Por: Esmeralda Ixtla Domínguez
Permiso para maternar
Dicen que maternar es lo más natural del mundo, lo dicen como si bastara el instinto para sobrellevar el cansancio, el dolor, el miedo. Lo dicen quienes no han parido con turnos dobles encima, con trabajos temporales y con cesáreas impuestas.
En este país, muchas mujeres regresan al trabajo antes de que las cesáreas hayan cicatrizado por completo. Apenas 48 días otorga la ley, cuarenta y ocho, ni uno más, y con eso se espera que todo esté bien.
Algunas no tienen el privilegio de criar en compañía, dejan a sus hijos en guarderías, incluso algunas los llevan consigo cruzando dedos para que no lloren. La maternidad en México no se elige, se enfrenta.
A la hora de parir, no es distinto, muchas no son tratadas con respeto, escuchan gritos en lugar de acompañamiento, sienten miedo en lugar de alivio, la mayoría no entiende lo que les hacen, nadie les explica.
Eso se debe nombrar, es violencia obstétrica y la padecen una de cada tres mujeres en México.
Nuestra Constitución dice que las mujeres tenemos derecho a decidir cuántos hijos tener, y cuándo. Pero, ¿cómo ejercer ese derecho si no hay condiciones para criar con dignidad? ¿Cómo formar una familia libremente si el sistema castiga a quien la sostiene?
Desde los tribunales, se puede hacer algo más que observar, se puede nombrar esa violencia, se puede proteger la maternidad como un derecho y se puede dejar de tratar como una carga.
Desde ahí, se pueden dictar sentencias con perspectiva de género, reconocer la violencia institucional y asegurar que ninguna mujer quede sola cuando decide maternar.
Las leyes no deben sustentarse solo con técnica, deben fundarse en la empatía, entender que la justicia no se mide en número de sentencias, sino en derechos efectivos que acompañen y no abandonen, es la parte más difícil.
Las mujeres que maternamos no pedimos privilegios, solo condiciones de respeto para que parir y criar no duela más de lo necesario.