Cuando el estrés se vuelve enfermedad

El cortisol es esencial para la supervivencia, pero cuando se mantiene elevado por estrés crónico, se convierte en un riesgo para la salud física y mental. Esta entrevista aborda cómo identificar sus efectos, reconocer los síntomas clínicos y aplicar estrategias desde la medicina familiar para restaurar el equilibrio y prevenir enfermedades.

Cesia Ocaña

Villahermosa

Actualmente el estrés se ha convertido en una de las principales amenazas para la salud pública. Factores como el ritmo acelerado de vida, las exigencias laborales, la inestabilidad económica y los cambios sociales derivados de eventos recientes —como la pandemia por COVID-19— han contribuido a un aumento constante de cuadros de estrés crónico en la población general. Aunque esta es una respuesta necesaria para la supervivencia, su persistencia puede generar desequilibrios profundos en el organismo.

Una de las hormonas clave en la respuesta al estrés es el cortisol, conocido popularmente como la ‘hormona del estrés’. Este glucocorticoide, producido por las glándulas suprarrenales, desempeña funciones esenciales en el metabolismo, sistema inmune, estado de ánimo y regulación del sueño, entre otros procesos vitales. Sin embargo, su exceso puede convertirse en un factor de riesgo para múltiples enfermedades físicas y mentales.

En esta entrevista con el doctor Daniel Cerón, abordamos el papel del cortisol en la respuesta al estrés, sus efectos a corto y largo plazo en el cuerpo, y las estrategias que la medicina familiar puede implementar para prevenir y tratar los trastornos asociados. A través de una mirada clínica y basada en evidencia, se busca ofrecer herramientas prácticas para el manejo integral del estrés crónico, con énfasis en la educación del paciente, el autocuidado y la intervención interdisciplinaria.

¿Qué es el cortisol y cuál es su función principal en el cuerpo?

El cortisol es una hormona glucocorticoide secretada por la corteza suprarrenal en respuesta a la activación del eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal (HHS). Este eje se activa por la liberación de CRH desde el hipotálamo, que estimula la producción de ACTH en la hipófisis anterior, la cual a su vez induce la secreción de cortisol. Su principal función es ayudar al cuerpo a mantener la homeostasis frente a situaciones de estrés físico o emocional. También regula el metabolismo de los carbohidratos, lípidos y proteínas, modula la respuesta inmune e inflamatoria, y participa en la regulación de la presión arterial y del estado de alerta o vigilia.

¿Qué tipos de estrés tienen un mayor impacto en los niveles ?

Cuando una persona experimenta estrés agudo, el cortisol se eleva de forma rápida y transitoria. Esta respuesta adaptativa permite movilizar energía de manera eficiente al aumentar la glucosa en sangre, elevar la presión arterial y mejorar la atención y la capacidad de respuesta inmediata. Sin embargo, cuando el estrés se vuelve crónico, éste se mantiene elevado durante períodos prolongados, perdiendo su ritmo fisiológico y produciendo efectos nocivos en distintos sistemas del organismo. Esta elevación afecta la función inmune, el metabolismo, la salud cardiovascular y el equilibrio emocional, causando mayor daño que beneficio.

¿Cuál es el ritmo circadiano del cortisol y cómo puede alterarse con el estrés?

El cortisol se libera siguiendo un ritmo circadiano claramente establecido. Su concentración alcanza un pico máximo entre las seis y las ocho de la mañana y disminuye progresivamente a lo largo del día, llegando a su nivel más bajo hacia la medianoche. Este patrón fisiológico puede alterarse por diversos factores, como el trabajo nocturno, el insomnio, el jet lag, los trastornos del estado de ánimo y, especialmente, el estrés crónico. En estos casos, se observa una pérdida del pico matutino y un incremento anómalo en las horas nocturnas, lo cual altera el metabolismo, empeora la calidad del sueño y favorece la aparición de enfermedades metabólicas y psiquiátricas.

¿Qué síntomas clínicos pueden alertarnos?

Clínicamente, la presencia de niveles elevados de cortisol puede sospecharse ante la combinación de signos y síntomas como fatiga persistente, insomnio, irritabilidad, dolores de cabeza frecuentes, aumento de peso (especialmente abdominal), hiperglucemia, hipertensión arterial de difícil control, ansiedad, síntomas depresivos, dificultades cognitivas como problemas de concentración o memoria, infecciones recurrentes y una cicatrización lenta de heridas. Aunque cada uno de estos síntomas puede tener múltiples causas, su concurrencia y cronicidad sugieren una alteración del eje HHS inducida por estrés.

¿Cuáles son los efectos en el sistema inmune de la hormona del estrés?

A largo plazo, el cortisol elevado ejerce un efecto inmunosupresor importante. Inhibe la acción de linfocitos T, células NK y la producción de citoquinas proinflamatorias necesarias para una defensa efectiva contra agentes infecciosos. Esto se traduce en una mayor vulnerabilidad a infecciones virales y bacterianas, una menor eficacia en la respuesta vacunal y una desregulación del sistema inmune que puede facilitar la aparición o agravamiento de enfermedades autoinmunes como el lupus eritematoso sistémico o la artritis reumatoide.

¿Qué papel juega el sueño, la actividad física y la alimentación en su regulación?

