Emilio

Columna: “Donde pisan los pies”

Por: Esmeralda Ixtla

“Donde pisan los pies”

Era yo una joven de ciudad, como muchas. Mi familia trabajadora, discreta, sin grandes apuros pero tampoco lujos. Vivíamos en la ciudad, donde las calles tienen nombre. Pero muchos otros en la escuela venían de lejos: rancherías, comunidades serranas, pueblos que yo no sabía ubicar en el mapa.

A veces llegaban tarde, “es que no hay paso”, “no hay camión”, “no alcanzó el dinero”. Yo los escuchaba sin entender del todo. Hasta que una vez, por azares del destino, fui a una comunidad en la sierra, ahí supe lo que significaba caminar dos horas para llegar a un camino de terracería, esperar un aventón, para llegar a la ciudad.

Y ahí también supe lo injusto que sería juzgar sin mirar el suelo que pisan los pies.

“La ley es igual para todos”, pero no es cierto. Solo e igual en el papel, pero no en el modo en que llega o en cómo se entiende. En la ciudad, las notificaciones llegan por correo o se imprimen en la oficina, en las comunidades llegan a pie varios meses después de ser emitidas, si llegan.

En las comunidades te cuentan que firmaron algo sin saber qué decía o qué no llegaron a a la diligencia porque no tenían quién cuidara a sus hijos. Recuerdo muy bien al joven que me dijo que perdió su caso porque llegó tarde a la audiencia: no había transporte ese día.

¿Cómo no pensar entonces que la justicia también tiene que mirar el territorio? No se trata de hacer excepciones, sino de entender condiciones. De saber que allá donde no hay juez de control, ni defensor público, ni traductor, las personas enfrentan un sistema que no las reconoce. Y aún así, le piden justicia.

Juzgar con perspectiva territorial es entender que una misma ley puede significar cosas distintas para quien vive entre concreto y para quien vive entre milpas. Es recordar que los expedientes no flotan en el aire, nacen en contextos, crecen en geografías, se moldean por costumbres.

Una vez más, no se trata de cambiar la ley, sino de saber leerla con ojos más abiertos y oídos más atentos.

Porque si la justicia no alcanza a llegar las montañas entonces no es justicia para todos. Y en ese caso, es mejor no llamarla así, justicia.

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