a quienes siempre han sabido escuchar al agua.
No se trata de demonizar la tecnología, solo de recordar que el progreso no debe costarnos la vida, por eso antes de pedirle algo a la máquina, preguntemos si necesario.
Y tal vez, en esa pregunta sencilla, esté el comienzo de un nuevo camino.