A 20 años de ‘La venganza de los Sith’

Tendríamos unos ocho años cuando mis amigos y yo empezamos a renombrar las precuelas de Star Wars para no tener que repetir sus kilométricos títulos. Eran “La película de la carrera de vainas”, “La película en la que se enamoran en Sevilla” y “La película de la pelea volcánica”.

Como buena millennial sin hermanos mayores que me guiaran por la senda de la trilogía original, conocí a Anakin Skywalker (Hayden Christensen) antes que a Darth Vader. Para mí, era ‘Ani’, el niño piloto de La amenaza fantasma (1999), el Padawan loco por Padmé Amidala (Natalie Portman) en El ataque de los clones (2002), el Caballero Jedi que cambió de bando en La venganza de los Sith (2005).

Hoy, 19 de mayo, el Episodio III, el filme más incomprendido de Star Wars, cumple 20 años de su estreno en la cartelera mundial. Esta es mi reivindicación atronadora.

«Así muere la libertad, con un aplauso atronador»

Fue en el Episodio III donde vi por primera vez a Darth Vader y, que la Fuerza me perdone, me dio bastante igual su respiración bajo el casco negro. La escena que me aprendí de memoria fue “la pelea volcánica”, o la batalla en Mustafar, el duelo entre Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) y su alumno aventajado.

Los sables de luz entrechocaban, los protagonistas prácticamente surfeaban sobre lava y cuando la lucha entre Yoda (Frank Oz) y Palpatine (Ian McDiarmid) en el Senado se colaba en medio, avanzaba con el mando para volver a Mustafar, al Maestro que amputó las piernas al Lord del Sith; a Vader reptando, chamuscado por el magma.

Dejando de lado mi añoranza millennial, este cara a cara es historia de la saga galáctica. Curiosamente, ya rondaba la mente de George Lucas durante la escritura de Una nueva esperanza (1977) y siempre quiso recrear en él el infierno bíblico que engendraba a Vader. El coordinador de dobles Nick Gillard desveló que el director se aferró a la cuestionada pero climática frase “la altura me da ventaja” porque se la había propuesto Steven Spielberg.

El enfrentamiento en Mustafar representa la dualidad de Anakin y de la propia La venganza de los Sith, que el 19 de mayo cumple 20 años de su estreno en cines (días antes se había presentado en el Festival de Cannes): los más agoreros la reducen al desenlace condenatorio de una trilogía tan ansiada como fallida; sin embargo, es la apuesta mejor valorada de las precuelas, fue la producción más taquillera de 2005 y se reivindica ahora como una joya incomprendida.

El Sith que surgió del fuego

George Lucas compartió con su equipo la idea para las precuelas nada más finiquitar El imperio contraataca (1980), una noción que era en esencia La venganza de los Sith. En esa reunión, habló sobre el Caballero caído que se alía con el Emperador, la masacre de Jedis por la Galaxia y, sí, una gran pelea volcánica. Esta era la historia de origen que quería contar y, los episodios previos, el camino hacia ella.

A diferencia de las otras trilogías, las precuelas terminan con un regusto amargo por la victoria del lado oscuro, de Darth Sidious y su Imperio aupado sobre los restos de una República agrietada y corrupta. Es la derrota del lado luminoso, el Consejo Jedi y la profecía del Elegido. Pero ante todo, es la victoria de Vader sobre Anakin, del Lord del Sith forjado por el magma sobre el Jedi sepultado por la rabia y el temor.

Inicia el filme degollando al Conde Dooku (Christopher Lee) con dos sables de luz, uno azul y otro rojo Sith, reflejo de su conflicto interno. “El miedo a la pérdida de un ser querido es el camino hacia el lado oscuro”, le advierte Yoda, pero las manipulaciones de Palpatine y su empeño en salvar a Padmé de sus pesadillas premonitorias terminan pudiendo más, y se sentencia asesinando a los jóvenes Jedi del Templo durante la Orden 66.

En un final casi shakesperiano, los últimos resquicios de Anakin se diluyen cuando su ira mata a Padmé, el amor por el que se entregó a la oscuridad. Por suerte, el Episodio III no olvida su condición de enlace y planta semillas para Una nueva esperanza (1977). La aparición de Chewbacca (Peter Mayhew) y el nacimiento de Luke y Leia Skywalker centellean como recordatorio de que la luz vencerá.

No es Vader quien despide su historia de origen; en los últimos minutos, la cámara nos traslada a Alderaan, con el senador Bail Organa (Jimmy Smits) acunando a Leia, y a Tatooine, donde Kenobi pone a Luke en brazos de Owen (Joel Edgerton) y Beru Lars (Bonnie Piesse).

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