Desde la medicina familiar, la estrategia más importante para reducir los niveles de cortisol comienza con la educación del paciente. Es esencial explicar cómo el estrés afecta al cuerpo y qué papel juega el cortisol en ese proceso. A través de la psicoeducación, los pacientes aprenden a identificar sus factores estresantes, a validar sus emociones y a comprender que el abordaje del estrés no se limita a “relajarse”, sino que requiere un enfoque activo y estructurado. Las herramientas de la terapia cognitivo-conductual son particularmente útiles en la consulta de atención primaria. Invitar al paciente a llevar un diario de pensamientos y emociones permite externalizar preocupaciones, identificar patrones de pensamiento disfuncional y reestructurar creencias irracionales. Estas técnicas pueden aplicarse de manera sencilla y efectiva en sesiones breves.

¿Ha notado un aumento en los casos relacionados con estrés crónico en su consulta en los últimos años? ¿A qué lo atribuye?

En la práctica clínica cotidiana, muchos médicos familiares han observado un aumento sostenido de casos relacionados con estrés crónico, especialmente a partir de la pandemia por COVID-19. Los cambios en el ámbito laboral han sido una causa central: muchos pacientes trabajan seis días a la semana, se levantan con alarmas que interrumpen los ciclos naturales del sueño y realizan turnos prolongados que dificultan el descanso, la convivencia familiar y la actividad física. En ciertos entornos industriales, los trabajadores consumen alimentos hipercalóricos de bajo valor nutricional, lo que agrava el perfil metabólico y favorece el desarrollo de enfermedades crónicas. La falta de tiempo libre limita la posibilidad de establecer vínculos sociales o practicar actividades placenteras que disminuyan el estrés. Ante este panorama, algunos pacientes recurren al alcohol, al tabaco u otras sustancias como formas de evasión emocional, lo que deteriora aún más su salud física y mental.

La medicina familiar, por su enfoque centrado en la persona, es el espacio privilegiado para prevenir, detectar y tratar las consecuencias del estrés crónico, y para acompañar al paciente en la construcción de un estilo de vida más saludable y resiliente.

Técnicas recomendadas

Una de las prácticas más recomendadas es la relajación progresiva de Jacobson, la cual combina respiración consciente y contracción-relajación de grupos musculares para inducir un estado de calma fisiológica. Esta técnica se realiza generalmente antes de dormir y ayuda a disminuir el cortisol nocturno. También se ha popularizado el uso de ejercicios de mindfulness o atención plena, que consisten en entrenar al paciente para enfocar su atención en estímulos presentes y no amenazantes. Una técnica eficaz es la llamada “5, 4, 3, 2, 1”, que implica identificar cinco cosas que se pueden ver, cuatro que se pueden tocar, tres que se pueden oír, dos que se pueden oler y una que se puede saborear. El objetivo de estas prácticas no es la distracción, sino entrenar al cerebro para enfocar su atención en estímulos neutrales o positivos, interrumpiendo así el ciclo de rumiación emocional.

Ejercicio, mejor aliado

El ejercicio físico también juega un papel central. Se recomienda realizar al menos 150 minutos semanales de actividad aeróbica moderada, ya que esta mejora la sensibilidad a la insulina, reduce la inflamación, libera endorfinas y ayuda a regular el ritmo circadiano del cortisol.

Higiene del sueño

Junto a esto, mantener una buena higiene del sueño es fundamental: dormir entre siete y ocho horas por noche, evitar el uso de pantallas electrónicas antes de dormir, mantener horarios regulares y evitar el consumo de cafeína o alcohol por la noche son medidas que favorecen un sueño reparador y la restauración hormonal.

Alimentación saludable

Una alimentación adecuada complementa este enfoque. Se recomienda una dieta rica en ácidos grasos omega 3, antioxidantes naturales, vitaminas del complejo B y alimentos con bajo índice glucémico. Se deben evitar los productos ultraprocesados, las grasas trans y los azúcares refinados, ya que estos inducen inflamación sistémica y desregulan el metabolismo del cortisol. Además, es importante considerar el contexto social y estructural del paciente. Factores como la violencia doméstica, la precariedad laboral o el aislamiento social requieren intervenciones interprofesionales que incluyan trabajo social, psicología o acompañamiento comunitario.

Afectaciones metabólicas

El doctor Daniel Cerón abunda que en el ámbito metabólico, el cortisol elevado estimula la producción hepática de glucosa (gluconeogénesis), lo que contribuye a la hiperglucemia y al desarrollo de resistencia a la insulina, favoreciendo la aparición de diabetes tipo 2. También altera el perfil lipídico al incrementar los niveles de triglicéridos y colesterol LDL, al mismo tiempo que promueve la acumulación de grasa en el abdomen y el catabolismo muscular, generando pérdida de masa muscular o sarcopenia. A nivel cerebral, tiene efectos neurotóxicos, especialmente sobre el hipocampo, área clave para la memoria y el aprendizaje, y se asocia con un mayor riesgo de padecer depresión, ansiedad e insomnio.
Igualmente sugiere que el estrés crónico puede desencadenar o empeorar enfermedades como hipertensión, diabetes o padecimientos autoinmunes.

“La evidencia científica confirma que el estrés crónico es un factor causal y agravante de múltiples enfermedades crónicas. En el caso de la hipertensión arterial, la activación sostenida del sistema nervioso simpático y la retención de sodio inducida por el cortisol elevan la presión arterial de forma persistente. En la diabetes tipo 2, el aumento crónico de glucosa, junto con la resistencia a la insulina promovida por el cortisol, constituye un mecanismo patogénico claro. Además, el desequilibrio inmunológico generado por el estrés favorece la aparición de enfermedades autoinmunes o el empeoramiento de las ya existentes”, finalizó.

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