Columna: El Rincón del Chef

Por: José Ángel ViGo

“Comida callejera del mundo: qué nos dicen los antojitos callejeros de la cultura de cada país”.

Hay una verdad universal que se sirve sin manteles, la calle es el primer restaurante del mundo. En ella, el hambre se mezcla con el humo y aromas de los puestos, el murmullo de la gente y el alma de los pueblos.

Los antojitos callejeros son espejos culturales, revelando cómo vive, sueña y celebra una nación entera. En cada bocado hay una historia, un origen y una identidad que se comparte sin protocolos ni reglas estrictas.

Tacos… La bandera comestible de México: En México, el taco no se inventó, ‘nació con el pueblo’. Desde los mineros del siglo XVIII (18) que envolvían su comida en tortillas hasta los taqueros urbanos que dominan las madrugadas y atardeceres, el taco es la síntesis de nuestra cultura: práctica, generosa y adaptable.

Al pastor, de suadero, de canasta o hasta de carne asada, cada uno es una crónica viva del país. Comer tacos en la calle es participar en un ritual colectivo donde la salsa sustituye al silencio y el sabor al discurso; salsas nos brindan el rojo sangre que porta nuestra bandera, las tortillas son el emblema blanco de paz y el verde nos lo traen las ensaladas picantes que creamos con hiervas y chiles, así se completa ese plato emblema, cual himno nacional retumbando en sus centros la tierra.

Hot dog… El sueño americano hecho alimento: El hot dog o perro caliente nació en las calles de Nueva York a finales del siglo XIX, cuando los inmigrantes alemanes comenzaron a vender salchichas frankfurt dentro de pan. Pronto se convirtió en el emblema de lo práctico, lo rápido y lo democrático. Hoy en día el hot dog ha mutado en cada rincón del mundo; en México se viste con tocino, jitomate, cebolla y variedades de chiles, con queso, con repollo o demás. Es el símbolo de la globalización callejera, un bocado que viaja y se adapta sin perder su esencia.

Pizza… De Nápoles al corazón del mundo: La pizza nació pobre y popular; en las calles de Nápoles, los vendedores ambulantes ofrecían masas planas cubiertas de tomate y queso a los obreros que no podían costear el comer en un restaurante. En 1889 la pizza Margherita con tomate, mozzarella y albahaca se convirtió en un símbolo italiano. Hoy, en cada esquina del planeta se hornea una versión distinta, desde las delgadas y doradas, hasta las gruesas y rebeldes de la frontera norte mexicana. Con piña, con pollo, acompañadas de diversas salsas dulces y picantes, el comer una rebanada es saborear el ingenio de quienes hicieron del pan una bandera universal, surgiendo de la humildad, ‘que poético y asombroso puede sonar’.

Hamburguesa… La modernidad entre dos panes: La hamburguesa tiene raíces alemanas (en el puerto de Hamburgo), pero fue en Estados Unidos donde alcanzó la gloria callejera. De los puestos de ferias del siglo XX a las cadenas globales, su fuerza radica en su sencillez. En México, la hamburguesa se volvió terreno creativo y fértil, agregamos aguacate, piña, pastor o queso de hebra, cada versión más alocada, siendo declaración de independencia culinaria. Es el antojo que une clases, edades y fronteras; un símbolo del placer inmediato.

Sushi… Precisión japonesa con alma viajera: Nació como una técnica de conservación, el arroz fermentado envolvía al pescado para mantenerlo fresco. Con el tiempo en Japón se transformó en arte y en el siglo XX conquistó al mundo.

En la calle, el sushi se hizo más libre, más humano, los ‘rollitos’ con aguacate, mango o chipotle son muestra de cómo México adoptó y reinterpretó la tradición nipona. El sushi callejero nos habla de respeto, pero también de rebeldía, el cómo la cultura se reinventa con cada mordida y nos demuestra que aun estando tan lejos de Japón, México tiene un lazo tan cercano con el.

Comida china… Wok, fuego y migración: El chow mein, el arroz frito y los rollitos primavera no nacieron como lujo, sino como comida de supervivencia. Los inmigrantes chinos que llegaron a América en el siglo XIX adaptaron sus recetas al entorno, creando una versión callejera que hoy se encuentra en diversos locales. En México esa mezcla dio origen a un híbrido delicioso, la comida ‘chino-mexicana’, donde la soya se abraza con los tonos picantes de chiles y el wok se vuelve frontera entre dos mundos.

La calle como espejo: Comer en la calle es conocer al pueblo; en los tacos de madrugada, las hamburguesas callejeras o los sushis improvisados en las plazas hay más que sabor, existe identidad, historia y memoria.

Los antojitos callejeros son poesía comestible ‘breve, intensa y compartida’, porque al final, la ‘street food’ no solo llena el estómago, nos recuerda quiénes somos y cómo el mundo, aunque distinto, se encuentra siempre en una esquina con olor a pan, carne, maíz y fuego; les deseo muy buenos días, buenas tardes, buenas noches y buen provecho.

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